Rafael Álvarez El Brujo representó la otra noche el Lazarillo en la Puebla de Montalbán. Acababa de recibir el Premio Celestina a su trayectoria en la cuna de Fernando de Rojas. Pocos sitios mejores para quien es una de las almas claras y certeras que reinterpreta a los clásicos. Porque la gran virtud del Brujo es que ha sabido actualizarlos, limpiarlos y traerlos a este tiempo, mezclando los textos antiguos con morcillas de su invención. En realidad, sus intervenciones son una gran morcilla, pero salpimentada de la gracia, el ingenio y el entusiasmo de quien se ha tragado los clásicos y vive para encarnarlos. El otro día habló del comunismo, la libertad y el médico Simón. Ha dejado su impronta por los pueblos de España, donde se ha visto cara a cara, como Lázaro, con la verdad descarada. Ir de juglar por las plazas es poner un espejo a la panza de España y trazarle un retrato. Como a los que comían jamón en los soportales de la plaza en la Puebla. Los puso finos, con razón. Él trabajaba y los otros comían.
Volver al Lazarillo es siempre reparador, pues supone el reencuentro con el género más típicamente español. En contra de la leyenda negra que inventaran los ingleses, a los que vivían dentro no les hacía falta más leyenda que el propio hambre que surcaba sus tripas. Es por ello que nace en España un género único, la picaresca, que alcanza nuestros días. Este mismo fin de semana en el WiZink Center, se preparó el mayor evento de criptomonedas y metaverso del mundo. Un acontecimiento que había levantado las tripas de la izquierda y las hacía sonar. No hizo falta prohibición alguna, pues ya ellos solos se pisaron la manguera. Les falló la wifi y no hubo tal. Sin wifi no hay paraíso ni criptomonedas ni metaverso. Para que se pongan un poquito en su sitio, como hizo Lázaro con el ciego.
El hambre agudiza el ingenio, asegura el dicho, y la abundancia lo ciega. Macron dice que se acabó su tiempo, el de la abundancia, y los lázaros ya corren por las paredes. Los primeros pícaros han sido ellos, los mandatarios, que ocultaron la verdad al pueblo dándole a la maquinita del dinero. Hasta que ya el dinero no tuvo valor alguno y destapó la guerra y la miseria. Ponga un Putin en la vida para echarle las culpas de todo. Pero mientras bastaba con el papel y la impresión, los pícaros callaban, como Lázaro cuando el ciego cogía las uvas de dos en dos. El silencio a veces es atronador, el mayor de los tormentos y las acusaciones. Quien calla otorga, dicen también. Y el pueblo ha callado vilmente mientras le daban las migajas de la máquina que ha triturado en silencio la economía. Ahora el dinero no vale nada y, ¿quién tiene la culpa? Los gobiernos dicen que no pueden con la inflación y es el mercado. Hay que darles una hostia en el poste como hizo Lázaro con el ciego. Ya está bien de mentiras y desahogos.
Dijo El Brujo al final de su actuación que hiciéramos como el Lazarillo y viviésemos sin miedo. Es la gran lección, sin duda, una de ellas, que se extrae del clásico. La otra podría ser que miseria llama a miseria y produce miserables. Por no ir a La Celestina y hablar de Pármeno, Sempronio, la corrupción y la codicia. Vivimos en un mundo de clásicos desvertebrados que, sin embargo, siguen repitiéndose sin fin. La propia Historia es una noria que vuelve al cangilón de inicio. Y eso es lo que da miedo. Weimar cayó por la inflación y luego llegó el horror. Es cierto lo que dice el Brujo. Hay que vivir sin miedo y, como Lázaro, mandar a la mierda a los que manejan el tinglado.