Se sabe y se sabía, pero no se quiere ver y, sobre todo, sobre todo, no se quiere solucionar Se sabía y se sabe que Toledo necesita desde hace años un espacio público para mostrar el arte contemporáneo. Por si existía alguna duda, la Consejería de Educación y Cultura ha organizado en el edificio de Santa Cruz, con los fondos artísticos de la Fundación Caja Castilla La Mancha, una muestra brillante que pide a gritos la urgencia de un espacio propio para el arte contemporáneo.
La exposición, magnifica, de 94 obras, corrobora esa necesidad. La vista se organiza en torno a los cuatro lados del crucero superior del museo. Tal vez la parte más débil se sitúe en el lugar dedicado a la representación de Toledo, donde se incluyen tres obras de Enrique Vera, sobrevalorado habitualmente. En cambio, las tres partes restantes del crucero resultan espectaculares, sobresaliendo el apartado titulado “Más allá de la figuración: concepto, expresión y abstracción”. Le sigue en interés el ala denominada “En las fronteras de lo real: ficción, sueño y verdad”. En cuanto al “Grupo Tolmo” muy bien, pero faltan nombres, si se entiende en sentido amplio, como se ha hecho con la selección de obras expuestas.
Con estas obras, más las almacenadas del desaparecido museo de Arte Contemporáneo, entre las que se encuentran, lánguidas de tristeza por el olvido, las piezas de Alberto Sánchez, más la inclusión de nombres y obras que faltan, más la colección de obras del polacp enamorado de Toledo Marian Kratochwil, que se pudo contemplar el verano pasado, se pondrían sólidos cimientos de ese espacio público imprescindible para el arte contemporáneo de Toledo.
Resulta difícil entender las resistencias de los responsables políticos y técnicos a que Toledo disponga de un espacio para la contemplación del arte local del siglo XX y XXI. Es amputar la historia con una guillotina irracional. El resto de provincias de la misma Comunidad sí disponen de estos lugares. Toledo no compite con nadie. Simplemente mostraría, para una mejor comprensión de su historia cercana, las obras de una época que supera a los siglos más brillantes del arte hecho en Toledo. Y por si no fuera suficiente, la presencia de la obra de Roberto Polo, colección CORPO, en el edificio de Santa Fe, añade argumentos más que sólidos para justificar la necesidad de ese espacio expositivo en Toledo. Ambos espacios se completarían y nos permitirían situar el arte local en sus concomitancias y diferencias, en sus calidades y defectos, con el arte europeo que expone CORPO. Toledo no puede ignorar el arte de los siglos recientes, hecho por nativos o allegados, entre ellos, algunos ilustres japoneses.
Para terminar, se anunció que la exposición podría ser itinerante. Nada se puede objetar sí al final de la trashumancia de las obras no se dispersan entre despachos e instituciones como parece anunciarse. Disgregar la obra supondría la desaparición del proyecto que inició la Caja de Ahorros de Toledo y se reformuló con CCM. Una acción semejante supondría otro expolio más que agregar al de otras obras de la colección de la antigua Fundación, de autores nacionales como Canogar, Yturralde, Saura, Zobel, Millares, Sorolla y otros, que han desaparecido de la Fundación. Por si faltaban razones, que no faltaban, la exposición argumenta de manera incontestable sobre la necesidad de disponer de un espacio público expositivo que cuente la historia de Toledo en su versión completa. La historia de Toledo no terminó en el siglo XVII y ni siquiera en el XVIII y el Neoclásico. La historia y el arte continuaron en los siglos siguientes.