La temperatura cultural de una ciudad se mide con el termómetro del teatro. Nueva York está a la cabeza, seguida por Londres de cerca. París y Madrid se disputan el tercer lugar y Buenos Aires ocupa el quinto. Berlín y Shanghái permanecen al acecho. Al teatro acuden todos los años en Madrid un millón de personas más que a los estadios de los cuatro equipos de la Primera División de fútbol. Esta cifra tozuda demuestra el relieve cultural de una ciudad como Madrid, centro de las más varias manifestaciones de las artes y las letras, de la música y la ciencia, de la vida intelectual, cada año más intensa.
Al frente de la Academia de las Artes Escénicas, Cayetana Guillén Cuervo, excelente actriz, por cierto, y persona de clara inteligencia, ha puesto en marcha, respaldada por sus colaboradores, los Premios Talía. Un acierto, un enorme acierto, y además gran éxito en su primera convocatoria. Hacían falta unos premios de altura como rúbrica a la potencia teatral de la capital de España.
Los Premios Talía han puesto de relieve todo ese mundo admirable que vertebra el tinglado de la antigua farsa: escenógrafos, figurinistas, iluminadores, técnicos de sonido, especialistas en los oficios varios que permiten a actrices y actores salir al escenario con el éxito vibrando a sus espaldas.
Recordar con los Premios Talía a estos oficios y profesiones es algo que hacía mucha falta porque todos ellos significan el soporte del éxito y sin ellos se derrumbaría ante el público el efecto profundo del teatro que consiste en poner un espejo delante de la sociedad en la que vivimos, fracturados hoy casi todos los convencionalismos porque la libertad creadora resulta esencial en la escena. “Y cuando he de escribir una comedia encierro los preceptos con seis llaves”, escribió Lope de Vega.
En el acto de entrega de los Premios, que resultó en su primera edición especialmente brillante, algunos apuntan que, tras la veintena de galardones a los distintos oficios, habría que dejar para el final, los cuatro más relevantes: mejor actor, mejor actriz, mejor director y mejor autor. “Ellos son el compendio y breve crónica de los tiempos”, escribió Shakespeare en Hamlet.
Los Premios Talía han puesto de relieve todo ese mundo admirable que vertebra el tinglado de la antigua farsa: escenógrafos, figurinistas, iluminadores, técnicos de sonido...
Un problema que a nadie se le escapa. Los Premios Talía robustecerán su éxito si evitan la politización devastadora. Está claro que los partidos políticos, siempre preocupados del interés partidista al que ponen por encima del interés general, harán todo lo posible para beneficiarse de esos Premios, situados en la médula del hecho teatral.
El olor a votos conducirá a algunos partidos a intentar aprovecharse de la iniciativa que Cayetana Guillén Cuervo ha puesto en marcha. Basta con consultar una guía del ocio para comprobar que todas las semanas en Madrid se ofrecen en el entorno de las 200 obras.
Si mantienen el alto nivel alcanzado, si toman el pulso a las diversas manifestaciones teatrales, dentro de ocho o diez años los Premios Talía no sólo se habrán consagrado, sino que rendirán al teatro en España el homenaje popular que se merece. Y que nadie se equivoque. El teatro se encuentra en el centro sustancial de la cultura y requiere atención y reconocimiento para mantener su posición en un mundo digitalizado que se estira en todas direcciones.
Y como dijo Don Quijote a las actrices y actores de la compañía de Angulo: “… mirad si mandáis algo en que pueda seros de provecho; que lo haré con buen ánimo y buen talante, porque desde muchacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula”.