Viaje al amor
William Carlos Williams
23 octubre, 2009 02:00William Carlos Williams. Foto: Archivo
Con 40 años, William Carlos Williams escribió un poema sobre una carretilla roja y unos pollos blancos y, con ello, desató la Revolución Americana: el imagismo, o cómo expresar con imágenes precisamente lo que no vemos. Tres décadas después, en 1955, Viaje al amor vino a demostrar que Williams moriría con las botas (imagistas) puestas. Es un libro acribillado de flores: "El asfódelo / no tiene olor / excepto para la imaginación / pero también ella / celebra la luz". No son las flores de la lírica romántica, no son metáfora de mujeres ni sentimientos. Son, gloriosamente, flores: "Sería mejor contestar: / ‘una rosa es una / rosa es una rosa’, y dejarlo así. / Una rosa es una rosa / y el poema la iguala / si está bien hecho". Williams enseñó a su poesía a hablar inglés, no el de Milton o Donne, sino el de su New Jersey natal, sin oscuras referencias culturales y con palabras que no hace falta buscar en el diccionario. Para imprimirle ritmo y carácter, recurrió al jazz. Para situarla en el mapa, la llamó Paterson. Y la educó en la sabiduría que sólo dan ochenta años sobre la tierra. Además del poeta más inteligente de Estados Unidos, Williams era médico. Tal vez por eso, contra Platón y dos mil años de cristianismo, se negó a aceptar la secundariedad del cuerpo respecto al alma. Por muy humanos que el alma nos haga, el cuerpo importa.
Porque nos apasiona, a Viaje al amor nos gustaría dedicarle, más que una reseña, un Cultural entero. No es que Williams necesite glosa: su poesía, como la realidad, se basta a sí misma. En su materialidad sin ambajes ni complejos, se somete a la ley de la gravedad y cae a plomo sobre nuestras cabezas y corazones. Nos las vemos con un campeón de los pesos pesados. Que comience el combate.