Un violinista ucraniano en Madrid: "Mi padre se ha alistado. Tengo vídeos de las bombas al lado de casa"
Vadym Makarenko es violinista profesional y recorre Europa con sus conciertos. La guerra está al lado de su casa. Su madre quiere combatir.
5 marzo, 2022 03:59Noticias relacionadas
Antes siquiera de pedir un té al camarero, Vadym muestra en su teléfono móvil unas fotografías. Han sido tomadas a tres kilómetros de casa de sus padres. Ciudad de Irpin, orillas de Kiev. Soldados muertos con el rostro desfigurado, vehículos en llamas, fusiles, casas que arden. Todo envuelto en un cielo gris que parece más gris todavía por culpa del humo y el asfalto.
Vadym no duerme desde que sus padres le dijeron que se quedarán en Ucrania “hasta el final”. Su padre ya se ha alistado en el cuerpo de voluntarios, pero no le han dado un kalashnikov porque no quedan. Su madre también empuñará un arma si le dejan. La hermana, la única hermana de Vadym, se encuentra bloqueada con su novio en la frontera con Eslovaquia. A él no le dejan salir por tener edad de combate.
Vadym Makarenko, este ucraniano de treinta años que se dispone a contar su historia en un bar de Lavapiés, es violinista profesional. Especialista en música antigua. Formado en Suiza, de conciertos itinerantes por toda Europa.
Nació en Korsún-Shevchenko, una localidad de 17.000 habitantes que entró en los libros de Historia por ser el escenario de una de las batallas más grandes de la Segunda Guerra Mundial.
Aunque fueron alumbrados en el mismo hospital, Vadym y su hermana tuvieron un documento de identidad distinto. El de Vadym, 1992, indicaba Ucrania como lugar de nacimiento. El de su hermana, 1989, reflejaba: “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”.
La familia de Vadym vivió en distintos lugares de Ucrania hasta instalarse en Irpin. En el edificio que hoy habitan residían 96 familias antes de la invasión. El exilio se ha cobrado a casi todas menos a veinte. Los padres de Vadym cuentan con un médico como vecino: “Tiene muchísimo trabajo. Le llevan soldados ucranianos mutilados todos los días”.
"Matan civiles desde el principio"
Vadym habla un castellano perfecto. Sus compañeros de orquesta en España suelen bromear: “Conoce el idioma mejor que nosotros”. Ha venido a la entrevista con su novia, una arquitecta madrileña, que le escucha con ojos vidriosos. Sobre todo cuando él dice: “No puedo dejar de mirar las noticias. Tengo que dar un concierto en París la semana que viene, pero no me concentro. Pensaba que iba a ser más resistente, que iba a afrontarlo mejor. Pero tengo muchísimos altibajos. Nos están matando”.
Al poco de comenzar esta charla, se entera de que el ministerio de Defensa ruso ha pedido a los civiles de Kiev que abandonen sus casas. No le da demasiada importancia: “Me gustaría aclarar una cosa. Es mentira que al principio sólo atacaran posiciones estratégicas. Los rusos han asesinado civiles desde el primer momento”.
Vadym Makarenko es muy alto. Lleva botas negras. Un jersey oscuro debajo de una chaqueta marrón. Y el violín a la espalda, en una funda color plata. Al concluir, va a tocar una canción popular ucraniana. La misma que, con sus amigos del conservatorio, tocaba alegre en las calles de Kiev.
Este hombre tiene treinta años. Este hombre aterrizó en Madrid desde Ucrania hace doce días. Si la visita a su familia hubiera sido una semana más tarde, este hombre estaría en la guerra. Formaría parte de la resistencia. Empuñaría un arma y mataría para no morir. Igual que sus amigos. Como tantos españoles hace ocho décadas.
Ucrania afronta hoy muchas tragedias al mismo tiempo. Pero mirando a los ojos de Vadym trasluce la de la juventud perdida: todos esas vidas que, al poco de inaugurarse, se convierten en carne de metralla.
