Habrá que elevar preces no para rogar que el papa Francisco vaya al cielo antes o después, que eso son asuntos de poder interno entre clérigos cristianos más dado a sus enfrentamientos que al amor fraterno, sino para terminar con las matanzas en Gaza. Para que el Yahveh vengativo deje paso al Yahveh compasivo y piadoso. He pensado antes de escribir este texto en formato local, pero he llegado a la conclusión que también en lo local debe encontrase alguna reflexión sobre cuánto está sucediendo en Gaza y, por qué no, también en Ucrania, aunque sean guerras distintas. Esta última es el resultado de una añoranza de tiempos pasados, de cuando Rusia era un imperio. Y es que todavía hay países y personas que viven en un pasado que dejó de existir hace mucho tiempo, si es que alguna vez existió. La guerra de Palestina es distinta. También hunde sus raíces en un pasado arcaico (solo hay que leer la Biblia), pero con connotaciones de presente. Más actuales.
La historia comienza cuando la ONU, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, y abrumados los supervivientes por el inmensa matanza que se había desencadenado, reconoció a Israel como Estado con derecho a disponer de un territorio propio. Se desalojó una parte Palestina, que no existía como Estado. Desde aquella probación se iniciaría otra historia, distinta, diferente, inagotable en crueldades, que acabaría con el espíritu de concordia de la ONU. La actual crisis de la ONU así lo manifiesta. El Estado de Israel comenzó una etapa expansionista que está culminando ahora. El pretexto fueron los ataques terroristas de Hamás del mes de septiembre y la obscenidad de su espectáculo, retrasmitido en directo. Se diría que se había preparado por Hamás para motivar una intervención que, ya estamos comprobando, va más allá de una venganza por un atentado terrorista con rehenes. Lo que Israel está haciendo pretende erradicar a toda una población de un territorio por la destrucción, la muerte y el hambre para ocupar un lugar que reclaman como suyo por una especie de herencia divina. De nuevo hay que leer la Biblia para entender mejor el conflicto del año 2024 y analizar comportamientos antiguos tan bárbaros entonces como bárbaros son los del presente. ¿Hasta dónde puede llegar una acción vengativa? ¿Se puede disparar contra gente que se agolpa por un saco de harina para escapar de una muerte por hambre? La matanza de la semana pasada es la expresión máxima de una crueldad infinita.
Pero tan cruel como lo que está sucediendo en Gaza es la indiferencia de las Naciones y los Estados. De sus dirigentes y de sus ciudadanos, o sea, nosotros que vivimos en un territorio pequeño en un país que afortunadamente defiende una apuesta para aquellos lugares por la paz y la convivencia. Indiferentes y distantes, preferimos céntranos en nuestro día a día mezquino y miserable, sin dejar un espacio para exigir cívicamente el final de una guerra de exterminio en Gaza o, una guerra de contornos imperialistas, en Ucrania. ¿Quién, como parte de la humanidad, se puede sentir ajeno a tanta destrucción, a la matanza de niños, mujeres y hombres condenados a sobrevivir sin recursos, sin alimentos, sin sanidad, sin higiene, sin casas? ¿Cómo cerrar los ojos ante estos hechos?
Tal vez este escrito sea una forma de manifestar rebeldía contra unas acciones insoportables como seres humanos y una llamada a los demás ciudadanos y los Estados para que el actual presente inhumano no se convierta en nuestro futuro. Porque la barbarie distante también es nuestra barbarie posible. La indiferencia y la equidistancia no son ninguna opción, aunque creamos que nada de cuanto sucede nos afecta.