Sigo a María Adánez desde que protagonizó El príncipe y la corista junto a ese actor inmenso que es Emilio Gutiérrez Caba. Ana Diosdado me decía que había visto a María antes, de niña, en su versión de Casa de muñecas. Recuerdo sus éxitos incontables con Miguel Narros y junto a González Vergel, Miklós László, Lander Iglesias, Paco Becerra, Luis Luque Cabrera y tantos otros. En Las brujas de Salem me di cuenta de la gran actriz que había en ella.
Y a pesar de sus continuados éxitos en televisión y en cine, nunca dejó de pisar el teatro, nunca le adulteró el medio audiovisual. Su seguridad en la escena, su capacidad para pasar la batería, su soberbia expresión corporal, su vocalización certera vertebraron el éxito personal sobre la escena. En sus primeras obras teatrales le arañaban algunos defectos. Los fue superando todos hasta convertirse en una de las actrices cimeras del teatro español.
Conocida popularmente por su presencia en televisión y en el cine, su calidad se ha demostrado sobre todo en el teatro. Hija de Paca Almenara, a la que saludé en el estreno, disfruté de sus interpretaciones en Los bosques de Nyx, con Miguel Bosé, y en La tienda de la esquina de Lander Iglesias. Escribí sobre ella y su alcance de gran actriz cuando el inolvidado Miguel Narros la tomó de la mano. Tengo todavía en la retina su Salomé de Oscar Wilde y la interpretación de Abigail en Las brujas de Salem, un Arthur Miller dirigido por González Vergel.
María Adánez, en fin, llena el escenario. No se arrepentirá el espectador que acuda al Bellas Artes
La voté reiteradamente en el Jurado de los Premios Mayte, que congregaban junto a los delfines de bronce en la plaza de la República Argentina a lo mejor del teatro de la época. En La señorita Julia y en Pero no andes desnuda volvió a trabajar con Narros, al que ni ella ni Betsy Buckley lograron seducir.
Con José María Flotats hizo La verdad. Dediqué un artículo a su Pequeño poni, por el que rozó el Premio Valle-Inclán, que se vota cara al público y que debería regresar tras la pandemia, tras la Covid-19. Se me vienen a la memoria otras interpretaciones de María Adánez que condensa medio siglo del teatro español de calidad.
Acudí a verla al Bellas Artes, donde protagoniza Ay, Carmela, la obra de José Sanchis Sinisterra, el dramaturgo que debería estar en la Real Academia Española y que cuenta con la admiración de muchos académicos, entre ellos, claro es, José Luis Gómez.
Certera la escenografía y la iluminación de Javier Ruiz de Alegría, eficaz la coreografía de Ana Cristina Mata, excelentes los acompañamientos musicales controlados por Víctor Elías y Javier Vázquez… esta versión de Ay, Carmela se engrandece con la dirección de José Carlos Plaza, que es un sabio de la escena y con un Pepón Nieto que da la réplica a María Adánez de forma convincente. La crítica especializada encontrará posiblemente defectos a la obra.
Yo no me atrevería a señalar ninguno salvo que resulta demasiado larga y tal vez no estuviera de más reducirla un cuarto de hora.
María Adánez, en fin, llena el escenario. No se arrepentirá el espectador que acuda al Bellas Artes. La actriz vive el esplendor de la madurez y el dominio de su expresión creadora. Canta, baila y sobre todo interpreta la alegría y las tristezas, los temores y las alarmas de su personaje con una intensidad que introduce al público en el escenario.
Tal vez, Ay, Carmela fue la primera obra de teatro que trató con humor la atrocidad de la guerra incivil española. Sanchis Sinisterra se dio cuenta en 1987 de la forma de tratar desde la profundidad intelectual, la España a garrotazos de Francisco de Goya. María Adánez, junto a Pepón Nieto, ha tomado de la mano al gran dramaturgo para reverdecer un éxito que no ha decaído en los últimos cuarenta años.