En este Madrid relajado de risas y cervezas, la sinceridad de Vadym resulta escalofriante. Derrama sus pensamientos conforme pasan por su cabeza. Su testimonio viaja de la culpabilidad a la rabia, de la desesperanza al optimismo: “Si hubiese estado en Ucrania, me habría quedado. Pero no sé si soy capaz de matar. No sé disparar un arma”.
–¿Cuál fue tu primer pensamiento?
–El de querer marcharme a combatir, como mis amigos allí. Pero he llegado a la conclusión de que puedo ser más útil intentando recaudar dinero con mi violín. Contando mi testimonio donde me lo pidan. Además, no sé si habría podido entrar al país.
Ayer, Vadym llamó a su mejor amigo del colegio. Encontró a un chaval abatido, que estaba llegando a la frontera con Rumanía para dejar allí a su familia. Ya no coge el teléfono. Está armado en alguna parte.
Sus padres
Sigue pudiendo hablar con sus padres. Le han contado que, pese al bombardeo ruso de la torre de la televisión, en Kiev, la televisión funciona: “Debe de ser por los satélites portátiles que ha enviado Elon Musk, el de Tesla”.
“¡Han bombardeado Babi Yar! ¡Han bombardeado un lugar en que los nazis asesinaron a 33.000 personas en un solo día! ¿Cómo es posible que algo así ocurra en 2022?”. Vadym se lleva, literalmente, las manos a la cabeza. Escuchan, compungidas, unas mujeres francesas desde la mesa de al lado.
A Vadym le duele especialmente que Putin llame "nazis" a los partidarios de una Ucrania libre: "Los nazis son ellos. Porque matan civiles, arrasan ciudades y no respetan nuestra nación. Es una agresión nazi con técnicas de propaganda nazis".
–¿Qué ha sido lo último que te han dicho tus padres?
–Mi padre me dijo: “Vamos a ganarles y, dentro de cien años, les perdonaremos”.
–Así parece funcionar la Historia.
–Yo sólo soy un violinista. Sé que no es humano lo que voy a decir, sé que es un camino que no conduce a ninguna parte, incluso me sorprendo a mí mismo. Jamás le había deseado el mal a ninguna personal. Pero no puedo evitarlo: quiero que caiga el Ejército ruso, que desaparezca. Me duele decirlo, pero odio a los rusos. Lo siento así cuando veo la tele. Me doy cuenta cuando veo las noticias y cuando escucho a mis padres.
Vadym sigue enseñando imágenes de calles destruidas. Las compara con las que le muestra Jorge Barreno, el fotógrafo, que viajó a Ucrania justo antes de que comenzara la invasión. Con los ojos humedecidos pero la voz firme, dice: “Esto no tiene vuelta atrás. Porque, si la invasión se detuviera, ¿quién pagaría todos los daños? ¿Quién reconstruye el país? ¡Está en ruinas!”.
La abuela materna de Vadym forma parte de sus recuerdos más felices. Murió en enero, pero la guerra lo ha convertido, en cierto modo, en “una buena noticia”: “No se podía mover. Hoy pienso, ¿qué habríamos hecho con ella? Vivió la Segunda Guerra Mundial, perdió a su padre en el frente… Todo vuelve a empezar”.
"Da más miedo el silencio"
El paisaje que podemos construir de Irpin a través del testimonio de Vadym es este: batallas a tres kilómetros del domicilio de los Makarenko. Sus padres todavía pueden conducir al supermercado “esquivando zonas peligrosas”. Pero ni siquiera el supermercado es seguro. El primo del cuñado de Vadym murió cerca de allí en un bombardeo hace unos días.
Los padres de Vadym ya se han “acostumbrado” al estruendo de las bombas. De hecho, ahora se inquietan más si hay silencio. El pueblo ucraniano interpreta que Putin ha mandado tropas de avanzadilla para testar la resistencia y, después, enviar a los tanques.
Esas avanzadillas rusas proclaman a través de las redes sociales y de la inteligencia de Moscú que “han tomado” una ciudad en cuanto ponen los pies en ella: “Pero es desinformación. Porque luego se producen los combates y encuentran una resistencia que no esperaban”. La gente corre a los hospitales “para donar sangre”.
