Fernando Ónega: "Sánchez y Mazón están ahí a ver si se machacan. ¡Hay 200 muertos! Deben dimitir los dos"
- "Si Sánchez apareciera en la tele diciendo el 'puedo prometer y prometo' de Suárez, la gente se escoñaría".
- "Los socialdemócratas monárquicos y católicos de hoy están huérfanos. Su líder podría ser Felipe VI, pero no tiene partido".
- "Suárez también quiso ser presidente desde niño, pero jamás habría hecho los manejos de Sánchez para mantenerse en el poder".
- "Como le sigo queriendo, le he enviado a don Juan Carlos un recado. Si sus memorias no explican sus errores, que no las publique".
- Entrevistadores invitados (por sorpresa): Sonsoles Ónega, Cristina Ónega y Fernando Ónega; sus hijos.
Es un milagro que saliera bien. Cuando el hombre que tenemos enfrente nos lo cuenta, pensamos: "Joder, fue realmente un milagro que saliera bien". Porque el hombre que tenemos enfrente puede contárnoslo sin la magia con la que se fue mitificando el resultado –la Transición– década tras década.
Este hombre de traje clásico y camisa de rayas iba poniendo palabras a la obra de Adolfo Suárez: el desandamiaje del franquismo. Nos abre las puertas de su despacho para contar aquello en toda su crudeza. Vamos a verle las costuras al mito: se iba haciendo con determinación y arrojo, pero también con duda e improvisación.
Hemos venido a desnudar la Transición para ponerla en el espejo del presente. Tanto la vamos a desnudar que nos enteraremos de que en Moncloa, antes de convertirse en sede de la Presidencia, se hacían orgías. Tan desnudos nos vamos a quedar que sabremos de una mujer bella que, en un mitin, agarró por las pelotas a Suárez y las sobó "hasta comprobar su tamaño".
Fernando Ónega (Lugo, 1947) es un privilegio de la biología. No es tan mayor para todo lo que puede contar. Porque fue terriblemente joven cuando participó en las cosas que vamos a desmigar. Tenía 29 años cuando Suárez, ministro secretario general del Movimiento, le encargó el discurso que iba a leer para defender el derecho de Asociación Política.
No le dieron demasiadas indicaciones a Ónega, que era un periodista del Arriba, pero se le ocurrió una de las frases que encapsularía la Transición: "Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de la calle es simplemente normal". Luego, siendo ya Suárez presidente y él su director de Prensa en Moncloa, escribiría otra oración que definiría para siempre al personaje: "Puedo prometer y prometo". Umbral definió a Ónega como "la pluma de la Transición".
Don Fernando ya está sentado con el micrófono puesto. Adivinamos sus colmillos de periodista debajo de la sonrisa indulgente. Somos esta mañana un poco los nietos de Ónega. Nos da un vaso de agua y derrama la mirada por un balcón que da a la calle Alcalá. Por allí pasaba el día que tuvo que escribir el primer discurso para Suárez. Estaba nervioso, se acercó a un quiosco, compró la revista Triunfo y de ahí sacó algunas ideas.
Vean lo que fue la Transición: un periodista del Arriba cogiendo ideas de una revista comunista para escribir un discurso que iba a leer el ministro secretario general del Movimiento. En un año desde que nombraron a Suárez, ¡un año!, desaparecieron todas las estructuras represivas del franquismo, incuido el Tribunal de Orden Público (TOP).
España, ¡quítate el top!
Ónega, que se quita la americana y se remanga los puños de la camisa, sintonizó tanto con Suárez que se fue a trabajar a Moncloa, pero era tan periodista que, cuando tuvo que decir que un ministro estaba enfermo sin estarlo, se marchó. Regresó a lo suyo, dirigió los informativos de la Cadena SER, de la COPE; fue director general de Onda Cero. Apareció en Atresmedia, también en Mediaset. Ónega es la omnipresencia periodística.
Esta conversación nos va a colocar a hombros de Ónega, que son los hombros de Suárez, que son los hombros de la generación que lo hizo posible; y nos va a llevar a buscar explicaciones en aquel tiempo a los problemas de hoy. Su libro Mis años con Adolfo Suárez (Plaza & Janés, 2013) es, seguro, de lo mejor que se ha escrito sobre la Transición.
Como buen niño del nacionalcatolicismo, acepta este "Ave María Purísima" encubierto en forma de entrevista. "Joder, ¡pero si me habéis confesado!", dirá al acabar. Porque, además del estado de la cuestión, nos abrirá la puerta a lo más íntimo, que siempre es lo más interesante: ese camino a la democracia que hicieron todos aquellos chavales del franquismo, tan jóvenes, tan rápido, sin ruptura, y de "manera natural".
Para bucear en el Ónega más insondable nos hemos valido de sus tres hijos –Sonsoles, Cristina y Fernando–, que nos han enviado unas cuantas preguntas para él. Les responderá mirando a cámara, con los ojos como un vidrio a punto de estallar.
He estado viendo fotos de la época, don Fernando, y no puedo creer que esas gafas que usted llevaba estuvieran de moda. De verdad, es imposible creerlo.
Pues lo estaban, lo estaban… Creo que las puso de moda Emilio Romero, el director de Pueblo, que para nosotros los jovencitos de entonces era dios. Con minúscula, pero dios. Eran unas gafas grandes negras, con mucha pasta. Con la luz del sol, además, los cristales se oscurecían. Reconozco que era una montura muy ostentosa. Fuimos los primeros… ¿cómo se dice ahora? ¿Pastagafas?
Gafapastas, don Fernando.
Eso, gafapastas.
Ustedes estrenaron el Palacio de La Moncloa como sede de la Presidencia entre finales de 1976 y principios de 1977. ¿Es verdad que se usó para montar orgías en las décadas anteriores?
Los habitantes del Palacio antes de que llegásemos nosotros eran los ingenieros del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias. Lo cuento porque supongo que ya habrán muerto todos. Que Dios me perdone, pero digamos que eran fiestas con señoritas de cobro. Oiga, yo no estuve en ninguna, ¿eh? Además, cuando llegó la Presidencia del Gobierno, no se volvieron a celebrar… que yo sepa.
