Cuando Marcos Campos Nogueira se iba al trabajo, Janaína Santos Américo y sus dos hijos se quedaban solos en casa con el joven que tiempo después les iba a asesinar. Patrick, en calzoncillos, desinhibido, campaba a sus anchas por la vivienda de ambos en Torrejón de Ardoz. La hija pequeña de la familia, de casi cuatro años de edad, no le podía ni ver. En el sumario del caso se recoge cómo la joven encerraba a su hija en el cuarto, por temor a Patrick. Sus paranoias, sus gritos y las visiones que veía aparecen recogidas en las investigaciones de los agentes de la operación. Estas eran las que provocaban el miedo en la pequeña de la familia.
Esta declaración se desprende de los más de 500 folios que componen el sumario del crimen de Pioz, al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL. Con Patrick ya entre rejas debido a la orden de prisión sin fianza decretada por el juez, los detalles de su confesión se unen a los que surgen de esas páginas. Todo ello ayuda a reconstruir lo que le ocurrió a la familia brasileña. Sin embargo, este testimonio, recogido por los investigadores de la Guardia Civil contrasta con otro que recabaron a un compañero de trabajo de Marcos. Este hombre aseguró, a preguntas de las autoridades, que había visto un whatsapp de Janaína a una amiga de Brasil en el que ella le decía que su sobrino -1,80, rubio, cuerpo trabajado en los gimnasios y en el fútbol- estaba muy bueno.
Esta hipótesis, que todo surgiera de una infidelidad, contrasta con las conversaciones que la madre mantenía habitualmente con su familia en Brasil. Eran ellos los que escuchaban a Janaína con frecuencia, quienes la aconsejaban y a quienes les dijo que la convivencia con Patrick se estaba haciendo muy complicada. Por eso, y como ya adelantó EL ESPAÑOL, Janaína y Marcos decidieron mudarse a una nueva zona para alejarse de la nociva convivencia con el joven. Es lo que lleva a pensar que los celos de Marcos no tenían una base real. Pero la enemistad entre él y su sobrino era ya palpable en la familia.
Una nueva vida
El vecino, que vivía en el chalet 593 de la Urbanización La Arboleda, suponía que eran una familia normal, como cualquier otra, ni mejor ni peor. A los adultos nunca los había visto. Tampoco a los pequeños, a quienes, en cambio, sí los escuchaba jugar. Firmaron el contrario el 18 de junio y el primer día que el vecino advirtió su presencia fue el día 9 del mes siguiente. Marcos pactó con el propietario, J.P.L.C., un alquiler de 650 euros al mes por aquel chalet y 650 euros de fianza. Cuando Marcos le llevó el dinero, al dueño le llamó la atención un detalle. Hizo la entrega del dinero en efectivo, en billetes de 20 y 50 euros muy usados, que desprendían humedad.
Desde entonces los niños jugaron, la vida parecía sencilla y la familia mantenía una vida reservada para con sus vecinos, que apenas les veían. Solo el del 593 les escuchaba. Un día, en el mes de agosto, el hombre del chalet 593 oyó “un grito desgarrador emitido por una persona adulta y género masculino, no le dio más importancia”. Desde ese grito no volvió a oír ningún ruido. Y los niños no volvieron a jugar.
La tarde del día 17
En la declaración de uno de los familiares de Janaína a las autoridades brasileñas en Joao Pessoa se detalla la adoración que esta le profesaba a su marido: “Janaína acostumbraba a decir que Marcos era el mayor presente que dios le había dado, razón por la cual el declarante acredita que la unión era tranquila y feliz”.
Llegó el 17 de agosto. Esa tarde, Janaína estaba hablando por teléfono con su hermana, Deise Daniel Santos Américo. “Hubo un barullo, como un estruendo al fondo de donde estaba Janaína”, explicó Wilton Diniz Américo, padre de ambas, a las autoridades brasileñas. Janaína le dijo a su hermana: “Aguarda un minuto”. Al poco la conexión del teléfono se apagó. El teléfono nunca se volvió a descolgar.
Fue entonces cuando Patrick, armado con un cuchillo suizo de la marca Swiss Touch, asesinó a su tía Janaína, por la espalda y en la cocina, a sus dos sobrinos. En el jardín, espero a que llegara su tío. El viernes, en la declaración ante el juez, Patrick revivió los minutos previos a que asesinase a su tío. Lo condujo dentro de la casa. Llegaron a la cocina. Le enseñó los cadáveres de su mujer y sus hijos. “Mira bien lo que les he hecho. Porque ahora te toca a ti”. Y como hizo con su tía y con los pequeños, le rajó en el lado derecho del cuello. Esa noche los descuartizó.
Los restos de las bolsas
Lo que los investigadores de la Guardia Civil se encontraron, un mes después, al abrir la puerta de una casa ya entonces llena de moscas que se aprovechaban del hedor y de los restos no les resultó demasiado agradable. Cada una de las bolsas estaba protegida por otra dentro de la misma y cerradas con cinta americana gris. El estado de descomposición de los cadáveres hizo que diversas partes de los mismos estuvieran bañados por un "líquido generado por los fluidos del cuerpo derivado”.
En la primera apareció el tren inferior de una mujer adulta, Janaína, (abdomen, pelvis y extremidades). En la segunda el tren superior (cabeza, abdomen y extremidades superiores) de un varón, Marcos, también en avanzado estado de descomposición. “En la parte derecha del cuello presenta varias marcas de cortes”. En la tercera bolsa el tren superior de Janaína. En el cuello, la marca de un corte, el corte del cuchillo. En la cuarta, el tren inferior de Marcos. En la quinta, el pequeño bebé, en pañales, con un corte en el cuello. En la sexta, el cadáver completo de una niña, en bragas, con una marca de corte en el cuello.
Entretanto, cuando supo que sus arrendatarios habían sido asesinados, el propietario de la casa de Pioz, José Pedro L. C. mandó un escrito al juez que investiga el caso en el que manifestó su deseo de que se diese con la persona que había cometido el crimen. Su preocupación era esa, pero también había otra más. El motivo real de su carta era solicitar que se colocase una lona en la piscina del chalet porque el invierno en Guadalajara podía causar “desperfectos irreversibles” en la piscina. “Estaba fabricada con fibra de vidrio y que el vidrio podría resquebrajarlo de manera que podría resultar más económico adquirir una nueva que arreglarla”.
Patrick y el juez
Cuenta Mayka Navarro en La Vanguardia cómo el pasado viernes Patrick miró a la cara al juez español de Guadalajara. Ya no tenía las gafas de sol con las que bajó del avión en el que fue esposado en el aeropuerto de Barajas. Se había librado de su mayor pesadilla: entrar en una cárcel brasileña. Pero ahora se enfrenta a los demonios que él mismo ha creado. Punto por punto, fue narrando la negra crónica de aquella jornada. "No recuerdo cómo maté a los pequeños, no soy capaz de recordarlo”.
Patrick se sinceró en el interrogatorio como no había hecho en los últimos meses, en el que enarboló una coartada perfecta ante su entorno y se desentendió de la muerte de los cuatro miembros de su familia. “Me puede el instinto asesino. Se me mete dentro y no puedo frenarlo. Me posee una ira incontrolable”. El descuartizamiento de sus tíos fue, dice, una mera cuestión práctica. Los embaló para llevárselos el día siguiente, pero no sabía aun que no iba a volver. Ya más tranquilo después del caos, de la muerte y del horror, con los cadáveres metidos en bolsas en el salón, Patrick se dio una ducha y se echó a dormir.
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