Vadym cree que sus padres, de momento, están “seguros”. Porque los puentes que rodean la pequeña ciudad han sido derribados. En los combates más cercanos, a esos tres kilómetros de distancia que parecen un mundo, los rusos se quedan aislados. A veces incluso “abandonados”.
“Son soldados que se quedan sin gasolina, sin conexión. Algunos acaban pidiendo comida en las casas. Se está incrementando el vandalismo. Para evitar confusiones e infiltraciones prorrusas, el Ejército ucraniano ha pedido a los nuestros que sólo hablen ucraniano. Porque a los ucranianos rusoparlantes se les nota el acento”, relata.
Sobrevivir tras la URSS
Vadym comenzó a tocar el violín con cuatro años en Ucrania. Fue un niño feliz. Sólo ahora, “hace unos años”, se ha dado cuenta de que el contexto que todo lo rodeaba era “duro”.
–¿Por qué?
–Mi padre y mi madre son geólogos. La URSS había caído, las antiguas repúblicas soviéticas, entre ellas Ucrania, estaban en bancarrota. Él se dedicó a cosas de albañilería y de carpintería. Renunció a sus sueños para alimentar a su familia. Ella también, porque se quedó en casa cuidándonos a mi hermana y a mí.
Era aquella una sociedad de “sacrificios”. Porque de nada servía la preparación. El arte y la creación pasaron a un segundo plano. También la ciencia y la investigación. La existencia sólo se conjugaba con el verbo “sobrevivir”.
Los Makarenko vivían en un edificio propiedad del Estado. A veces se quedaban sin agua caliente y aparecían, con provisiones, los camiones soviéticos. Fueron dando tumbos, vivieron en distintos sitios. Hasta que recalaron en Irpin.
El padre de Vadym, de 52 años y hoy alistado en las milicias voluntarias, trabaja coordinando varias gasolineras para una gran empresa. Todavía acude a su puesto de trabajo. Considera que su labor es imprescindible para que la resistencia y el Ejército ucraniano puedan funcionar. Todo eso mientras espera su arma. Sabe que, probablemente pronto, deba marchar a la milicia.
"Sentimiento patriótico"
Al poco de cumplir los veinte, Vadym viajó a Suiza para continuar formándose como violinista. Sufrió lo que hoy llama un “trauma postsoviético”: “Era como si me avergonzara de mi país. Una cosa impulsiva me llevaba a sentir una distancia, una lejanía”.
–Hasta que…
–¡Hasta que lo vi justo al revés! Hice clic. Me sentí muy orgulloso de cómo Ucrania dejó atrás su condición soviética, su miseria, y empezó a construir una democracia, un progreso. Hemos mejorado muchísimo. Estábamos dejando atrás la corrupción y la pobreza. Y eso es lo que ahora queremos proteger. Mi sentimiento patriótico es muy fuerte.
Vadym se recuerda con una pulsera naranja en el colegio, cuando era un niño de trece o catorce años. Era una manera de apoyar la soberanía de Ucrania. Aunque su lengua materna es el ucraniano, habla ruso con muchos amigos. Lo sigue haciendo.
“Pero yo formo parte de una generación que ya ha crecido con su propia cultura, con su propia identidad, que tiene su propia Historia. El sentimiento ruso existe en Rusia. Lo que queda en algunas partes de Ucrania es la conciencia soviética, pero sobre todo en gente mayor. ¡Incluso en la URSS, por mucho que dependiera de Moscú, Ucrania era lo que llamaban una república!”, aduce Vadym.
Es casi medianoche en Lavapiés. Vadym Makarenko apoya el estuche de su violín en la acera y saca el instrumento con delicadeza. Lanza unas notas al aire para afinar. Se coloca bajo un farol. En cuanto comienza su interpretación, se oyen murmullos en las ventanas. Ruido de platos, de cocina. Rostros que asoman por el balcón.
También canta. Los violinistas como Vadyn no suelen cantar mientras interpretan, pero la melodía parece empujarle. Primero lo hace en bajito. Luego sube la voz: “El agua del mar verde juega mientras la tarde se apaga. La rivera de Dnieper se vuelve amada, igual que el vaivén de las ramas de mis sueños. Como no te voy a querer, mi ciudad de Kiev”.