San Valentín
Imbuidos a estas alturas de nuestro castizo San Valentín, pareciera que no todas las historias de amor estén en su mejor momento, ni los enamorados como para regalarse precisamente flores. Y es que en las relaciones de pareja, todo influye, unas veces por una simple cuestión de tamaño como los trenes y los túneles, otras por no dar el famoso sí quiero, o darlo, o darlo y quitarlo, o quitarlo y darlo, a veces incluso por los propios animales, de compañía, domésticos, granja o silvestres, no digamos por la cesta familiar, que a día de hoy el contigo pan y cebolla, ya no sale tan barato, sin contar el destino de las vacaciones o luna de miel que en caso de desamor por alguna de las partes, bien pudiera convertirse en un plantón en toda regla, lo cierto es que en estos tiempos cada vez es más difícil mantener viva la llama del amor, sobre todo si como decía Marx, de nombre Groucho, no el otro, los enamorados actúan más como la parte contratante de la parte contratante de un acuerdo prematrimonial que por las flechas de Cupido, y si ya de jovencitos alguno de los contrayentes no podía dormir tranquilo y otro se quería apropiar del mando, de la televisión, imagínense una vez casados la convivencia, aunque el matrimonio fuera de conveniencia.
Como casi siempre, es el entorno de la pareja quienes más sufren estas desaveniencias. En primer lugar los compañeros y compañeras de trabajo. Mientras unos buscan alianzas con sus amigos de más tiempo, otros lo hacen con los más afines y si hiciera falta hasta con ese que sabes que siempre quiere sacar tajada tuya, lo importante es llevar la razón y que te la den claro, y si no te la dan, pues hasta con los compañeros de la empresa rival.
Luego vienen familiares, hijos y vecinos, los que de verdad sufren las consecuencias en sus propias carnes, y es cuando hay que decir basta.
Cuando las decisiones, desafecciones o permisividad de alguna de las partes, afecta literalmente a la seguridad de muchas y muchos, cuando el error salva más que condena a los culpables, cuando simplemente un error, a buen seguro sin intención explícita, pero de graves consecuencias para víctimas que más que superar el trauma, pudieran incluso empeorarlo, ni hay partes contratantes, ni matrimonios de conveniencia ni acuerdos prematrimoniales, y aunque el error nunca debiera haberse producido, rectificar es de sabios y cuando antes se haga menos sufrimiento e injusticias causará.
En fin, y tras el serio paréntesis, e imbuidos del espíritu de nuestro castizo San Valentín, no sabemos si se murió el amor, como decía Rocío Jurado, de tanto usarlo, lo que sí sabemos es que cuando no se usa el diálogo acaba muriendo y sus consecuencias afectando al resto, y es entonces cuando hay que dejar a Rocío Jurado y poner a Pimpinela.