Image: Barroco

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Poesía

Barroco

José Luis Rey

2 abril, 2010 02:00

José Luis Rey. Foto: Paco Campos

XXII Premio Fundación Loewe. Visor, 2010. 96 pp. 9 euros


Barroco, quede ya dicho, es una lectura maravillosa. No pude dejar de consignarse la riqueza del léxico, poco común, y la habilidad rítmica, que son, sí, algunas de las razones de la excelencia, pero donde esta escritura sobresale, y de qué manera, es en una potente imaginación que da lugar a un despliegue de comparaciones y otras figuras excepcional.

No sorprenderá a quien conozca la poesía de José Luis Rey (Puente Genil, Córdoba, 1973), de quien se acaba de publicar el segundo volumen del ciclo La luz y la palabra con el título específico de Volcán vocabulario. El poeta es además autor de Caligrafía del fuego, el estudio más importante sobre la poesía de Pere Gimferrer, y de un volumen, entre el diario y el ensayo, La prosa del soldado.

La excelencia es la marca de Barroco y, como varios de los títulos mencionados ya ponen de relieve, hay en ella un singular uso del lenguaje metalíngüístico. Entre otros muchos pasajes de la obra anterior, baste uno, el final de Volcán vocabulario: "Y al abrir los ojos cayó la palabra. / Calló la palabra. / En la última página del cuerpo / la palabra fue luz." La palabra cae como caen las cosas y calla en cuanto discurso que es. Esta ambivalencia responde a una mirada a lo lingüístico, y a los términos que lo nombran, que produce un desdoblamiento por el cual el lenguaje es ya también mundo y "metáfora" o "tilde" no son sólo nombres de accidentes o elementos lingüísticos, sino nombres de cosas.

Así, Barroco es un paso más, y de gran alcance, en esta poética. "Aquí tenéis al hombre que creyó / en el vocabulario" son los versos iniciales del libro con los que el sujeto se autorretrata, al igual que hizo Rubén Darío en su Cantos de vida y esperanza -"Yo soy aquel que ayer no más decía"- y tantos otros. Y, tras leer el libro, el lector sabe que quien en él habla creyó y sigue creyendo. Ejemplos del mismo poema son: "Pues la resurrección / será siempre bilingüe", "Sí, yo tengo la culpa de que salten los pájaros /cada vez que consulto el diccionario", "No moriré porque mis verbos arden" o "Y el curso se termina conjugando las nubes". Este giro de la palabra sobre la palabra no es aquí una novedad, pero sí el magisterio con que Rey sabe utilizarlo. Y es que lo habitual en el uso del metalenguaje es que éste comparezca en su sentido recto, pero Rey lo trata como al resto del léxico y así puede escribir frases como "Las nubes se pusieron en cursiva" o "Qué insectos /cual sílabas doradas salían de mi boca", donde los significados se superponen al recaer el desplazamiento sobre la significación de lo metalingüístico. Un verdadero hallazgo y que no es puntual, sino mantenido a lo largo de todo el libro.

Habla todo ello de una mirada para la cual la escritura es la vida y el mundo puede ser leído, el viejo tópico del "libro del mundo", pero no tanto en una relación de semejanza o simbólica, cuanto en la copresencia de las dos instancias en el discurso, de ahí que el lenguaje sea vida y se pueda decir "Morir es la metáfora".

Es frecuente en Barroco la inserción de textos de otros: "Verbos irregulares impregnando aquel mundo" es cita de Auden y de Gil de Biedma, el poema "El dragón" toma de García Lorca y de Gimferrer, "Eleanor en mi oído izquierdo" es The Beatles de principio a fin más el kraken de Borges y Leopoldo M. Panero, "Fui mujer una vez", etc., reescribe a Empédocles. Y, como por magia, todo parece nuevo.

Destacan temáticamente la muerte y el amor, a los que se une el siempre eficaz tópico de la infancia y la nostalgia de lo perdido. Visión emocionada de un poeta visionario que se vale de la tradición, y de la tradición de la vanguardia, para ofrecer un libro excepcional.

El incendio visto por el ratón

Si morir fuera luz, yo sería el gigante,

pájaro que al rozar la transparencia

se evaporó en el libro de oro y aire.

Pero aún soy la letra.

Si cantar fuera trigo, yo sería el verano,

el establo sonoro, el limón bajo el mar.

Yo sería la infancia que todos los muertos miraron: la que está por llegar.

Si morir fuera luz, pero es sólo el momento,

en que el libro se abre, de aprender a leer

con la lengua lavada, y los labios ya nuestros,

las palabras que ardían al final de la sed.