Caudales políticos. Aquí no hay quien rasque un voto.
La liquidación del trasvase Tajo-Segura no tiene vuelta de hoja. La nueva verdad de fe ecológica y la España desvertebrada que han impuesto los nacionalistas hacen imposible defender otra alternativa diferente a la desaparición. Por mucho que desde la derecha o la izquierda, y según estén en Toledo o en Murcia, pretendan rascar algún voto, el tema se ha convertido en una de esas banderas con las que es imposible ganar elecciones. Los discursos de la defensa del trasvase o de su liquidación ya no dan votos porque el ciudadano de a pie percibe que en cuanto los radicales liquidacionistas tocan poder todo se atempera. El día que llegue la liquidación definitiva nadie se podrá apuntar el tanto en Castilla-La Mancha, ni nadie saldrá desbaratado en Murcia. Lo que es seguro es que ese día llegará.
Por lo pronto, y como ocurre casi siempre, nadie está de acuerdo con el agua que pasa bajo sus puentes. En Murcia, su presidente habló directamente de la desaparición de su región, como si la huerta murciana se hubiera fundado en el setenta y siete, y en Toledo las Plataformas del Tajo y del Alberche directamente hablan de fraude de ley y de haberse impuesto los caudales políticos sobre los ecológicos. Avisan de que incluso sin trasvases, con los criterios del Plan Hidrológico de Cuenca actual, la situación del Tajo a su paso por Talavera no cambiaría sustancialmente.
Si la España del posfranquismo y la transición hubiera dejado como herencia el trasvase de aguas, lógico que sería el de la España húmeda a la España seca, esa infraestructura formaría parte hoy del paisaje arqueológico industrial como la central nuclear de Lemóniz o ya se habría producida la secesión de la cuenca cedente.
La Dictadura del General Primo de Rivera, que ponía en el programa de Joaquín Costa “Despensa y Escuela”, en el que el plan de puesta en riego de toda España era fundamental, tuvo claro que la única forma coherente de vertebrar España era a través de sus cuencas hidrológicas. Como buen dictador populista de palo, zanahoria, nacionalismo y arbitrismo decimonónico, intuía que en algunas regiones se prefería que el agua se perdiese en el mar antes que cederla al vecino. Tantos grandes ríos, tantas regiones que se encargaban de gobernar sus aguas. Lo de la solidaridad y todas esas buenas palabras que todo el mundo pronuncia están muy bien hasta que se trata de repartir la riqueza. Me temo, que en lo del agua, hasta que la Península no esté organizada a la manera de don Miguel Primo, la cosa no tendrá remedio.