La de Antonio Martínez Ballesteros ha sido la muerte del hombre normal que siempre fue. A pesar de ser un hombre de teatro, no ha muerto dramáticamente, encima del escenario y recitando el papel protagonista de una tragedia clásica. Se ha ido, con la normalidad de cumplir más de noventa años y de hacerlo con la discreción y la dignidad que mantuvo durante toda su vida.
Para que en España y en Toledo se empezara a valorar a Antonio Martínez Ballesteros y su teatro, tuvo que venir uno de esos hispanistas que en el campo de la Historia, la Ciencia o la Cultura en general, nos tienen que descubrir lo que tenemos delante de nuestras narices sin que nos enteremos. En este caso, sería un profesor de una universidad americana quien a principios de los setenta, cuando uno andaba entre la adolescencia y la juventud, el que viniera a descubrirnos a un grupo de jóvenes escritores de teatro que él encuadraba dentro de una de esas vanguardias bajo el título de “Teatro de protesta y paradoja”.
El profesor George E. Wellworth dio una conferencia en el Centro de Amigos de Talavera, que si no me equivoco estuvo promovida por Emilio Niveiro y el círculo que se movía alrededor de La Voz de Talavera y de El Candil. Allí, en el Casino, nos enteramos de que en los Estados Unidos de América se traducía, se leía, se estudiaba, se representaba y se respetaba a unos jóvenes dramaturgos españoles entre los cuales estaban dos toledanos: Antonio Martínez Ballesteros y Juan Antonio Castro. Junto a ellos aparecían, otros que darían mucho que hablar en el mundillo del teatro en los años siguientes: José Ruibal, Luis Riaza y Miguel Romero Esteo, por citar a los tres más conocidos.
Desde el año sesenta en que Martínez Ballesteros escribió Orestíada 39, fueron más de cien obras de teatro y novelas las que escribió, si bien es verdad que el grueso de su producción teatral más representada, traducida y admirada se concentra en las tres décadas que van de los sesenta a los ochenta del siglo pasado.
Antonio Martínez Ballesteros nunca se cansó de escribir. Un puñado de sus obras fue un éxito -lo que en España quiere decir que se representaron en algún teatro de Madrid-; otras siguieron representándose en los circuitos de los teatros independientes, de vanguardia o de aficionados; otras se siguieron leyendo, estudiando, traduciendo, o simplemente, se quedaron en el cajón de su mesa… Pero nunca se aburrió ni dejó de escribir. Fue escritor hasta el final, ajeno a las modas, al mercado y a eso tan difícil, de resistirse, como decía el director del periódico “El caso” Eugenio Suárez, que es “lo que me pedía el público”. Ahí está su obra.