¿Había restos de placer en el palacio cuando llegaron? ¿Qué encontraron?
Que yo sepa no; es que yo llegué un poco más tarde a Moncloa, cuando la mudanza ya estaba hecha. Justamente el día que se marchaba Carmen Díez de Rivera, la primera jefa de gabinete de Adolfo Suárez. En los escalones de Palacio, una señora que se marcha y un señor que llega. Bueno, yo era un chiquillo. Mi primer trabajo como director de Prensa fue, precisamente, la nota de su dimisión.
Umbral la apodó “musa de la Transición”. Ahora se ha estrenado una obra de teatro sobre ella, ha sido materia de libros sensacionales como el de Ana Romero. Todo un personaje.
No sé si habrá alguna película en marcha, pero Carmen tuvo una vida de película. Apasionante en lo personal e intrigante en lo político. Lo digo en el buen sentido de la palabra. Estuvo detrás de muchas decisiones, fue una especie de portavoz de Suárez en las relaciones discretas con la oposición… Pero a mí ese día me decepcionó.
¿Qué pasó?
Se marchó dos semanas antes de las elecciones de 1977, las primeras de la Democracia. Me preguntó: “Pero, ¿cómo vienes ahora?”. Dándome a entender que el barco se hundía, que Suárez no iba a seguir gobernando. Le dije: “¿Por eso te vas tú?”. No me contestó.
Antes de establecerse en Moncloa, la Presidencia estuvo en Paseo de la Castellana, 3, donde se podía apuntar a Suárez con un fusil telescópico desde el edificio de enfrente. Me contó Campo Vidal que el café que se tomaba era del bar de al lado. Todo esto lo pienso en comparación con la seguridad de hoy. Un camarero, por ejemplo, habría podido envenenar a Suárez.
Es cierto, es cierto… Bueno, hoy un camarero también podría envenenar al presidente, simplemente habría que encontrar a un camarero dispuesto [se parte de risa]. Respecto a lo de disparar al presidente, se hizo la prueba de verdad.
El general Casinello se metió en el hotel de enfrente con un fusil de mira telescópica. Estaba a una distancia considerable, pero pudo apuntar a Adolfo. Sacó una foto para mostrar que el atentado era posible.
¿Es cierto que había en Moncloa una placa que informaba de que el palacio había sido reconstruido por Franco y que Felipe González, lejos de quitarla, la mostraba a los visitantes como prueba de su respeto a la Historia desde su posición antifranquista?
Yo nunca vi la placa, pero es cierto porque Felipe se lo contó a los directivos de la Cadena Ser durante una visita. Les dijo que la había conservado por respeto a la Historia. He pensado muchas veces en esa anécdota cada vez que veo la retirada de los símbolos, el cambio de nombre de las calles. Y me surge esa duda: ¿hay que retirar todo? ¿Hay que destruir cualquier vestigio? Seguramente algunos sí, pero otros no.
Felipe no era sospechoso, era un socialista auténtico, un demócrata auténtico. De hecho, la foto en la que se le ve, el 8 de diciembre de 1982, presidiendo un acto militar en El Goloso, es para mí el gran símbolo de la imposición del poder civil sobre el poder militar.
Esa actitud se mantuvo en el PSOE, más o menos, hasta concluir la primera legislatura de Zapatero. El toisón de oro se lo dio a Suárez aquel gobierno socialista. ¿Cuándo se jodió el Perú?
Creo que se jodió cuando intentaron unir la legalidad democrática monárquica con la legalidad democrática de la República. Para lograr esa unión, es preciso liquidar cuarenta años de franquismo. Y eso puede hacerse de manera normal y corriente, con naturalidad, como Felipe González; o se puede hacer levantando un muro entre españoles, que en ese momento se llamó Ley de Memoria Histórica.
Por cierto, ¿saludó usted alguna vez personalmente a Franco?
Sí. Tenía una foto del momento, pero la tiré a la basura. No me gustaba nada porque yo salía con la cabeza bajada. Fue en una recepción de esas que se hacían en el Palacio del Pardo a gente de la Delegación Nacional de Prensa del Movimiento, en la que yo estaba desde que empecé mis prácticas en primero de Periodismo.
A usted le impactaría conocer a Franco porque el dictador había sido encumbrado a sus ojos desde que era niño: la Formación del Espíritu Nacional, el Nodo, los periódicos… Sería, en cierto modo, como un encuentro con la Historia.
Los niños muchas veces nos preguntábamos: “Por encima de Franco, ¿habrá algo?”. Algún día escribiré cómo se educó a los niños en la lealtad al régimen. Fue algo muy sutil. Yo no me di cuenta entonces, claro.
Los hijos de las familias humildes solíamos estudiar con una beca. Eso te obligaba a residir en un Colegio Menor de Juventudes donde recibías algo así como una continuación de la Formación del Espíritu Nacional.
Después, si ibas a la Universidad, te instalabas en un Colegio Mayor, que podía ser el “Francisco Franco”, el “José Antonio”… Era un sistema perverso pero sutil, que te enganchaba y ligaba la educación elemental con una reeducación posterior. Mientras tanto, los hijos de quienes tenían más posibilidades económicas solían salir al extranjero y conocían otra realidad. La libertad.
Hace siete meses se cumplieron diez años de la muerte de Adolfo Suárez, una efeméride que pasó desapercibida. Creo que sería interesante que analizáramos la situación de España poniéndola en el espejo de aquel hombre. ¿Cómo lo conoció exactamente?
Yo era un crío, tendría 27 o 28 años. Trabajaba en el diario Arriba, cuyo jefe supremo era Suárez en calidad de ministro secretario general del Movimiento. ¿Sabe? En sus membretes sólo ponía “ministro secretario general”. Omitiendo el Movimiento.
Corría el año 1976, había muerto Franco, era el primer gobierno de la monarquía, presidido por Arias Navarro. Sonó el teléfono: “Señor Ónega, le espera el ministro secretario mañana a las doce”. Yo pensé: “Algo habré hecho o escrito que no ha gustado”. Llegué allí y me dijo Suárez: “Tengo que dar el discurso en las Cortes en defensa de la Ley del Derecho de Asociación Política. Me gustaría que lo escribieras tú”.
