Emilio lleva sobre sus hombros lo poco que posee. Con el hato a cuestas, colgando de un palo que reposa de izquierda a derecha sobre su nuca, recorre descalzo las calles de Cádiz. Tiene 21 años, mucho peso para ser un sintecho y los ojos azules. "Me estoy buscando", cuenta templado.
Desde Valladolid, entre Carpio y Viana de Duero, llegó a una de las ciudades con menos oportunidades de Europa. No busca trabajo, tampoco casa, solo necesita tiempo para saber qué quiere hacer en la vida. Y tiempo hay de sobra viviendo en la calle.
Cádiz es una de las ciudades pioneras de España en reconocer el derecho de empadronamiento a las personas sin hogar. El Gobierno de José María González, Kichi, de Podemos, acaba de aprobar esta medida que facilitará el acceso a las prestaciones básicas a la población de sintechos de Cádiz, estimada en unas 150 personas.
A partir de ahora, podrán hacer uso del sistema sanitario por los cauces normales y no sólo por urgencias, inscribirse en las listas de demandantes de vivienda pública y empleo o recibir pensiones por jubilación o no contributivas. Algo imposible hasta la fecha para ellos.
"Lo de las ayudas no encaja en mi modo de vida, no quiero dar saltos de gigante ni nada que me amarre a un lugar", comenta mientras apura a caladas un porro. Sin embargo, ya advierte que se empadronará en Cádiz. "Estoy disfrutando a aprender a vivir sin gastar un solo euro. Te da mucha perspectiva". Cuando lo necesita, lo pide o se pone a aparcar coches.
Jesús y David han instalado su efímero hogar en las cristaleras de Santa Bárbara, un privilegiado refugio a pocos metros del Parador de Cádiz. Se conocieron hace un par de años en la calle y se hicieron amigos. Juntos sobrellevan mejor esta gravosa forma de vida.
Ambos están empadronados en la ciudad, aunque por diferentes medios. "La gente recurre a algún hermano, algún conocido… que te deje poner como dirección su casa, pero eso puede ser un problema para los que nos hacen el favor", comenta Jesús, un sevillano corpulento de cincuenta años que ya suma ocho en la calle.
¿Qué es lo peor de vivir en la calle, David?
El aburrimiento, el no tener nada que hacer durante todo el día. No tener perspectivas, objetivos, ilusiones, algo por lo que levantarte cada día, algo que esperar del futuro. Eso es lo más duro de la calle. Más que el frío, el hambre o las incomodidades. La desesperanza.
David lleva desde los catorce años en la calle. Ahora tiene 35 y se siente de Cádiz. Ya no se acuerda de su pueblo natal, Churriana de la Vega, en Granada. Sí de las desavenencias con su familia, de las que no habla pero a las que achaca su situación.
Confiesa que no duerme de un tirón desde entonces, que se despierta con cada ruido con miedo a alguna broma —de mal gusto— de algún niñato o a alguna paliza. Pero se le ilumina la cara cuando acaricia a Isidoro, su gato.
Jesús explica que registrarse en el padrón no es una cuestión baladí, y que gracias a ello puede acceder a la Renta Activa de Inserción (RAI), una ayuda de unos cuatrocientos euros al mes para mayores de 45 años. Cuando malvivía en las calles de Sevilla llegó a mentir a una asociación de apoyo a alcohólicos y drogodependientes para que le permitieran empadronarse en su sede. "Dije que me bebía cuatro copas de anís por las mañanas y que me fumaba veinte porros al día, que era alcohólico y drogadicto", comenta entre risas.
Con la crisis inmobiliaria también estalló su estado de bienestar. Jesús tuvo una constructora con catorce trabajadores en nómina y más de 67 subcontratados, y barco, rulot en Isla Canela (Isla Cristina, Huelva) y una vivienda de tres plantas en una lujosa urbanización con piscina, pistas de tenis y de pádel y una gran zona verde con altas palmeras en Mairena del Aljarafe, Sevilla.
"¿Tú te imaginas la cantidad de gente que va a venir aquí de todos lados?", pregunta Jesús, que teme que la norma aprobada por el Ayuntamiento de Cádiz pueda generar un efecto llamada para los sintecho del resto del país. "Si ya cuesta que nos atiendan como es debido, ¿cómo se las van a apañar cuando lleguen más. Los comedores cada vez están más cargados de gente, hay hasta dos o tres turnos para las comidas o las duchas", asegura.
En el gobierno municipal asumen que han considerado ese efecto llamada pero "lo justo para tenerlo en cuenta". "Lo que no íbamos a hacer es no dar el paso por miedo al efecto llamada, no es justo y no es la razón para no hacerlo", afirma la concejal de Servicios Sociales, Ana Fernández.
El clima amable y los inviernos cálidos con poca lluvia son los principales reclamos para las personas sin hogar. Pero Cádiz, a juicio de la edil, no es una ciudad meta para ellos, "dado que aquí no hay posibilidad efectiva de trabajo".
El consistorio gaditano estima que hay unos 150 sintecho en Cádiz, un dato que fluctúa dada la itinerantica del colectivo. Y ya ha alertado a las asociaciones que conforman la Mesa de personas sin hogar para que se mantengan vigilantes por si se diese ese efecto llamada. "Y si en el futuro hay que volver a intervenir, lo haremos", adelanta Fernández.
La condición que pone el Ayuntamiento para poder empadronarse es certificar seis meses de residencia. De eso se encargan las asociaciones que conforman la Mesa de personas sin hogar, como Cruz Roja, Calor en la noche o Virgen poderosa. Son ellas las que más han presionado para que se facilitase el registro de los sintecho en el padrón.
"Este logro no es nuestro, es de las personas sin hogar, que por fin han visto reconocidos sus derechos", señala Manuel Mení, un jubilado de 76 años y presidente de la asociación Calor en la noche, que día a día sirve ochenta desayunos a los más desfavorecidos y da servicio en la calle a igual número de este colectivo.
Aun cuando aplauden la norma, las personas sin hogar reclaman un piso. "Necesitamos una vivienda", dice Jesús, que pone el acento en el numeroso parque de viviendas sin uso que tanto el Ayuntamiento de Cádiz como la Junta de Andalucía poseen en la ciudad. "Hay muchísimas que se pueden acondicionar para que salgamos todos de la calle, así también nos tendrían más controlados", argumenta.
¿Se ve fuera de la calle?
Ojalá, pero ahora mismo no. Y no creo que el hecho de empadronarme [confiesa amargamente] lo cambie.
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