Image: La lengua de los otros

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Poesía

La lengua de los otros

José Ramón Ripoll

24 marzo, 2017 01:00

José Ramón Ripoll. Foto: F. Loewe

Premio Loewe. Visor. Madrid, 2017. 106 páginas, 12€

n sus veintinueve convocatorias, el premio Loewe ha reconocido libros de poetas consagrados y de otros apenas conocidos. Para el descubrimiento se concibió uno de los galardones más importantes de la poesía en español a ambos lados del Atlántico. El caso de José Ramón Ripoll (Cádiz, 1952), con ser particular, no es único. Estamos ante un poeta de largo recorrido, de fondo, pero poco citado en estudios y antologías. En Hoy es niebla (Visor) reunió tres libros sustanciales: El humo de los barcos, Las sílabas ocultas y Niebla y confín, que conforman, según él, una suerte de "sonata". Llegó luego Piedra rota (Tusquets), muy cercano al que hoy nos ocupa. Se abre con una cita de Gelman: "Eso que oigo / y no entiendo / lo digo yo". Y sigue: "Te cavo / para saber quién soy". En efecto, este libro, La lengua de los otros, aborda un problema de identidad, sostenido en la memoria, que se maneja con otro de lenguaje.

Un lenguaje poderoso, de aire surrealizante (por lo que tiene de onírico), pero parco y muy medido. En la línea de una poesía de tono silenciario y recursos elípticos donde priman la sugerencia y el misterio. La que va, digamos, y sólo en lo contemporáneo, del último Juan Ramón Jiménez a Valente pasando por Celan. De estirpe simbolista, sus versos, sí, están cargados de símbolos: pájaro, mar, noche, frío, mano, luz, herida, nieve, etc. Suelen remitir al paisaje -un clima, una atmósfera- de la Bahía de Cádiz, su verdadero lugar.

La figura de la madre, lo natal y la infancia ocupan los versos iniciales, que no dejan de ser fragmentos de un único poema. De hecho, todo el libro, unitario, gira en torno a unos pocos asuntos, a modo de variaciones o series. Los mismos títulos de los poemas, entre paréntesis, parecen sugerir más que fijar. Allí, el origen, el miedo, el temblor y la muerte. "La mano de mi madre es nube y vuelve". "Su mano que dibuja mi contorno y mi forma". Allí, la "lacerante quejumbre" y las mujeres que hablan.

En la casa vacía, como la memoria, "todo ocurre y no ocurre", "cuanto sucede y no", "sin esperanza ni desasosiego". De manera fantasmal: "una mano me escribe", pero "la mano que me escribe es la de otro". Metafísico a rachas, hermético por momentos, Ripoll, un poeta del pensamiento, alguien que no deja de hacerse preguntas, se acerca a la existencia a través de una música callada, consciente de que sólo la palabra ("incertidumbre, / luz y estiércol", la que viene "al pudridero / de los significados" "con la desnuda forma de la nada / y el fingimiento de lo eterno") será capaz de establecer la realidad: "muerdo la palabra mohosa, / la que hacia atrás me dice y me consuela".