Y usted se puso a escribir.
En el papel de esa reunión, que todavía conservo, apunté: “Mucha paz civil”. Con eso y con lo que me contó, me puse a escribir y luego se lo entregué. Aquella noche me quedé pegado al televisor para ver el Telediario a ver si el discurso me sonaba. Y me sonó. Tuvo un gran éxito. Fue primera página y colocó a Suárez al frente del reformismo. Me llamó y me dijo: “Muchas gracias”. Tres meses más tarde, el Rey lo nombró presidente del Gobierno.
Continuó su colaboración.
El día del nombramiento, al regresar de Zarzuela, me llamó y me dijo: “Oye, quiero mandar un saludo a través de la televisión. ¿Me lo podrías escribir?”. Le contesté: “Vale, mándame un motorista dentro de una hora”. Me puse la tele y el discurso también me sonó. Cogimos confianza. ¿Sabe de lo que me enteré muchos años después?
Cuente, cuente.
El primer día que escribí para Suárez, él ya había pedido el discurso a cinco personas distintas, pero ninguno le gustó. Al final, a la desesperada, dijo a su equipo: “Oye, ¿y si lo intentamos con el chiquito este del Arriba?”. Lo supe porque lo contó en un libro Eduardo Navarro, un estrecho colaborador de Suárez.
"Yo era un crío y me preguntaba por qué coño Suárez me quería allí. Luego me enteré que fue porque le interesaba mi ingenuidad"
Me resulta impresionante cómo se hacían aquellos discursos que iban a tener tanta importancia histórica. Recuerdo una anécdota: llegaba usted, con 28 años, un fin de semana a su pueblo, en Lugo, a casa de sus padres para pasar las fiestas patronales. Le esperaba la Guardia Civil en la puerta: “Llame inmediatamente a Moncloa”.
Sí, sí. Me pidieron un discurso. Yo contesté: “¿Y qué digo?”. Me dijo aquella persona: “No tengo ni puta idea, el presidente quiere algo que hable de una cierta amnistía”. ¡Imagínese!
Funcionaba porque se producía una gran identificación entre Suárez y yo. Hice discursos para otros políticos, pero no salía bien. Por ejemplo, para Calvo-Sotelo. Pero con Suárez existía esa conexión. Lo leía como lo hubiera leído yo. Es curioso. Un día, iba en el coche y pusieron un testimonio suyo. Nuestras voces no se parecen en nada, pero me di un susto: ¡pensé que era yo!
Una simbiosis.
De todos modos, muchas veces me preguntaba y me sigo preguntando qué coño hacía yo allí, qué coño pintaba entre gente tan brillante y con tanta experiencia. Estaba el general Gutiérrez Mellado, que para mí era otro dios con minúscula. Se lo pregunté a Aurelio Delgado, el cuñado de Suárez. Me dijo que al presidente lo que le interesó fue mi ingenuidad.
Antes intentó ficharle como hacedor de discursos otro gran hombre de la Transición, Torcuato Fernández-Miranda, pero creo que no funcionó, ¿verdad? Acabó prohibiéndole escribir de política.
Eso no se lo voy a contar porque ya una vez me recriminó don Torcuato que no había sido lo bastante discreto [sonríe].
Pero, don Fernando, ¡si lo contó usted en un libro!
¿De verdad?
Puedo prometérselo y se lo prometo.
Bueno, entonces se lo cuento… En un momento dado, antes de que muriera Franco, don Torcuato quiso que yo fuera su voz en la prensa. Es decir: que publicara y diseminara sus ideas. Firmaba como Fernando Ónega, pero era el pensamiento de don Torcuato. Un día me llama el director del periódico y me dice: “Oiga, esto no se puede publicar de ninguna manera”.
Y yo, pidiendo confidencialidad, le contesté: “Director, ¡pero si es lo que piensa el ministro Fernández-Miranda! ¿Cómo vamos a censurar a un ministro? Que es nuestro jefe, joder”. El que no fue discreto fue mi director, que quiso contrastar con don Torcuato lo que yo le conté y eso a don Torcuato le cabreó un montón.
Cuénteme alguna anécdota de la redacción del 'Arriba'. Esos lugares, como 'Pueblo', dejaron historias surrealistas.
Se fumaba y se bebía sin límites. La redacción tenía encima una cafetería del grupo Manila. Éramos tantos clientes como en la de la Gran Vía. Muy buenos consumidores. Cuando se cerraba la edición, se hacían unas fiestas tremendas regadas de champán y licor. Yo no iba, me trataban como a un niño.
Pero llegó usted a ser el subdirector.
Sí, pero para entonces ya no se daban esas fiestas. Se contaba que hubo un tiempo en que se hacían concursos de tiro de pistola. Había un reloj en el pasillo y se disparaba. El más certero se llevaba un premio. ¿Sabe lo que me pasó?
Diga.
El nombre de Franco era sagrado. Una vez estaba corrigiendo teletipos de aquella manera tan rudimentaria, con el pegamento y el papel triturado. No se me ocurrió otra cosa ante un pequeño percance que decir en alto: “¡Me cago en Franco!”. Si me hubiera cagado en Dios, no habría pasado nada.
¿Era una expresión que usted utilizaba a menudo?
¡Qué va! Me cagué en Franco una vez y tuve que hacerlo en la redacción del Arriba. Me hicieron boicot varios compañeros durante un buen tiempo.
La de Suárez y la de usted son vidas paralelas. Ya sé que, sin falsa humildad, se va a quitar usted importancia, pero tengo una sensación: él era el que desmontaba el andamiaje del franquismo y usted era el que ponía palabras a esa demolición. Los dos lo hicieron matando al padre, abjurando progresivamente y sin ruptura aparente, del franquismo anterior.
¿Cómo experimentó usted esos cambios interiormente? Cómo fue ese camino temporalmente tan corto en que pasó de escribir “Madrid, capital del dolor” cuando murió Franco al “vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”.
