Image: Férreo Gimferrer

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Opinión

Férreo Gimferrer

26 julio, 2000 02:00

Se ha insistido en asemejar a Pere Gimferrer con Rubén Darío, pero su hallazgo está más cerca de Borges: poesía de los libros, pero de los libros vividos, “fatigados”

Sabíamos de él por los amigos que le frecuentaban en Barcelona. Era un joven estudiante de gabardina inmensa y volandera. Esta gabardina le servía para robar libros de los drugstores catalanes de la época. Uno de los magnos derechos del poeta es el derecho a robar.

Pere Gimferrer era una figura aparte y al mismo tiempo central en la Barcelona culta de los 60, capital del antifranquismo y colmena del boom americano. 1965/66. PG no era un hombre de Boccacio ni de la gauche divine, sino un estudiante de su propia asignatura. Estudiaba para Gimferrer y en 1966 gana algo así como el premio Nacional de Literatura con Arde el mar. Es cuando deja de ser un poeta para amigos y se convierte en un poeta para generaciones.

Yo, que por entonces me ejercitaba mucho en la crítica de poesía, no pude ocuparme de tan axial libro porque llevaba un año en la cama, abatido por los vértigos. No sé si Pere alguna vez me lo ha perdonado. Pere es reverente con las enfermedades, pero mayormente con las suyas. Veamos un poco aquel paisaje: el socialrealismo se extinguía solo, Hierro había dejado de escribir, Otero convalecía en su terraza de Las Rozas, Alberti fustigaba a los poetas andaluces, despolitizados, y Claudio Rodríguez era la voz creciente e influyente, pero agraria también, en una generación viajera, la de los hippies. Era el momento en que sólo podía salvarnos alguien nuevo, y Gimferrer nos salvó.

La lírica siempre ha repetido el salto de la poesía de la cultura a la poesía de la vida, y viceversa. Ambas valen y hasta pueden formar un todo, si hay calidad. Después de tanta poesía de la vida, de la pobre vida, Arde el mar nos devuelve de golpe a la Historia, a Venecia, al lujo, la cultura y los libros de oro. Es un libro que nos arma caballeros. Todos empezaron a hacer eso inmediatamente, porque estaban exhaustos de socialrealismo (que se había convertido en una fórmula: la poesía era un arma cargada de futuro, pero descargada). Y había otra razón: todos empezaron a hacer gimferrerismo o poesía nueva o novísima porque sus lecturas de entonces les acercaban ya a un mundo de oros y laureles, de libros y latines. Puesto que el presente de España era lóbrego, la solución estaba, no en cantar o denunciar esa lobreguez, sino en irse muy lejos a tocar el rabel.

Quiere decirse que el juego de Gimferrer no era un juego gratuito sino que le pegaba esquinazo a la historia y salvaba a varias generaciones de la monomanía nacional. Tuvo que ser un catalán, un marginal, quien hiciera el milagro, claro, y lo hizo en dos idiomas. Se ha insistido en asemejar a Gimferrer con Rubén Darío, pero su hallazgo está más cerca de Borges: poesía de los libros, pero de los libros vividos, “fatigados”.

Gimferrer, ya consagrado -y pese a la ausencia de mi crítica, hombre- siguió publicando, influyendo, salvando gente en verso y en prosa. Hasta el último y rudimental poeta de secano escribía ya de mares en llamas y calaveras de teatro. Uno diría que desde el Romancero gitano no se producía semejante contagio nacional, semejante “peste” lírica, peste benéfica y salvadora. (Aunque el emparentamiento entre estos dos libros sea forzado, ya que no se parecen en nada, salvo en la difusión).

La prosa crítica de Gimferrer es muy sabia. Sus Dietarios son muy formativo/informativos. Su última poesía es muy compleja y hermética, lo cual no la distancia, sino que nos urge a estudiarla más despacio. Bien puede decirse que todo lo aparecido en España después de Arde el mar -y va para 40 años- carece de novedad y de la sugestión enferma y valiente de aquel libro. Los intentos inseguros por volver a una poesía de la experiencia de la vida -otra vez el salto vida/cultura-, no han llegado a articularse como un sistema de influencias.

La primera vez que saludé a Gimferrer (en Barcelona) me reprochó no haberme ocupado de su libro, tantos años atrás. La explicación de la enfermedad no sirvió de nada, porque los enfermos, o predispuestos, no creen en las enfermedades de los demás. Fue años más adelante, en el museo egipcio de un hotel de Barcelona, donde Gimferrer me explicó aquéllos figura por figura y luego hizo mucho humor sobre el tema y la situación. Sobre mí ha escrito y hablado con generosidad.

Parece débil, pero es el férreo Gimferrer. Se habla de él para un Nobel catalán, pero también se habla de Baltasar Porcel, que está más cerca de Pujol.

PG, hombre de paraguas y suspicacias, yo creo que ha vuelto a dejar de estimarme, como dicen ellos. Y lo siento. Es tan quebradizo de alma como cualquier otro poeta lírico de verdad. Ahora que ha pasado la moda gimferreriana es cuando queda más clara y pura su silueta y cuando la luz da en sus versos sin el resol incómodo de los influidos que tanto influyen para mal. Yo creo que está en un gran momento en que no hace nada. Pero el no hacer nada del poeta es como el silencio del pájaro, que está preparando un canto.

El sombrero de vampiro, la melena de músico triste, la gabardina inmensa que ya no esconde libros robados, la labor callada y continua de este hombre joven que nunca lo fue, pues que nació madura de culturas. En catalán es destellante y en castellano es o sigue siendo muy musical, aunque la clave de su poesía es la plástica, la sucesión de las imágenes, la luz y el sol de la inspiración en los cristales emplomados del poema. No es un solitario sino un hombre sociable y comunicativo que no tiene nada que comunicar.

O no quiere.