¿Por qué está de vuelta el estoicismo? No sé si la propia pregunta es correcta, ya que quizás este nunca desapareció. Prueba de ello son tantos y tantos filósofos que beben de él a lo largo de la historia: Montaigne, Spinoza, Kant, Deleuze, etcétera. Quizás sería más atinado afirmar que el estoicismo es una de las corrientes filosóficas que más incidencia ha tenido en el desarrollo de la filosofía occidental, dato que merece por sí mismo más atención.
Sin embargo, sí nos podemos preguntar por qué actualmente se escucha tanto hablar de estoicismo y, todavía más curioso, desde ámbitos aparentemente poco ligados a la filosofía. En este sentido, fuera bueno preguntarnos a qué vacíos puede estar dando cuenta el propio estoicismo y qué similitudes tiene nuestro contexto actual con aquel otro a través del cual se desarrolló esta filosofía.
Me centro en este artículo en desplegar qué repuestas puede estar dando esta filosofía a nuestro contexto y me gustaría hacerlo atendiendo a seis características con las que identificar esta escuela: serenidad, sencillez, humildad, atención, solidaridad y equilibrio.
Nuestro tiempo es, primeramente, un tiempo de ansiedades, angustias y depresiones. Este sentir generalizado dice de nosotros, de nuestra precariedad y prisas, también de la sensación de alarma generalizada e incertidumbre. Con tantos fuegos por apagar, propios y comunes, ¿cómo mantener cierta serenidad mental sin caer en el pensamiento computacional de la IA que tanto admiramos y que tan alejados nos mantiene de nuestro pensar humano? ¿Cómo mantener la cabeza clara y el corazón cálido?
El horizonte estoico de la serenidad es quizás el anhelo más urgente de nuestro presente y la motivación más clara y evidente de que tantas personas se estén acercando a sus enseñanzas y prácticas. Y, efectivamente, el estoicismo provee de un camino preciso para acercarnos a ella.
Por otra parte, nos encontramos con una filosofía cercana. Cercana, primeramente, respecto a nuestro contexto cultural. Desde hace décadas han sido las tradiciones orientales las que han tenido una preeminencia en dar respuestas a ciertas inquietudes e insatisfacciones que la cultura y tradición occidental no estaban pudiendo formular, sea por desconfianza o por menosprecio, por poner algunos ejemplos.
Sin embargo, el estoicismo es una tradición centrada en dar respuesta a la pregunta del porqué del sufrimiento y también en ofrecer vías para sobrellevar y atenuar la dimensión disfórica de la vida, aquella que cuesta sostener. Lo hace, seguidamente, con un lenguaje sencillo, no solo cercano en conceptos e ideas, sin querer blanquear la realidad efectivamente dolorosa de la vida, sino que señalan cuatro virtudes a desarrollar: moderación, disciplina, valentía y justicia.
Esta sencillez, que solo demanda vida y no estudios de filosofía, se combina, además, con una clara humildad. No señalan una dimensión divina en el hombre, no esperan de él ningún acto heroico, solo, aunque este solo sea en realidad lo verdaderamente heroico, una vida serena y virtuosa.
Para nuestro presente, donde la cacofonía de tantas voces e informaciones solo produce más confusión, encontrar un discurso coherente, sencillo y aplicable es una tabla donde encontrar cierto asidero y brújula.
La atención como clave
Esta sencillez todavía queda más clara si ponemos encima de la mesa la pregunta ¿dónde está nuestra atención? Por doquier se reclama nuestra atención. Externamente, es claro, hay infinidad de elementos, abanderados por la publicidad y las redes sociales, que reclaman nuestra atención.
No obstante, también internamente somos reclamados por una dinámica de pensar ejercitada en ir apagando fuegos, en una preocupación constante y en un no parar. Deberíamos tener presente que allá donde ponemos la atención es donde estamos y el tipo de atención que tenemos a cada momento muestra cómo estamos.
Hoy a nuestra atención y, con ella, a nosotros, le cuesta estar centrada, sosteniéndose en el tiempo. No pudiendo estar centrada también le cuesta mantenerse íntegra. De ahí que la experiencia más común en nuestro día a día sea la de sentirnos fragmentados, con multitud de ventanas abiertas, a medio hacer y con la sensación de emergencia por no poder cerrarlas.
El estoicismo sabe que la atención es clave para la serenidad. No se puede estar sereno si no hay presencia. No puede haber presencia si la atención yerra sin destino, muchas veces, además, haciendo por hacer.
Son, ciertamente, también, tiempos individualistas. Sigue siendo una bandera que ostentar la de la independencia. Mostrar a los demás que podemos y, además, solos. Independencia en el hacer y también en el sentir. Somos una sociedad en la que la convivencia con lo emocional queda reducida al ámbito íntimo, aunque este, día a día, va menguando, pues cada vez es más reducida la familia, lugar quizás más propicio para esta intimidad.
El estoicismo en este sentido también ofrece salida, de nuevo sencilla, obvia incluso, pero necesitada de ser señalada otra vez. El estoicismo devuelve al ser humano a su lugar en el cosmos, a la naturaleza, de donde marchó a partir de la Modernidad. El ser humano forma parte del mundo.
De esta obviedad quiero destacar dos conclusiones que saca el estoicismo. La primera es que estamos hermanados los unos con los otros y en nuestras acciones debe primar el principio de solidaridad. La segunda es que somos seres resonantes, esto es, que, metafóricamente, soñamos con el mundo, más armónicamente o no, pero resonamos. Interdependencia, solidaridad y resonancia, tres elementos que nos permitirían recordar que habitamos una única casa de forma conjunta, afectándonos lo unos a los otros.
El equilibrio, finalmente, aparece cuando tenemos presente lo anteriormente dicho. Los estoicos lo nombrarán justicia: la necesidad de actuar y pensar acorde a un orden que justamente se mantiene, porque las partes que lo componen actúan según su medida, sin la hybris o el orgullo de creerse por encima de él.
Repasando el artículo tengo la impresión de haber escrito obviedades, no obstante, tengo presente a Platón que, en boca de Sócrates, afirmaba que el conocimiento consistía en recordar, en volver a pasar por el corazón. Quizás recuperar el estoicismo sea otra manera de volver a recordar y, por ende, de volver a buscar nuestra propia sabiduría.
***Nacho Bañeras (Barcelona, 1980) es fundador y codirector de la plataforma www.curasui.es. Licenciado en Derecho y Filosofía. Doctor en filosofía. Profesor de yoga y meditación y formador en acompañamiento filosófico. Es autor de Caminos hacia una actitud estoica (Siglantana, 2023).