Una pregunta muy interesante que me empuja a una muy larga confesión, pero intentaré resumirlo. Lo viví con total normalidad. Yo era un currito. Había un régimen, se muere el señor del régimen y salgo a la calle a contarlo. Recuerdo a una señorita que yo conocía y que me dijo: “Vengo de la cola de la capilla de Franco”. Pero, ¿no era usted antifranquista? “Sí. Fui con ganas de escupirle”. Y luego estaba otra gente, que lo adulaba.
Entonces, yo tenía que contar eso como periodista… del Arriba. De una manera parcial. Cuentas una cosa y evitas la otra. ¿Había una identificación entre lo que escribía y mi persona? Es evidente, si no escribir habría sido un puro ejercicio de cinismo. Pero, de repente, todo cambia.
A eso iba.
Te acomodas rápidamente, cómodamente, sin rupturas. Así lo viví yo. La realidad cambiaba y tuve el privilegio no sólo de contarlo, sino de dar forma literaria a los cambios que se iban produciendo. En mi caso, le soy honesto, no hubo un drama, un encontronazo entre dos almas. Lo recuerdo como un cambio natural.
Es difícil tomar conciencia del milagro que fue la Transición cuando se habla de aquel proceso en abstracto, como un mito. Usted suele bajar a la anécdota concreta en sus escritos y es mucho más eficaz. Por ejemplo: en menos de un año, Jordi Solé Tura, comunista, pasó de poder ser arrestado a convertirse en padre de la Constitución. ¿Somos los chavales de hoy lo suficientemente conscientes de ese milagro?
Creo que no. Porque no hay en los colegios, por ejemplo, formación sobre la Constitución. Tú le preguntas a un chaval por la Constitución de su país y no tiene ni puñetera idea. Tampoco existe formación sobre la monarquía. Y menos sobre la Transición.
Aunque la Transición, en ese sentido, sería lo menos importante de lo importante. Quiero decir: lo imprescindible es que los jóvenes se formen en la Constitución y en el sistema político existente en España. Los chavales de hoy no saben quién fue Adolfo Suárez. A mi generación le parece escandaloso. Yo, seguramente, con esa edad no sabía quién era Azaña y luego entendí lo importante que era para comprender el país.
Percibo que es un tema que le indigna, que le cabrea.
Lo que me cabrea son los intentos de manipulación de la Historia: esa idea de que la Transición fue simplemente un apaño para que unos cuantos siguieran conservando sus privilegios. Eso es una falsedad muy malintencionada que, además, daña la convivencia. ¿Cómo se puede pensar que la Democracia que tenemos es fruto de un pacto entre egoístas? Me parece cruel, injusto y falso.
Muchas veces me pregunto: ¿por qué los jóvenes de su edad sienten más ansia de revancha respecto a la guerra civil y el franquismo que sus padres? Lo veo también en muchos políticos. Estamos volviendo a esa dialéctica de rojos y fachas que algunos creímos superada.
"¿Por qué los políticos de hoy sienten más ansia de revancha con el franquismo y la guerra que sus padres?"
Usted sostiene que la Transición fue una reforma desde el punto de vista legal, pero que puede definirse como ruptura si se analizan las consecuencias. En un año, ¡un año!, desaparecieron todas las estructuras represivas del franquismo.
Pero déjeme que le haga de abogado del diablo: cuando dimitió, Suárez le confesó a usted a y otros colaboradores que le dolía no haber logrado la “transición económica”. ¿Hubo transición política, pero no económica? ¿Hubo democracia para todos, igualdad ante la ley, pero los mismos ricos que disfrutaban de privilegios con la dictadura siguieron haciéndolo después?
Los empresarios fueron los principales enemigos de Suárez. Sobre todo los que estaban integrados en la CEOE. Lo consideraban un rojo peligroso. No había diálogo entre ellos. Carrillo decía que Suárez, habiendo sido falangista, fue el primer socialdemócrata en llegar a La Moncloa. Yo también lo creo. Tuvo gran envidia de Felipe González. Envidiaba su legitimidad democrática sin pasado franquista, y su partido estructurado.
Suárez, sin sentirse de derechas, sabía que era visto a ojos de la gente como la derecha. El PSOE y el PCE eran la izquierda; y él, la derecha. Esa idea que usted menciona, la falta de transición económica, fue lo que motivó el lanzamiento de su segundo partido, el CDS.
Es decir: creía que la pasta seguían repartiéndosela los mismos.
Se puede decir así o se puede decir explicando que faltaba instaurar una verdadera justicia social. Creo que eso es lo que estaba en la cabeza de Suárez. En el discurso del “puedo prometer y prometo” ya incluyó la promesa de una reforma fiscal.
Y esa idea fue clave, como le decía, en el lanzamiento del CDS. No sé si la gente se lo creyó. Muchos pensaron que Suárez lo utilizó como gancho, como lema para airear la creación del partido.
¿Llegó esa justicia social, esa transición económica? ¿O todavía no se ha producido?
Creo que esa profunda reforma social está sin hacer todavía hoy. El reparto de renta es más injusto que casi nunca. Hoy, desde luego, España es un país más rico. Había más pobreza antes, pero las diferencias de renta son ahora enormes. Pedro Sánchez y sus asesores estarán de acuerdo: todavía no hay justicia social.
La socialdemocracia de Suárez probablemente pasara desapercibida porque fue, al mismo tiempo, católico y monárquico. Eso le hacía parecer de derechas. ¿A quién votan hoy los socialdemócratas católicos y monárquicos? ¿Están huérfanos de representación?
Creo que no tienen líder, no tienen partido. Hombre, ese líder podría ser el Rey Felipe, pero no tiene partido… de momento [bromea].
Antes hemos mencionado de pasada cómo se escribían los discursos de entonces. Aquel día en que le dijeron “di algo de cierta amnistía”. Usted, que escribió parte de los discursos que saludaban aquella amnistía, ¿qué opinión tiene de la amnistía que se ha aprobado ahora?
