Música para ascensores
José Daniel Espejo
27 marzo, 2008 01:00Todos tenemos nuestro Año Cero. El de Espejo es 1975. La suya -la nuestra- es una generación culta de nacimiento, sobrecualificada para cualquier ocupación -excepto la de vivir-, arrollada por el convoy Warhol: Beckett y Regreso al futuro, Derrida y revistas de moda, Beethoven y rock’n’roll. Plenamente conscientes de nuestras cumbres y abismos: "Por supuesto que no soy ya más sabio / ni valgo para nada. […] Escribir música. / Aunque luego esa música me trague" ("Treinta y uno"). Hipereducados, hiperestimulados, hipervacíos.
NADA. He ahí el hardware de Música para ascensores. Ella sostiene en vilo nuestra existencia, explica nuestro pánico a morir, encarna el mal en estado puro: "Yo que tanto sabía, sobre el papel, de la Nada / no sabía que la Nada consistía en despertarse / un lunes a las dos con la cama empapada / y que aquello fuera sangre, y que la sangre viniera / del útero de Charo embarazada de tres meses / de mi pequeño, mi amado, mi precioso hijo Miguel" ("Miguelito Battles the Pink Robots"). Una Nada que se disfraza de Todo como maniobra de distracción: "Y dándote / la espalda dicta leyes, propaga ideas, / enciende el pecho de los soldados, / mata continentes de hambre, y te inspira / a ti el deseo de un Audi. Rojo, / con los asientos de piel. / Y de quién / era esa piel" (7). El consumismo, ese respirador artificial que mantiene rojos nuestros números y muertos nuestros cerebros. Y la poesía, que desconecta la máquina y nos devuelve a nosotros mismos: "A la derecha, con setenta / y muchos kilos de peso, 1’86 de altura, / el Poeta Espejo, el eterno aspirante, / […]. A la izquierda / (y por encima, y por debajo, y todo alrededor), / sin peso conocido y sin altura, / el vigente campeón, […] / El Vacío" (1). Bastian Baltasar Bux reanuda su batalla contra la Nada omnívora. Por algo Ende lo tituló La historia interminable. En 1979, por cierto.
Este guerrero postmoderno es poeta, y es épico: "aunque perdí la pelea yo organicé la pelea / y cinco minutos enteros detuve el Sistema. Después / el Sistema pasó por encima de mí, pero queda / esta historia, palabras" (33). Su epopeya no canta victorias, sino mitos en proceso de descomposición. No le interesa el teórico, ni el crítico, ni siquiera el lector. Sólo el poema: el arma. El campo de batalla. La derrota necesaria: "El mundo se hunde, pero todas / las semanas le añado un poema / o dos mientras pienso en El Bosco / y en Lawrence Ferlinghetti. Y floto, / y el barco está hecho de huesos, / y las palabras pesan" ("Sixpack").
En Música para ascensores, Espejo recurre a las palabras más sencillas, a cajas de ritmos elementales, a una máscara lírica sin egotismo ni delirios de grandeza, para pulir poemas como piedras preciosas.