Desde siempre uno ha oído decir en su pueblo que “tener un pastor tonto es un mal negocio”. Yo, la verdad, nunca he conocido a ninguno que no estuviera en la media de inteligencia de cualquier otra profesión, pero ya se sabe que hay oficios y actividades que arrastran tras de sí un cliché que cuando arraiga es difícil de arrancar del imaginario común. El prejuicio puede venir de aquella práctica que obligaba en tiempos de penuria a poner a los niños al frente de un hato de ovejas o una pequeña piara de cerdos en cuanto eran capaces de andar por ahí buscando tierras que aprovechar. Si era pastor un niño, pastor podía ser cualquiera.
De vez en cuando salen noticias en los medios que informan de la escasez de pastores y de cómo en esa profesión se concentra actualmente buena parte de la inmigración del Magreb. Está claro que la profesión de pastor no goza de prestigio social, por mucho que en algún momento puntual en el tiempo, el anhelo de la vuelta a la naturaleza llevara a los poetas del Renacimiento a cantar sus gozos y a los hippies de los sesenta del siglo pasado a idealizar la vida bucólica de la misma manera. El campo y la vida rural son duros, no hay ningún otro misterio detrás de la despoblación y la España vacía. Cualquier actividad campestre, fuera de las puramente recreativas y de las visiones utópicas al estilo del Alonso Quijano que piensa en su transformación como pastor con la panda de amigos, y de las que se planean para el fin de semana, lleva consigo un coste que sólo una minoría de los que sinceramente hablan de estos temas con soluciones mágicas son capaces de pagar.
Ahora, el consejero de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural de Castilla-La Mancha ha anunciado la creación de una Escuela Regional de Pastores; un campo que uno creía cubierto e integrado dentro de la oferta de enseñanzas de la Formación Profesional de la Rama Agraria, en centros distribuidos por toda la región. Pero en fin, a lo peor estoy equivocado y no es así, y seguro que el consejero cualquier día de estos explicará más a fondo las peculiaridades de esta Escuela Regional de Pastores, que han motivado su singular creación.
El sector primario y todo lo que tiene que ver con el medio rural tiene mal apaño, que diría cualquiera que allí viva, y está muy bien que se busquen soluciones y se apoye con iniciativas como la Escuela de Pastores, aunque a uno le suenen, como tantas otras iniciativas oficiales, con la música de fondo de las Églogas del Tajo de nuestro Garcilaso.