Creo que queda por interpretar lo que dice la Constitución, donde están prohibidos los indultos colectivos. Yo siempre he defendido la idea de que un indulto colectivo es una amnistía. Por tanto, esta amnistía no me parece constitucional. Tendrá que analizarlo el tribunal correspondiente, pero le doy mi opinión.
Por otro lado, me parece innoble la manera en que ha llegado: como un pago a los independentistas catalanes. Me parece innoble vender la presidencia del Gobierno a cambio de una amnistía a unos señores que han atentado contra la unidad de la nación. Digo “atentar” porque declararon la independencia de una parte del territorio nacional. ¿Ahondo un poco más?
Adelante.
¿Qué obtiene Sánchez para la convivencia nacional con esta amnistía? ¿Esta amnistía integra a Cataluña en la idea de España? Es que ni siquiera se ha celebrado ese debate. Están hurtando ese debate a la sociedad. Creo que fue Clinton el que dijo: “Cuando el pueblo no puede distinguir dónde está la verdad y dónde está la mentira, la democracia se pone en peligro”.
"¿Qué obtiene Sánchez para la convivencia nacional con esta amnistía?"
Adolfo Suárez y Pedro Sánchez son los dos únicos presidentes de la Democracia que soñaban con serlo desde jóvenes. Vayamos primero con ese parecido. ¿Lo percibe? ¿Es sana esa ambición o acaba siendo peligrosa? El resultado ha sido muy distinto en Suárez que en Sánchez.
Creo que la vocación política se manifiesta igual en la gente de izquierdas que en la de derechas. Suele entrañar un componente de ambición. Esa ambición sólo es peligrosa cuando la consecución del fin justifica cualquier medio. Ni en Sánchez ni en Suárez se puede decir eso, salvo en el caso de la amnistía que acabamos de comentar. Bueno, luego hubo otra compra en Cataluña: el pacto fiscal a cambio de la investidura. Le digo algo sobre esto.
Sí.
Cuando escucho a Sánchez hablar de federalizar el Estado, me echo a temblar. ¿Federalizar es otorgar el concierto fiscal a Cataluña? Si ese es el camino, estamos jodidos. La ruptura del régimen fiscal es una dentellada al Estado muy seria.
Volvamos a la diferencia entre las dos ambiciones.
La gran diferencia entre la ambición de Suárez y la de Sánchez es que la de Suárez nació cuando no había democracia. No fue elegido por las urnas. Lo nombró el Rey con la asesoría de Fernández-Miranda. Luego ganaría dos elecciones generales, pero llegó al poder así. Otra diferencia está en los manejos: Suárez jamás habría hecho esos manejos para mantenerse al frente de la presidencia. De hecho, dimitió. Tomó la decisión de irse.
La dimisión de Suárez es todavía hoy uno de los misterios sin resolver de la Democracia. ¿Da crédito a esa teoría según la cual se fue porque se enteró de los coqueteos del Rey con los militares y lo percibió cercano a esa solución del general Armada en favor de "un gobierno de concentración"? ¿Habló usted con el Rey de la dimisión de Suárez y del 23-F? ¿Sabemos todo lo que tenemos que saber?
Lo que hablé con el Rey está publicado, y lo que no está publicado... es porque no lo puedo contar. Ahora bien: no soy tan insensato como para afirmar que sabemos todo lo que tenemos que saber. Seguro que hay secretos, grandes o pequeños, que serán algún día revelados.
Respecto a la dimisión de Suárez: no soy quien para desmentir ninguna tesis. Sin embargo, no creo que se debiera a eso que usted llama "coqueteos del Rey con los militares". El Rey no coqueteó, al revés: habló mucho con ellos para contener su cabreo y sus tendencias golpistas. Fueron ellos los que pidieron reiteradamente la cabeza de Suárez. Creo que Suárez dimitió porque a la presión militar se unió el cerco de los empresarios, de los medios y de su propio partido. Lo derrotó políticamente la soledad.
También son parecidos Sánchez y Suárez en un aparente defecto que usted cataloga como virtud. El presidente como “gente del montón”. La Transición no la hizo el enciclopédico Fraga, tampoco el brillante Calvo-Sotelo, la hizo “gente del montón”. Ahí encajaba Suárez y ahí encajan, en realidad, todos los presidentes. También Sánchez.
Sí, ese parecido existe. Con un matiz: la de Suárez fue una presidencia muy pobre desde el punto de vista de la infraestructura y los recursos humanos. Tenía que manejarse con unos medios que hoy nos parecerían tercermundistas. Recuerdo esa humilde tortilla que se servía al final de los Consejos de Ministros, la tortillita francesa que él se tomaba… Sánchez tiene infinidad de asesores y técnicos para cada ministerio. El gabinete de prensa de Suárez lo formábamos tres personas.
Alguna vez ha contado que en Moncloa sólo había un asesor con sueldo.
Exactamente. Ahora se habla de seiscientos asesores…
Hemos pasado de un extremo al otro.
Sí, pero yo prefiero que la presidencia tenga los recursos que tiene ahora. Tener un gran equipo te garantiza ser más eficaz y cometer menos errores. Así logra Sánchez ser tan bueno estratégicamente; resulta terrorífico para sus adversarios.
Otro parecido: a Suárez, como a Sánchez, no se le conocían aficiones más allá de la política. Se dedican en cuerpo y alma, todo el día, toda la noche, a hacer política.
Sí, pero diré en descargo de Suárez que la tarea que estaba acometiendo merecía una atención de veinticuatro horas: estaba construyendo nada menos que una Democracia. Lo hizo pese al ruido de sables en el Ejército, pese al ruido de los tiros de ETA, el Grapo… Y lo hizo pese a esos enemigos silenciosos de los que hemos hablado, pero que resultaban tremendamente eficaces.
Los empresarios.
Sí. Súmele a eso que, en aquel tiempo, era más fácil para ellos controlar a los medios. Las eléctricas tuvieron un papel muy importante en el acoso a Suárez. A costa del precio de la luz, pagaron varias campañas contra él. Y luego la banca…
¿Y qué hay de la Iglesia? ¿Cómo influyó en él su catolicismo? ¿Amigos o enemigos? Usted revela una pregunta que se hacía el propio Rey cuando empezaba a conocer a Suárez: “¿Es del Opus o falangista?”. Muy del Opus no parecía cuando presumía de que en la mesa de Narváez, en Moncloa, Isabel II se había cabalgado a sus amantes.
