Se ha puesto en marcha una nueva revolución: la energética. Y como toda revolución, por muy pequeña que parezca, cuenta con poderosos enemigos. Entre ellos la ignorancia ciudadana, la indiferencia de algunos gobernantes ensimismados en políticas antiguas, los intereses de quienes no pierden de vista el uso de puertas giratorias y, por supuesto, las empresas que explotan los combustibles fósiles, los grandes beneficiarios del comercio con el gas o la energía nuclear. Son empresas poderosas que siempre obtienen ganancias, exista o no inflación, se produzcan o no emergencias climáticas, se organicen guerras cercanas o lejanas. Pero la nueva y pequeña revolución energética es una oportunidad, un nicho de rebeldía de los consumidores e instituciones públicas contra la tiranía de los precios que imponen los mercados. La nueva revolución energética, se fundamenta en el autoconsumo, la producción y distribución de cuanta energía los usuarios sean capaces de generar.
En un modelo semejante las empresas energéticas pierden mercados. Y si pierden mercados, pierden beneficios. Y perdiendo ambos, pierden un poder que no están dispuestos a que les sea arrebatado. De ahí que se estén posicionando por el control de las energías renovables. Las grandes compañías están trazando el mapa de las vías y carreteras de conducción de energía a partir de nuevos lugares de producción. Los territorios a colonizar son los territorios abandonados, las extensas propiedades sobrantes de terratenientes o fondos de inversión, siempre que estén cercanos a grandes núcleos de consumo energético.
En un diario de tirada nacional (El País, domingo 12 de marzo) en un texto sobre esta pequeña revolución, Castilla-La Mancha figuraba como el segundo territorio, tras Andalucía, con mayor número de proyectos aprobados de producción de energías limpias. Se entiende fácilmente, Castilla-La Mancha se sitúa próxima a Madrid y colindante con Levante. La Geografía convierte a la Región en un lugar estratégico para la producción de energías limpias. Sin embargo al margen de este gran proceso de transformación energética quedan los pueblos y lugares que forman parte de la llamada España vacía. Y esta revolución que sería una oportunidad de redimirse del abandono secular, parece que pueda perderse. Castilla-La Mancha se está convirtiendo en un gran “hub” de logística, de suelo, de agua o ahora de energías limpias. Lo cual, si no se remedia, puede es una forma de un neocolonialismo interior que explota recursos que son ajenos y deja escasos o ningún beneficio en los territorios, cuando no simplemente los empobrece más.
Ante este escenario varios municipios, entre ellos Noblejas, se han puesto a trabajar para que esta pequeña revolución de los consumidores de energías limpias, potenciadas y avaladas por la Unión Europea, no pase de largo de sus núcleos de población, históricamente castigados por la emigración a los grandes centros de producción y la consiguiente despoblación. El objetivo es que la producción, consumo, distribución y transporte de energía no solo sirva para abastecer a los grandes consumidores, sino para desarrollar el propio territorio y beneficiar a sus pobladores con precios asequibles para el consumidor, con capacidad energética para reubicar industrias y para detener nuevas oleadas de emigración y abandono de tierras.
Los municipios históricamente son la base de la cohesión social. Pero esa cohesión se rompe si la gente tiene que abandonar sus municipios para desplazarse en busca de mejores servicios o puestos de trabajos, aunque peores condiciones de habitabilidad por la carestía de la vivienda. Nacen así los desarraigos y otras formas de descohesión colectiva con la consiguiente desorientación social y política. Se repite una vieja historia: cuanto más dueños sean los habitantes de los pueblos de sus propios recursos, más libres serán y, a su vez, más y mejores ciudadanos para reforzar las instituciones democrática y contribuir al diseño de su presente y su futuro.