Los acontecimientos recientes de Mocejón (Toledo), tristemente trágicos, presentan rasgos diferenciados con otras muertes, seguramente tan inexplicables y dolorosas como esta. El primer rasgo es la edad. Un niño, que pedía pista para entrar en la pubertad, muere asesinado de manera irracional y fatídica. Horrible e indescriptible. El segundo, el comportamiento de su familia. Elige un portavoz, sensibilizado con la emigración, con las miserias de la vida en África, conocedor de la política europea, española, en la que existen grupos dispuestos a atribuir a los inmigrantes, sobre todo si son de color, la condición de maldad ilimitada. Tenemos derecho a salir a la calle con tranquilidad o algo semejante, había manifestado recientemente el Sr. Feijóo en alusión a la distribución territorial de emigrantes, amontonados en las islas Canarias. Por un hipotético puñado de votos hay gentes que pierden cualquier perspectiva humana.
El tercer rasgo es la eficacia de los equipos de investigación. Su rapidez en la detención del presunto asesino y su dedicación abortó el intento de reproducir aquí la violencia xenófoba de Irlanda o del Reino Unido. Querían crear el caos. El caos es rentable. Con el caos de ochocientos mil votantes se puede conseguir un eurodiputado. Con el caos de millones de ciudadanos, gobiernos como el de Argentina. ¡Qué ardan las calles!, había escrito un personaje de profesión generador de odio. A pesar de la infatigable actuación policial, de la que nos debemos sentir orgullosos, al portavoz de la familia lo calificaron de todo quienes se apuntan al combate contra los otros sean de color o los propios nacionales. Nada hay que irrite más al facherío que el compromiso humano de las gentes con los demás. Y el último rasgo, la reacción de los habitantes de Mocejón. No parece que quienes buscan basura e inmundicia en casos tan dramáticos hayan encontrado terreno propicio.
Mocejón es un pueblo laborioso que busca construir su vida y las de sus hijos en un ámbito de tranquilidad, como otros muchos pueblos de España. En el Ayuntamiento se han sucedido alcaldes de izquierda y alcaldes de derechas. Tanto unos como otros han intentado trabajar, acertada o equivocadamente, para conseguir lo mejor para el pueblo. La democracia ha funcionado razonablemente. La vida gana entonces en calidad. Los niños hacen lo que deben hacer, que es jugar, sus padres viven tranquilos porque saben que en su pueblo no pasa nada. Los pueblos aún son afortunadamente acogedores y protectores. Esos mismos padres lidian diariamente con sus preocupaciones, sus inquietudes, sus contradicciones, sus malestares difusos, la felicidad siempre difícil. Los vecinos acompañaron de forma callada a la familia en su pena profunda. Sintieron, aunque no tan fuerte como esa familia rota, el dolor turbio que surge en la muerte sin sentido, puro absurdo, de un niño.
Manifestaban su solidaridad calmada, pero necesaria, cuando se quiere que la vida transcurra por igual en un lugar accesible, amable sin los prejuicios de quienes creen que la vida no tiene el mismo valor para todos, sean del color, de la religión o del sexo que sean. Así que debemos aplaudir a los pueblos que apuestan desde antiguo por proyectos de convivencia en paz.