Era católico. Bastante católico. Digamos que tuvo escarceos con el Opus… más bien en su proceso de ascensión por la escalera. La Iglesia era una de las fuerzas con más poder político en España. No sé hasta qué punto llegó ese magreo con el Opus. No tengo información, pero intuí esa cercanía.
Pero, ¿fue sólo antes de llegar al poder o también durante?
Creo que fue antes. Hombre, durante su mandato no se llevó mal. No recuerdo ninguna confrontación con la Iglesia ni con el Opus en particular.
La cuestión es: ¿influyó el Opus en él políticamente cuando fue presidente?
Creo que no. Creo que eso pasó antes.
"Suárez tuvo escarceos con el Opus Dei, pero creo que fue antes de llegar a la presidencia"
Muchas veces se atenúa la figura de Suárez diciendo que, en realidad, la Transición la hicieron Juan Carlos I y Torcuato Fernández-Miranda, como si Suárez hubiera sido solo un mero actor. Usted niega la mayor. Llegó a ver una pizarra en su despacho donde había dibujado todo un plan para acometer la Transición.
El nivel intelectual de Suárez era lo de menos porque tenía una intuición formidable y una gran capacidad para escuchar. Era una esponja. Suárez escuchaba una barbaridad. Sabía a quién tenía que escuchar y aprendía. Tenía esa intuición. Luego, con lo que le daban, separaba el grano de la paja. El Suárez que llegó a Moncloa no tenía nada que ver con el que se fue. Había aprendido mucho. Por cierto, el Rey también fue un poco así, ¿eh?
Es cierto, yo vi esa pizarra. Debo decir que hubo menos planificación de lo que podría pensarse con la idea de la pizarra. Aquello eran apuntes de las cosas que se estaban haciendo y las que se iban a hacer muy próximamente. Había un diseño, pero se improvisó muchísimo. ¡Muchísimo! Eso de que la Transición fue dibujada por el Rey y por Suárez en una servilleta, en un restaurante de Segovia, es mentira. Lo contrasté con el Rey.
Y un último paralelismo: son dos hombres profundamente enamorados de sus mujeres. Usted reitera en su libro sobre Suárez que todos los rumores sobre amantes fueron falsos.
Sí, es un paralelismo que, supongo, obedece a la casualidad. De Sánchez, hasta donde sabemos es así. De Suárez tengo conocimiento de causa porque estuve cerca. Su mujer sufrió una enfermedad muy larga… Le contaré un momento terrible.
Diga.
Muchos años después de dejar la presidencia, Suárez se marchó a una manifestación contra ETA. Estaba en la cabecera y no tenía móvil. Cuando volvió a casa, le dijeron que habían ingresado a su mujer. Nunca se perdonó a sí mismo esa ausencia. Nunca. Después de aquello, estuvo cada minuto al lado de su mujer. Le torturaba el tiempo que no pasó con su familia por culpa de la política.
Usted ha conocido de cerca a los presidentes y a sus mujeres. ¿Qué opinión tiene sobre el caso Begoña?
No tengo una opinión concreta porque está pendiente de juicio, pero lo publicado me suena mal. Suena a debilidad de ambición. Me parece peligroso ir más allá sin tener una base documental.
Por favor, cuénteme con base documental esa anécdota del día en que una mujer muy guapa agarró por las pelotas a Suárez y las sobó hasta comprobar su tamaño.
Creo que fue en un acto electoral. Yo no estaba, me lo contó Suárez. De haber estado, no sé cómo habría reaccionado. Supongo que habría apartado a la señora o le hubiera pedido orden. Claro, ¿cómo reacciona usted si va en el Metro y una mujer le agarra los genitales? En el caso de Suárez, con un añadido: creía que podía haber cámaras grabando. Eso incrementa la sensación de ahogo. Se quedó sin palabras.
Aquello fue el principio del caso Errejón. ¿Un clavo en el ataúd de Sumar?
Hay una canción gallega que dice: “Yo me quería casar, madre mía, no tengo ropa. Cásate, hija mía, cásate, que una pierna tapa la otra”. Cuando no está Ábalos, está Errejón, cuando no está Errejón, el juez llama a Begoña. Y así, tapando una pierna a la otra, va avanzando la política española.
Lo de Errejón es más difícil de tapar: tiene enemigos potentes y no se le perdona la falta de sinceridad. Lo que peor resiste en esta política de la televisión es el engaño. Todos esos vídeos donde despotricaba contra el machismo, los abusos… Esos vídeos que nos ponían de acuerdo con él. Ha traicionado todas esas palabras. Es horroroso.
Vamos con la principal diferencia, que quizá sea la credibilidad. El día que acabaría usted escribiendo el “puedo prometer y prometo”, Suárez le confesó su mayor preocupación: “Yo solo tengo una aspiración, que la gente me crea”. Sánchez, supongo, tiene esa aspiración también. Todos la tienen. ¿Qué cree que pensaría la gente si Sánchez apareciera en la tele, como Suárez, diciendo “puedo prometer y prometo”?
¡La gente se escoñaría! Situemos el escenario. Suárez tenía un partido que… como si no lo tuviera. Era una suma de siglas y de personalidades. Había un problema de credibilidad porque la UCD no era una ideología o un movimiento de base convertido en partido.
Fíjese si había un problema de credibilidad que en aquellos primeros carteles ponía: “UCD cumple”. Suárez, consciente de eso, quiso atajar ese problema. Y se puso a la tarea porque podía hacerlo. Sánchez ya no puede atajar ese problema.
Sánchez se ha convertido en el presidente con menor credibilidad de la Democracia. Paradójicamente, eso no le perjudica electoralmente. Tiene un buen suelo electoral según todas las encuestas. Se prefiere eso a “la llegada de la ultraderecha”. ¿Cómo explica ese mecanismo?
