Fue Guillermo de Ockham, fraile franciscano del siglo XIV, quien nombró por vez primera el principio de economía o parsimonia, que la filosofía escolástica conoce como la navaja de Ockham. Según el pensador medieval, cuando dos teorías coinciden en explicar las causas de un acontecimiento, suele ser más válida aquella que es más sencilla.
Dicho de otra forma, aquello que es más complejo tiende a ser reducido o comprimido en axiomas claros y diáfanos. De esta manera, habría de recortarse todo aquello prescindible a la hora de explicar la fenomenología. Algo parecido ha hecho Pedro Sánchez siete de siglos después con la navaja abierta de par en par. La navaja de Pedro ha funcionado en todos los sentidos. Rebaña y refulge en el sábado sangriento más aparatoso de la Historia. La matanza de Texas al lado de esto es el cuento de Mujercitas. Pero Pedro lo vale y economiza. Como el franciscano, igual que Ockham explicaba su navaja.
Para empezar, no ha tocado a los de Podemos, que es tanto como decir qué necesidad tengo de crearme problemas donde no los hay. Y ha hecho lo que mejor sabe desde que conocemos al personaje en política, pedrear; a saber, quemarse a lo bonzo, saliéndose en el último momento con la lata de gasolina y la cerilla para que arda el resto menos él. Es un fenómeno de primera. En política se estudiará Pedrología como a Nicolás Maquiavelo en El Príncipe. Un líder debe ser más temido que amado. César Borgia, una hermanita de la caridad.
La ciudad se quema y Nerón toca el arpa hasta la próxima. Ha tirado por el barranco al caimán Redondo, que ha dejado una cuartilla escrita a modo de testamento. Ya lo dijimos aquí no hace mucho. Cuando uno necesita ponerse en cruz ante el mundo para decir que se tiraría por el barranco, lo más probable es que vea muchas series de televisión y no tenga la confianza del jefe. Recuerda Juan Antonio Calleja, diputado del PP por Ciudad Real al que Redondo soltó lo del barranco en comisión parlamentaria, aquello de “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”. Los conversos se untaban de tocino para demostrar su cristianismo incierto ante la Inquisición. Al final, Torquemada ha levantado la pira y ha extendido las cenizas por el barranco.
Aquí, en la Mancha, ha llamado mucho la atención el nombramiento de Isabel Rodríguez. Dicen los malos que Pedro le prepara la cama a Page. Bastante tiene Pedro con lo suyo como para preocuparse ahora de otras llamas. Echa mano de la alcaldesa de Puertollano porque fue colaboradora de los primeros momentos y, aunque tuvieron lo suyo tras el comité de la discordia, sabe que es buena y eficaz como pocas. Rodríguez le va a poner sintaxis al consejo de ministros, que no es poco. Y no creo que tenga veleidades ahora de ningún tipo. El sábado entró por teléfono en el comité regional del Psoe y todo fueron parabienes. Page estaba contento y tenía motivos. No descarto que Pedro se envuelva en la bandera de España si los indepes se enrocan. Quita a Iceta y pone a Isabel, que aparte de ser reina los martes, será la sonrisa de Pedro.
El PP de la región ha terminado sus congresos y Núñez integra la disidencia en Cuenca y Toledo. Benjamín y Charly vienen de la otra orilla, pero ahora toca remar juntos cuando quedan dos años y algo se mueve. Pese a ello, las cosas no serán fáciles, entre otros motivos, porque fue el propio Núñez quien quitó a Page el baldón de la segunda legislatura y le señaló el camino libre y expedito para presentarse. La pandemia ha hecho estragos y la política va a velocidad supersónica. Emiliano cubre los flancos con los indultos y también prepara su congreso de octubre, quince días después del federal. No hay tiempo que perder y el trabajo es duro.
La navaja de Pedro ha sido tan afilada que bien podría venir de Albacete. Escrivá, desde luego, se ha salvado. La legislatura es larga y como el propio Sánchez se encarga de recordárnoslo, quedan todavía treinta meses. De aquí a entonces, todos calvos y con fondos europeos. Ábalos y Calvo son las dos puntas de la faca, que han brillado con luz propia. Nada queda del principio de los tiempos, salvo él, salvo Sánchez. A un colaborador de inicio que pudo permanecer a su lado, le pregunté por qué no lo hizo. Me contestó que notó frío en su mirada. Estoy seguro que ya entonces le vio la navaja en el bolsillo.