"Porque esta agua es más pesada". Así respondí de niño a una pregunta de mi padre en un alarde de ingenua certeza. Esta respuesta mana de uno de los recuerdos de mi infancia. Eran unos terrenos de mi abuelo que contaban con un pozo artesiano. Daba vida a un huerto y algunos frutales. "Nunca a las viñas, nunca", aseguraba convencido mi abuelo de la pérdida de calidad del vino.
Con el paso de los meses, en aquel pozo mágico –que siempre disponía de agua– fue disminuyendo, lenta e imperceptiblemente, la altura de su lámina cristalina. A pesar de que yo crecía, el agua del pozo me resultaba cada vez más inalcanzable. Fue cuando mi padre decidió instalar una pequeña bomba, suficiente para el riego de los cultivos y el mantenimiento de la zona de los árboles.
No pasaron dos veranos y a esa bomba se le unió otra similar, pero instalada en un pequeño barranco cercano. Convivieron ambas una corta primavera hasta que decidieron dejar de usar el agua del pozo. "¡A ver si se recupera!", ansiaba mi abuelo. Pero, el pozo no se recuperó.
Coincidió con el hecho de que el agua del pequeño arroyo se tornó intermitente. Su calidad empeoró, el agua residual cada vez tenía una presencia más notoria a medida que disminuía el caudal disponible. Esto condujo a mi padre a descartarla como solución de riego, volviendo a instalar una bomba en el pozo. Una nueva ya que la anterior no podía elevar cantidad alguna.
Y aquel pozo en el que nos habíamos podido refrescar sin apenas inclinarnos en su brocal, fue escondiéndose, haciéndose invisible. Como si el líquido huyera a lo más profundo. Su círculo se volvió oscuro y perezoso, sin ganas de reflejar el horizonte.
Me sorprendió que volvieran a extraer agua del pozo. Más aún, ¡si ya no se veía el agua! Llegado este punto, mi padre me inquirió: "¿Por qué crees que prefería regar con el agua del barranco, que está más lejos, antes que sacar la del pozo?". "Porque esta agua es más pesada, papá", contesté con firmeza.
Me permito compartir esta experiencia personal porque hoy, la ONU nos propone “hacer visible lo invisible” para generar conciencia sobre la importancia del agua subterránea. En uno de los pocos estudios a nivel global sobre este tema –publicado en abril de 2021 en la revista Science por Scott Jasechko y Debra Perrone–, sobre la base de datos de 39 millones de pozos en 40 países, se calcula que prácticamente un cuarto del número total de pozos está en riesgo inminente de quedarse secos.
Un gran porcentaje mayoritario se ubica en acuíferos sobreexplotados. Y añadiría que, en la mayoría de los casos, se perforan en zonas geográficas que sufren estrés hídrico.
Todo lo anterior convive con la realidad de que el agua dulce disponible visible se encuentra mayoritariamente en los glaciares y cascos polares –cerca del 70% sobre los 34 millones de km³ totales de agua dulce del planeta–. El agua de ríos, embalses y lagos, en contra de lo que quizá pudiéramos pensar, no supone ni cien mil km³, apenas un 0,3% del total del agua dulce.
Por lo tanto, la relevancia del agua subterránea, del agua invisible, nos lleva a la cifra de, prácticamente, un 30% sobre el agua dulce total disponible. ¡Y es la más desconocida!
No le faltaba razón a ese niño que fui en definir a la que proviene del pozo como el agua más pesada. Está claro que no científicamente. Conocemos como agua pesada aquella en la que el deuterio, isótopo del hidrógeno, substituye al otro isótopo más común del mismo hidrógeno, el protio. Pero, mi referencia al peso identificaba la mayor dificultad en obtenerla.
Interpreto que en mi reflexión infantil, veía que bajaba su nivel y, por lo tanto, lo atribuí a que pesaba más. En parte es real, ya que el coste energético asociado a impulsarlo desde niveles dinámicos cada vez más profundos encarece enormemente su uso.
El cambio climático nos obliga a afrontar grandes retos como los recogidos en el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 6 dedicado al agua. Aunque el principal reto será comprender la interrelación profunda para hacer los cumplimientos de todos los ODS compatibles entre sí.
Por ejemplo, el propio ODS 6 con su influencia directísima en el cumplimiento del ODS 7, sobre energía, y en los ODS 3, 12, 13, 14, 15 y 17, entre otros. Dicho de otra manera, el establecimiento de las alianzas entre la salud humana y la de los ecosistemas terrestres y marinos, el combate del cambio climático, nuestro compromiso personal por la producción y el consumo responsable, alimentado por energía renovable y con la seguridad del agua como flujo de vida.
Otras evidencias se basan en los datos científicos presentes en las últimas décadas. Perfectamente recogidas en las publicaciones de los dos grupos de trabajo del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC).
El sexto informe publicado en agosto de 2021, previo a la COP 26 de Glasgow, nos alerta de la generalización, rapidez e intensificación del cambio climático. Y el segundo, publicitado en febrero de 2022, se concentra en los impactos, la adaptación y la vulnerabilidad que provoca la crisis climática.
Por lo tanto, ya no hay predicción discutible, sino constatación y necesidad de acción. Disminuía el nivel estático del pozo y el caudal del barranco mutaba su composición de agua pluvial a residual aceleradamente.
Tenemos buenas noticias: conocemos las soluciones. Aunque no son singulares ni simples. Requieren de gestión, tecnología y buenos criterios de gobernanza. Y un gran soporte digital para poder aplicar técnicas avanzadas. Sólo midiendo se puede gestionar. De ahí la importancia de disponer de datos fiables, transparentes, trazables y homogéneos.
Sin duda, el principal de los retos es evolucionar desde la experiencia y conocimiento de mi abuelo a la incorporación de la gestión sobre datos que hace la generación de sus nietos. En esa ecuación virtuosa, los parámetros de calidad y seguridad hídrica resultan fundamentales para garantizar la biodiversidad de los ecosistemas naturales.
La energía de nuestra implicación personal en conseguir los cambios de paradigma constituirá la parte esencial del éxito. ¡Salud en el Día Mundial del Agua!
*** Narciso Berberana es chief strategist officer de Agbar.