La base de Sánchez es la del votante de izquierdas, al que le importa poco si ha mentido o no mientras le cuenten que se ha frenado a la ultraderecha. Esa es una estrategia muy interesante del señor Sánchez: ha identificado a la derecha y a la ultraderecha en un mismo bloque. Y eso hace que el votante progresista huya de ese bloque. Los progresistas no quieren ni en pintura un gobierno donde esté Abascal.
Una vez que la mentira se acepta como instrumento político útil en todo el mundo, se deja de considerar un pecado venial. Lo importante, piensan, es que la izquierda esté ahí, decidiendo el futuro de este país y buscando una mayor justicia social… que no se está consiguiendo.
¡Con lo bonito que sería escuchar en boca de Sánchez el “puedo prometer y prometo”!
¡Yo pagaría por oírlo!
Escribió usted de Suárez: “Aspiraba a la dignidad del Estado. No soportaba que se pusiera en duda la dignidad de las instituciones, empezando por las que él representaba”. ¿Alguna vez la dignidad de las instituciones había estado en peor momento que hoy?
Creo que no. Tampoco es que la dignidad de las instituciones haya alcanzado momentos brillantísimos, pero no había caído tanto como hoy. El CGPJ, cinco años bloqueado. El fiscal general del Estado, investigado. Y luego está el colmo de Radio Televisión Española. Ahí, con la votación en plena Dana, se vio el ansia de poder.
¿En la cabeza de Suárez entraba, por ejemplo, colocar a gente indisimuladamente afín al frente de todas estas instituciones?
Había un mayor pudor para esos nombramientos que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo. Me podrían decir: “Oiga, la UCD no nombró a socialistas al frente de las instituciones”. Hombre, pero es que ahora se está nombrando a sanchistas de pura sangre.
"En la Transición había un mayor pudor para los nombramientos de las instituciones"
Hablemos de la Dana. Quiero preguntarle por la gestión política que se ha hecho y quizá podamos compararla con la que hizo Suárez con la tragedia de Los Ángeles de San Rafael [una obra negligente de Jesús Gil que dejó 58 muertos bajo los escombros].
Suárez era gobernador civil de Segovia. En cuanto tuvo noticia, se presentó allí, organizó los rescates, las ayudas a las familias, cogió el pico y la pala y se puso a trabajar. El Rey, cuando lo escuchó, preguntó: “¿Es verdad eso? ¡Qué tío!”. Yo no pido que los políticos de hoy cojan el pico y la pala. Además, desde que lo hizo Schröder en Alemania, parecería una copia. No conseguirían nada más que hacerse la foto.
Lo que no consigo entender es por qué se ha tardado tanto en enviar ayuda. No es exagerado decir que se produjo un fallo del sistema. Fallaron las instituciones del Estado que forman el sistema.
¿Podían haberse evitado muertos?
Si hubiera habido instrucciones y la gente no las hubiera seguido… Pero es que esas instrucciones no llegaron a tiempo ni con la suficiente credibilidad como para que la gente se quedara en sus casas. Además, hay personas que han muerto dentro de sus casas.
Entonces: la política de protección civil, negativa. La política de recuperación tras los daños, absolutamente negativa. Debemos revisar la situación legal. Y desde luego tienen que caer cabezas políticas. Si no caen cabezas después de este espectáculo…
¿Qué cabezas deben caer? Hay dos máximos responsables: Mazón por tardar en reaccionar y Sánchez por no intervenir ante la parálisis de Mazón.
Claro. Esa frase de Sánchez de… “Si necesitan más recursos, que los pidan”. Si necesitan ayuda, que la pidan. ¡Oiga, no me joda! Es usted el presidente del Gobierno, hay muertos a punta pala y una destrucción del territorio absoluta. ¿Qué más tiene que ocurrir? ¿Que nos bombardeen los Estados Unidos? Mi respuesta es sí: deben dimitir los dos; Sánchez y Mazón.
La Dana ha provocado una crisis del sistema. “El pueblo salva al pueblo” es un lema que refleja el abandono sentido por la gente. Y ese abandono, convenimos, tuvo su raíz en la pelea partidista provocada por el reparto de competencias del Estado Autonómico.
Usted estuvo muy cerca del proceso de creación de ese Estado, del “café para todos”. Hace diez años dijo que el problema no era el modelo, sino las personas que estaban llegando a las instituciones. ¿Sigue pensando lo mismo?
Sí. Sólo nos faltaba que se produjera aquella escena… Me parece que va a llover, llueve y acaba uno diciendo: “Hay que acabar con el Estado”. Estamos entrando en esa dinámica. Creo que el Estado español es fuerte, tiene medios y mecanismos para responder a tragedias como esta.
Está lloviendo muy fuerte, maestro.
Porque las instituciones no son sólo las instituciones, sino las personas que las conforman. Una institución es un edificio muy bonito, pero hay personas dentro. Lo que ha fallado han sido las personas, no el Estado Autonómico. Lo que sí debe revisarse es la servidumbre burocrática de papeleos infinitos a la que nos obliga.
Lo que parece difícilmente corregible es el ansia de poder de las personas que están hoy en las instituciones. Están ahí a ver si machacan al contrario. ¡Hay doscientos muertos, joder! Es tan miserable su actitud… No merecen que los periodistas les hagamos caso. En gran parte, tenemos la culpa por retransmitir las gilipolleces que dicen.
Una curiosidad: usted cuenta en sus libros que el “café para todos”, el Estado Autonómico, nació en gran parte porque, tras concederse a Cataluña, País Vasco y Galicia, los dirigentes de UCD en las distintas provincias se vieron presionados por la gente: “Oye, ¿cómo no vas a coger ese tren? ¡Con los cargos y las cosas que aporta!”. ¿De verdad nació así el Estado Autonómico?
Pues más o menos fue así. Con un agravante: en Estados Unidos, en Alemania… Se compuso un Estado federal para unir, un movimiento de abajo arriba para unir. Eso lleva implícito el valor fundamental de la unión y la lealtad institucional en torno a una Constitución. En España, fue al revés: se hizo un Estado Autonómico contra el Estado. Los avances que hubo de transferencias de competencias fueron fruto de la presión de los nacionalismos.
