INFANCIA. La publicación de De imágenes también se vive (Taurus), de Carlos Saura, me ha enfangado en algunas reflexiones sobre el género memorialístico, al que fui asiduo aficionado en una época. Recuerdo una divertida observación de Arthur Koestler en sus ácidas y agudas memorias, ahora reeditadas por Lumen. Decía Koestler que algunos memorialistas se exceden al detallar su infancia, al evocar con minucia, por ejemplo, el perfume a membrillo de las sábanas planchadas que su abuela guardaba en una cómoda.
Me lo estoy inventando un poco, pero la idea era esa. Muchos lectores de memorias se impacientan cuando su autor pormenoriza su niñez, pues desean llegar cuanto antes a la, digamos, vida pública del escritor, allí donde esperan encontrar informaciones y confidencias sustanciosas.
No hay que orillar que, en su pleno logro, el memorialismo es un género literario que, como cualquier otro, ha de aspirar a la excelencia en su escritura, lo cual supone que toda etapa de una vida es susceptible de ser narrada con una belleza que justifique y premie su lectura. Sucede que el propósito de no pocos memorialistas no contempla la optimización del resultado literario.
Hay numerosas motivaciones, varias de ellas compatibles, para escribir unas memorias
¿Por qué se escriben memorias? Hay numerosas motivaciones, varias de ellas compatibles: poner en orden y esclarecer ante uno mismo la propia vida; revelar a los demás lances y pasajes de las experiencias vitales y profesionales del autor no conocidas o poco consideradas; ejecutar ajustes de cuentas largamente acariciados o, al revés, rectificar acciones u opiniones del pasado poco justas sobre otras personas; aclarar comportamientos propios mal entendidos o vituperados públicamente con anterioridad o, también, confesar abiertamente ciertos errores en una especie de “descargo de conciencia”, por evocar el título que Laín Entralgo dio a sus memorias.
EGO. Dado el historial, el interés y el atractivo de las grandes obras del memorialismo –y de sus parientes cercanos: los diarios, los dietarios y los epistolarios–, es entre banal y vulgar atribuir a los memorialistas, en términos generales, una patología narcisista, una sobredosis de ego. No se descarta, desde luego, pero tampoco conviene autorretratarse con esa imputación.
['De donde soy': memorias de la pionera Joan Didion]
Puede entenderse que muchas personalidades relevantes, objetivada su importancia por los demás al juzgar su obra o su quehacer, consideren la responsabilidad de comunicar a otros, a generaciones futuras, cómo han ligado su trabajo y su vida. Con una desinencia de envergadura: el memorialista, sin querer o queriendo, acaba poniendo en pie la crónica y el decorado de un tiempo histórico, su tiempo, y esa construcción o recreación tiene un potencial que trasciende a lo íntimo de lo narrado.
Ahora bien, el territorio de la intimidad suele trascender a su vez a quien abunda en él, pues todas las vidas, desde las más corrientes hasta las más excepcionales, están insertas, en muchos tramos, en un tejido común: la peripecia de querer y ser querido, las creencias y opiniones, las preocupaciones por la salud, la economía, la política, el amor, el trabajo... Descubrimos que las vidas más sobresalientes y las vidas más ordinarias no dejan de compartir incidencias y agobios.
[La galaxia Asimov gana gravedad: las memorias del maestro de la ciencia ficción]
LO REAL. Los grandes creadores de mundos ficticios o ideales pueden sentir la necesidad, en una fase agotamiento de su inventiva, coincidente con la madurez avanzada o con la vejez, en las que tantas veces se redactan las memorias, de refugiarse en lo real. Y nada tan real para uno como la vida de uno, que no precisa del esfuerzo de fabular. Aunque haya memorialistas que fabulan.
Además, y no es razón menor para escribir unas memorias, al final o casi al final del trayecto, ¿quién no necesita volver y mirar atrás, estimulado por la nostalgia de la ciudad natal, del paisaje de la infancia y juventud, de los afectos seguros o excitantes, de la familia primigenia o de las amistades y los amores convulsos o agradables? Mirar a lo lejos, que recomendaba Alain, también es mirar al origen y al recorrido.