Image: Sylvia Plath. Poesía completa

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Poesía

Sylvia Plath. Poesía completa

Sylvia Plath

6 noviembre, 2008 01:00

Sylvia Plath.

Trad. de Xoán Abeleira. Bartleby. Madrid, 2008. 695 páginas, 28 euros Leer poemas

El sueño de Hollywood produce mitos. O, al menos, los empaqueta en nuevos embalajes. Cuatro décadas después de su épico suicidio, la más byroniana de las Evas americanas resucitó en el cuerpo de Gwyneth Paltrow. Un casting inapelable para el mejor título de la historia del cine: Sylvia.

Y es que Lady Lázaro ("Porque yo, con mi cabellera/ Roja, resurjo de la ceniza/ Y me zampo a los hombres como si fuesen aire") puede prescindir del apellido. Dos hombres se prestaron a proveerla de lo que nunca necesitó. El primero, Otto Plath, padre prematuramente fallecido ("Papi, tenía que matarte pero/ Moriste antes de que me diera tiempo. […] Papi, cabrón, al fin te rematé") y rebautizado por la Electra bipolar como "hombre-pánzer" a causa de su temperamento autoritario. El segundo, Su Satánica Majestad Ted Hughes, entre los mejores poetas ingleses del siglo XX, marido de Sylvia, padre de sus dos hijos e inspirador de sus bastantes más demonios. "No son muchos los hombres que han asesinado a un genio", se autoinculpaba Hughes. Durante años, los crédulos han tratado de borrar el nombre de Ted sobre la lápida de Plath, en Yorkshire. No comprenden que criaturas como ella son inmunes a todo, hombres-cuervo incluidos. A todo, excepto a la autodestrucción.

"Tus poemas son como un oscuro centro urbano", la elogiaba Hughes. Y no sólo sus poemas. La mente de Sylvia es la oscuridad visible de Milton: niña-prodigio de primer poema publicado a los ocho años, adolescente indecisa entre hospitales psiquiátricos y matrículas de honor, discípula de Robert Lowell, doppelgänger de la también suicida Anne Sexton, primer Pulitzer póstumo en 1982. A Sylvia nunca le bastó nada, por eso le sobró siempre todo. Su matrimonio con Ted duró seis años e hizo de ella una mártir del feminismo fin-de-siècle: "Una muñeca viviente, la mires por donde la mires./ Puede coser, puede cocinar,/ Puede hablar, hablar, hablar./ Funciona de maravilla, te lo aseguro, sin el menor defecto./ Ahí tienes un agujero, a modo de cataplasma./ Ahí tienes una mirada, a modo de imagen. / Decídete, chaval, éste es tu último recurso./ ¿Quieres casarte, quieres casarte con esto?". Se desconocen los límites de la violencia de Sylvia. Hay quienes sospechan que no existen. Imaginamos su relación con Hughes como un choque de convoys: dos egos de tales dimensiones no pueden compartir un espacio tan reducido. Lo peor se lo llevó Sylvia: depresión abisal al ser abandonada por Ted. En venganza, la bostoniana emplea el lenguaje como otros las armas: para agujerear nuestros órganos vitales.

Sylvia devora la cultura occidental para metabolizar su mitopoética: como Perséfone, también ella se casó con el infierno; como Antígona, subvirtió las leyes al atentar contra sí misma; como la Catherine borrascosa, amó a Heathcliff y su corazón se convirtió en páramo. Pero es al Satán del Paraíso Perdido a quien reza: "Oh, creador del orgulloso negativo del planeta,/ oscurece el sol abrasador hasta que todos los relojes se paren". Y, como Lucifer no se dignó a atender su plegaria, ella misma los detuvo el 11 de febrero de 1963, a ocho meses de cumplir 31 años, metiendo la cabeza en un horno de gas. Su suicidio es la única leyenda capaz de competir con su todopoderosa poesía. Arte y muerte: he ahí el Icono Plath. "Soy vertical/ Pero preferiría ser horizontal". Una mujer demasiado grande para esta vida. Una poeta demasiado grande para este mundo.