Es inevitable al leer estos diez relatos enmarcados en la Rusia actual recordar a Anton Chéjov y su empeño en explicarnos la vida en su país. Además, comparte con él su ejercicio de la medicina. Nacido en Moscú en 1963, tras licenciarse en Medicina pasó por la Universidad de California para luego regresar a Rusia, donde ejerce la medicina en el medio rural, en Tarusa, a cien kilómetros de Moscú, donde ha creado una fundación que asegure el futuro del hospital en el que trabaja. Comenzó a publicar cuentos, novelas, ensayos en el año 2007, compaginando con éxito la escritura con la medicina, y se ha convertido en un autor traducido a más de una decena de lenguas y con importantes premios en su haber.
Cómo no recordar al maestro cuando Ósipov escribe: "Aunque la gente cambia. Pero en el fondo de su alma el padre Sergui sabía que no, que no cambia. La gente se perdona a sí misma, Dios les perdona, pero las personas no cambian".
O cuando recuerda el pensamiento de Tolstoi y su visión negativa del progreso en boca de uno de sus personajes: "Tenemos un río, pero no un ferrocarril, no en decenas de kilómetros a la redonda. Dicen que es un impedimento para la industria, cuando en realidad el ferrocarril equivale a falta de libertad: es el mal. ¡Cómo lo odiaba Tolstoi y cómo lo admiraban los bolcheviques! 'Nuestro tren vuela hacia adelante' y todo eso. La vía de frenado alcanza el kilómetro y medio: no es una broma. Muy distinto es el automóvil. ¡Ay si lo tuviera uno! Ya me las arreglaría para conducirlo".
El mundo de Ósipov y la Rusia por la que van y vienen unos personajes que nos son familiares son los de toda la vida, sometidos a las eternas leyes de la especie. La nueva Rusia es la de siempre, la de Chéjov y Tolstoi: "Por supuesto que hay muchas circunstancias externas imposibles de adivinar. Admitamos que no hay casualidades, pero la incertidumbre, y muy grande, sí que se da. Por ejemplo: ¿Durará mucho nuestro país actual? Su antecesor, la URSS, con todo su poderío, resultó ser de vida más corta que un violín cualquiera, para el que setenta años no son nada. Setenta años, de hecho para un violín es una cantidad ridícula. Los instrumentos de esa edad parecen completamente nuevos. No tienen ni una grieta; algunos lutieres hasta se las dibujan a veces. Ahora no parece que a nuestra patria actual, heredera de aquella en la que nacieron Liova y Yasha y Katia y Dódik, le espere una larga vida: en su cuerpo hay un sinfín de grietas; se está descomponiendo, desmoronando. Aunque es posible que al final no pase nada. Mejor que la historia se desarrolle por sí misma".
Todo aparentemente ha cambiado: "Sin embargo, hay algunas cosas de las que estamos seguros: los arcos de los violines seguirán con el entorchado hecho de hilo de plata o barbas de ballena, con un ojo de nácar en el talón, y, en los violines infantiles, en los instrumentos de un octavo y en los de un cuarto, no dejarán de aparecer finos hilillos de sal por el rastro de las lágrimas: los niños lloran sin detenerse, sin dejar de tocar".
Un buen descubrimiento para seguir estando donde siempre estuvimos.
Maxim Ósipov. Piedra, papel y tijera. Traducción de Ricardo San Vicente. Libros del Asteroide, 2022. 328 páginas, 23,95n€.