¿Para qué sirve la literatura?
Somos animales que nos contamos historias todo el tiempo y cada generación crea un relato verosímil.
Juan Gabriel Vásquez, a instancias de José Serralvo (Jot Down), reflexiona sobre la utilidad de la literatura. Admite que decir que “no sirve para nada”, que “no es un medio para nada”, que es “un fin en sí misma“ es “una forma de defender la literatura”. Una forma que al escritor colombiano no le parece correcta. “Creo que sirve enormemente. Es un instrumento de conocimiento. Lo que pasa es que es un conocimiento muy extraño. Es un conocimiento que no es fáctico”.
El autor de El ruido de las cosas al caer ofrece un ejemplo muy gráfico. “Nadie lee Don Quijote para saber cómo era la España del siglo XVII, y quien lo hace se equivoca. Eso lo decía Nabokov en las conferencias sobre Don Quijote, que leerlo para comprender la España del XVII es como acudir a Santa Claus para comprender cómo es el Polo Norte”.
Ante la misma cuestión, Sergio del Molino opina que la literatura “juega el papel que siempre ha jugado, desarrollar la pulsión narrativa que tenemos los humanos por naturaleza, somos animales que nos estamos contando historias todo el tiempo”, explica el autor de Los alemanes a Ana Abelenda (La Voz de Galicia).
“La literatura sirve enormemente. Es un instrumento de conocimiento”, Juan Gabriel Vásquez
Pero, además, “en esta época, un tiempo gris oscuro, en el que hay tantas fuerzas que se empeñan en simplificar el mundo, y alimentarse de los miedos más tribales y ancestrales, y bandos inconciliables, el valor que tiene la literatura es el poder de hacerle a la gente ponerse en la piel de gentes y en vidas que no viven, de comprender al otro. Ese es el gran valor que tiene la literatura”.
¿Hasta qué punto la Historia es ficción?, pregunta Inés Martín Rodrigo (El Periódico) a Agustín Fernández Mallo. “Por supuesto, claro que es ficción –responde categórico el autor de Madre de corazón atómico–. La memoria no es un archivo. La memoria es una construcción hecha desde el presente y, como está hecha desde el presente, de lo único que habla es de nuestros miedos, aspiraciones, ideas e ilusiones del presente.
Por eso la memoria siempre es ficción, aunque tú no quieras ficcionar, estás ficcionando. Eso, en la memoria individual. En la memoria colectiva, que la llamamos Historia, pues es también una ficción consensuada por una sociedad, pero es otra ficción, la prueba está en que cada cien años la Historia se cambia, porque cada generación va creando otro relato verosímil”.
“Los artistas cuya creación necesita periodos de reflexión no se estilan”, Santiago Auserón
Montero Glez no se anda con rodeos y proclama que él se dedica a “pervertir la realidad”. “Del mundo invisible, bajo la apariencia de realidad, lo que subyace es más importante que lo que se muestra –aclara el autor de La vida secreta de Roberto Bolaño a Carlos Madrid (Coolt)–. Esto lo hago yo y cualquier artista: buscamos pervertir la verdad y conocerla a fondo. Entender lo que no se ve. Yo curioseo ahí y lo destapo, lo interpreto. Es lo que me da pistas para seguir escribiendo y seguir haciendo párrafos: me pongo a escribir y, a medida que avanzo, se me va apareciendo un mundo invisible”.
Quien no deja de explorar nuevos mundos es Santiago Auserón. “Los artistas cuya creación necesita periodos de reflexión no se estilan –declara a Yaiza Santos (The Objective)–. Todo lo que no sea de construcción prácticamente automatizada, de inmediatez mercantil, no tiene sitio en el mercado. Los que nos hemos refugiado, sin dejar el rockerío, en una creación a largo plazo [...] acabamos pareciéndonos a los que desde hace siglos llevan sobreviviendo malamente a base de tiradas muy pequeñitas, como es el caso de los poetas”.
P. D. A Angélica Liddell le indignó que el Festival de Aviñón advirtiera de que algunas escenas de su espectáculo podían herir la sensibilidad del espectador. “El mundo de la cultura se ha convertido en un jardín de infancia. Se ha infantilizado a igual ritmo que la sociedad. Todo son temores y avisos, como en una guardería, se trata al público como idiota –cuenta la creadora a Antonio Lucas (El Mundo)–. Un desnudo ya implica que los teatros añadan ese aviso absurdo. Es ridículo. Parece Fahrenheit 451 [...]. No entienden que lo que hiere la sensibilidad del público son las ideas, el pensamiento, no los desnudos. Y sí, el arte debe herir la sensibilidad, por supuesto”.