Tempero
Fermín Herrero
6 abril, 2012 02:00Fermín Herrero. Foto: J.M. Lostau
La naturaleza, ya sea el mundo vegetal, ya las aves, la lluvia, la nieve, etc., no sólo se hace omnipresente sino que adquiere aquí un protagonismo tal que llega incluso a la personificación: "Lo que [el chopo] ha visto un día", "lo que de antiguo / calla el campo", "lo que la tierra oyó", "las piedras me respiran", pero esta figuración no es mera retórica, es la contraparte de la intensa vivencia que el personaje tiene de los elementos, del mundo, y que incluso se hace explícita: "me siento lluvia / en junio, espiga cuando grana". Así, en este libro de Fermín Herrero (Soria, 1962), mirar es mirarse, contemplar es contemplarse y saberse partícipe del todo, del crecimiento y de la decadencia, la fruta y el detritus, en fin, del paso del tiempo que es, quizá, el tema de fondo y no para ser dicho un modo elegíaco, como lo era, por ejemplo, en Tierras altas, su libro de 2006, sino como cántico: estos poemas expresan la alegría de vivir o, según se lee, "La suerte de vivir". Una alegría que sólo se aminora ante el recuerdo de la niñez y ello por la razón de que en ese tiempo vivir es, digamos, pura inmanencia y la evocación da en nostalgia.Fermín Herrero tiene una mirada poética y así lo han ido mostrando sus libros anteriores, pues en todos ellos el mundo natural, las tierras de Soria, es tan omnipresente como aquí. Sólo en algunos de los poemas finales comparecen "la técnica, los motores" y, a continuación, la memoria de Auschwitz. No hace falta más para que quede el elogio de la vida natural como principio de esta obra poética, de verdadero valor, en la que el latido del mundo se hace palabra emocionada.