Cambiar el mundo desde la ética
Decir que el ideal ético está de moda en la actualidad sería una auténtica boutade si no fuere para referirnos a ello desde el anhelo de personas y colectivos -difícil de cuantificar- que la consideran imprescindible para la construcción de un mundo más humano. La tozuda realidad nos habla de que se ha instalado en nuestra sociedad posmoderna un relativismo ético y moral rampante que afecta a todos sus campos de acción: la corrupción, las malas prácticas políticas y económicas, la falsedad, el engaño, la violencia, la extorsión… hoy se viven con gran indiferencia conduciendo muchas veces a considerarlas cuestiones normales o aceptarlas como una fatalidad.
Por eso ha llamado mucho la atención que una ministra del actual gobierno haya dicho en un foro de diálogo que “los políticos tenemos un cometido: cambiar el mundo desde la ética”. ¡Qué bien el reconocerlo y qué gran verdad! ¡pero al mismo tiempo qué gran sofisma cuando la realidad de las palabras está desautorizada por la realidad de los hechos! De todas formas, sus palabras no dejan de ser una buena noticia.
El gran colectivo -que lo hay en el mundo de la política, de lo social, lo económico, lo religioso- que clama con esperanza por la presencia ética en la vida personal y social tiene la convicción de que sin ella no es posible la convivencia y el progreso humano integral tan fundamentales para la buena salud de nuestras instituciones sociopolíticas y económicas.
Desde las hermosas palabras de esta ministra, hemos de colegir que el mundo ha de cambiar, y ha de hacerlo desde y con postulados éticos y morales. Pero he aquí, y se constata, que hay muchos políticos que, en este mundo sin ética, se sienten muy cómodamente instalados en su confortable status de profesionalidad política y con muy pocas ganas de cambio. Pero también es constatable, cómo otros políticos, que sí sienten la necesidad de cambio, pero, aprovechando la desilusión y el clima de frustración social de los ciudadanos de a pie, llevan a su praxis política y promueven en las campañas electorales y cuando están en la oposición políticas populistas y demagógicas que olvidan al llegar al poder: les sobra la ética. Prácticas que, sin duda, no solo se aprecian en el ámbito político, sino que también están muy presentes en todas las facetas de la vida cotidiana.
Pero aparte de esta doble constatación, aunque no al margen, hoy en nuestra sociedad posmoderna existe otra realidad que es determinante para que este cambio social se realice éticamente: la disociación práctica entre los fines éticos y los medios adecuados para conseguirlos. El fin ético no es una idea abstracta, es la meta a la que deseamos llegar y que implica como supremo valor la dignidad de la persona, de cualquier persona. Esa meta no se puede disociar de los medios que utilizamos y que han de tener muy en cuenta también dicha dignidad. En cualquier acción ética no se puede lograr un bien justo con medios injustos. La sabiduría popular ha declarado siempre que el fin no justifica los medios. La historia de la humanidad está llena de acontecimientos que para conseguir fines buenos se han cometido crímenes atroces al utilizar medios perversos. Y de esta desconexión, el mundo de la política diaria está plagado de contenidos. No se puede conseguir un fin político que se cree bueno mediante la violencia, la mentira, o el fraude de ley; no se puede conseguir el bien de la madre mediante el aborto provocado o terminar con el sufrimiento de una persona enferma mediante la eutanasia cuando existen medios dignos y justos para conseguir la solución de posibles conflictos y dilemas humanos; como no se puede trabajar por la paz mediante actos violentos. Son solo algunos ejemplos.
GRUPO AREÓPAGO