PASIÓN. Vivir con idéntica pasión dos amores, sucesivos y, sobre todo, simultáneos, con la dificultad de elegir e imposibilidad de renunciar. En Las dos inglesas y el amor (1971), François Truffaut contó las relaciones de un joven parisino, diletante, ilustrado y libertino, con dos inexpertas hermanas galesas. Los grandes arrebatos románticos, en el cine de Truffaut, hay que vivirlos, pero no dan la felicidad.
El director francés hacía una variante de lo que ya había narrado, con trágico final, en otra película totémica, Jules y Jim (1962), en la que la volátil e imprevisible Catherine compartía el amor, con alegría y dolor, con dos jóvenes artistas. Las dos películas se basaron en sendas novelas del francés Henri-Pierre Roché (1879-1959), a quien el cineasta rescató y con quien mantuvo una estrecha amistad epistolar.
Roché, tan enamoradizo y conquistador como Truffaut, se inspiró para Jules y Jim en una experiencia propia: el trío amoroso que mantuvo con el también escritor Franz Hessel y su esposa Helen. Hijo de padre desconocido y abandonado por su madre, Truffaut buscó en las mujeres –interpretación de manual– el amor que le faltó en su infancia de orfelinato.
El director adaptó a muchos novelistas y exhibió en la pantalla libros y los actos de leer y escribir
DEPRESIÓN. Truffaut tuvo una compulsiva biografía amorosa –reflejada en El amante del amor (1977)–, y mantuvo relaciones con muchas mujeres, la inmensa mayoría protagonistas de sus películas. También vivió, de otra manera, la experiencia de amar a dos hermanas: Françoise Dorléac (La piel suave, 1964) y Catherine Deneuve, nacida Dorléac (La sirena del Mississippi, 1969). Dos amores con durísimo final: Françoise se mató a los 26 años en un accidente de automóvil y Catherine lo abandonó para unirse a Marcelo Mastroianni en 1971.
Truffaut cayó en una depresión profunda y fue internado en una clínica para tratarse con una cura de sueño. No pudo volver a trabajar con Deneuve hasta 1980, cuando la dirigió en El último metro, uno de los mayores éxitos comerciales de su carrera y muestra evidente de su entrega a un cierto clasicismo francés que había combatido en sus rupturistas comienzos como escritor de cine y cineasta, con la figura paterna del crítico católico (de izquierdas) André Bazin (¿Qué es el cine?) como protector y mentor.
NOVELISTAS. Creador de un cine-club a los 15 años, el líder de la Nouvelle Vague, el impulsor del cine de autor, el reivindicador de cierto cine norteamericano de personalidad autoral –su libro de entrevistas con Alfred Hitchcock–, François Truffaut amó a las mujeres y a los niños –tan presentes en su cine– y amó de forma compatible e igual de apasionada los libros y las películas –recordemos, respectivamente, Fahrenheit 451 (1966) y La noche americana (1973)–, creando una genuina y digamos que literaria forma de cinefilia. Siempre, dos amores.
El actor Jean-Pierre Léaud, el protagonista de Las dos inglesas y el amor, su alter ego en la pantalla, protagonizó el ciclo –un mediometraje y cuatro largos– de carácter semiautobiográfico de Antoine Doinel.
Son inolvidables por su encanto –un misterioso encanto recorre el cine de Truffaut– Besos robados (1968) y Domicilio conyugal (1970). Pero ya en su primer largo y primero de la serie, el realista y disruptivo Los 400 golpes (1959), mostró al niño Doinel leyendo a escondidas a Balzac y robando fotocromos de las cristaleras publicitarias de un cine.
De los policíacos de David Goodis y William Irish a la adensada literatura de Henry James, pasando por la ciencia-ficción de Ray Bradbury, Truffaut adaptó al cine a muchos novelistas y, además, reiteradas veces exhibió en la pantalla libros y los actos de leer y escribir.
Hoy podríamos recordar –y aquí queda– a su amigo y luego enemigo Jean-Luc Godard, muerto hace un año, pero hemos preferido rememorar a François Truffaut (1932-1984). En octubre se cumplirán cuatro décadas de su desconsoladora desaparición con solo 52 años a causa de un tumor cerebral.