El Estado Autonómico multiplicó de pronto a los políticos profesionales. Llenó España de políticos.
¡Y no sabe lo que mejoraron los restaurantes de provincias!
¿Qué hacemos con el Estado Autonómico, don Fernando?
Actualizarlo. Pido menos burocracia, más relación directa con el ciudadano y, sobre todo, más honradez.
No podemos terminar la entrevista sin hablar de Juan Carlos I, al que usted ha conocido de cerca, ha entrevistado… ¿Qué opinión le merecen los últimos escándalos? ¿Teme que empañen su biografía?
Lo he vivido con mucha pena. Y también con mucha sorpresa. Siempre hubo rumores. Se dice que se le toleró… A mí me cuesta trabajo pensar que los sucesivos presidentes no supieran nada. Sobre todo porque el CNI tenía que saberlo. Si no, ¿para qué queremos un servicio de inteligencia aparentemente tan poderoso?
Hay dos factores que creo que explican lo de don Juan Carlos. El primero: “A ver si me va a pasar como a Alfonso XIII, que me quedo sin nada”. Entonces, empezó a buscar ahorros.
Eso sólo sería entendible en los setenta y principios de los ochenta, cuando la monarquía parlamentaria no estaba consolidada, pero ya en el siglo XXI… No vale.
Y ahí va el segundo factor: el exceso de confianza, el pensar “como soy rey puedo hacer lo que quiera, me tiro a las mujeres que más me gustan y no pago impuestos”. Maticemos: no pagaba impuestos, al parecer, de las donaciones que recibía. Pero sí pagaba impuestos por su dinero en España. Es un tema que me ha dolido tanto personalmente que ni lo he leído bien.
Le sigo queriendo. Me preocupa eso que usted dice: ¿cómo va a pasar a la Historia? ¿Como autor del gran milagro de la Transición o como un corrupto? Le he hecho llegar un recado.
¿Un recado?
Sí, a través de algunas personas cercanas. Habrá visto usted que don Juan Carlos va a publicar unas memorias. Espero que no sea para justificarse. Espero que sea para dar explicaciones de lo que hizo. Si el libro no da esas explicaciones, puesto en nuestras garras de periodistas, sería terrible… Terrible.
Terminemos como hemos empezado, hablando de Adolfo Suárez. Su historia es la de una alegría política, pero también la de una desgracia personal. La de Suárez es una historia triste. El hombre que desmontó pieza a pieza el franquismo se murió sin recordar que lo había hecho. Tampoco pudo enterarse, pese a estar vivo, de que el pueblo le brindó un gran homenaje, de que se le disculparon sus errores y de que se le reconoció su labor histórica.
Hay un libro de García Abad que se titula “Suárez, una tragedia griega”. Creo que es un buen resumen de su vida. Llegaron a negarle la paz en misa. Para un católico como él, fue horrible, casi lo peor que le podía pasar. No tuvo lucidez para vivir ese reconocimiento, pero sí para sufrir la muerte de su hija, la muerte de su mujer…
La desmemoria de Adolfo Suárez fue una desgracia personal. Si nos olvidamos nosotros de lo que fue su obra política, ¿será una desgracia colectiva?
No puedo añadir ni una palabra a eso que usted acaba de decir.
Don Fernando, su hija Sonsoles quiere hacerle una pregunta: cómo consiguió usted que sus hijos leyeran. Y añade: “¿Te preocupa que tus nietos no lo hagan?”.
Claro que me preocupa. Y no solo que no lo hagan mis nietos, sino también mi hijo más pequeño. Sin embargo, pese a esa ausencia de lecturas, son cultos, están informados. No sé si bien o mal informados, pero están en el mundo. No les ocurre como a mí, que vivía en aquella aldea sin ver el horizonte.
Es una generación distinta. Ayer iba en un avión, Sonsoles, y una chica hablaba por teléfono con una compañera de trabajo: eran cosas tecnológicas, no entendí una palabra. Vuestros hijos, mis nietos, hablan un lenguaje que no entiendo. Pero si ven libros en casa, acabarán leyendo. Yo no os dije que… bueno, sí os lo decía. Leed mucho y escribid mucho para luego tirarlo al cesto de los papeles.
Por alusiones, quiere intervenir su hijo Fernando, de 22 años: “Papá, ¿qué le dirías a tu yo de 22 años?”.
Querido hijo, si no mantenemos conversaciones profesionales, es porque no entiendo una palabra de tu territorio. A mi yo de aquel tiempo le diría: “Corre, Fernando, salte del Arriba y vete a cualquier otro periódico. También será del régimen, pero lo disimulará mejor”. También le diría: “Elige bien a tu pareja porque va a ser la compañera de tu vida. Que sea buena persona, cariñosa, comprensiva. La belleza será secundaria un día”.
Y luego añadiría: “Intenta hacer lo posible por ser leal contigo mismo, honesto”. Fernando, hijo, tú eres honesto, eres un buen tipo y es lo que más aprecio de ti. Disfrutas de una libertad plena y consentida. Yo no tuve esa oportunidad.
Y su hija mayor, Cristina, quiere saber con qué sueña usted… literalmente.
Hace tiempo que no tengo sueños concretos… Cuando el divorcio, sí tenía uno recurrente. Era como el mito de Sísifo, pero sin piedra. Iba yo subiendo un monte y, cuando llegaba a la cima, tenía que volver a empezar. Lo soñaba todas las putas noches. Eran las dudas que tenía en ese trance del divorcio. Como sabes, hija, lo hice fatal.
Estos días… No tengo exactamente un sueño, pero tengo una sensación extrañísima. Cristina, tú conoces la casa del pueblo. Teníamos una cocina pequeña, pero era allí donde vivíamos para protegernos del invierno. En el despacho de casa, de mi casa de ahora, es curioso… Cuando estoy ahí sentado, pienso que al otro lado está la cocina del pueblo.
Y si miro a la escalera, tengo la sensación de que arriba está la habitación donde dormíamos mi hermano y yo. Es increíble. Estoy en mi casa, pero no consigo ver mi casa. Veo la casa del pueblo.