Presidente, tenías razón: rectificación escrita en pleno éxtasis junto a Sánchez
- Mientras un "maremoto" totalitario engullía el planeta, nosotros teníamos la vista puesta en un empresario de Zamora, un 'aizkolari' de Barakaldo y la (co)directora de una cátedra universitaria.
- Más información: El búnker del PSOE, por dentro: una de "demócratas" y "golpistas".
Ahora que vemos a los operarios cargando camiones junto al pabellón, notamos de repente el cansancio en los hombros. Llevamos tres días seguidos, todos juntos, reconstruyendo el Muro de Berlín.
En los versos que colgaban de la boca de Sánchez hace unos minutos, los de La Internacional, hemos encontrado al fin un hilo de esperanza. Se ha hecho de noche en el mundo, pero en España empieza a amanecer.
Atisbamos la luz en la espalda de un hombre humilde que ha ofrendado a la Democracia los mejores años de su vida. Maldecimos nuestro cinismo, el de estos medios de la tercera España faltos de compromiso. No queríamos ver. Había un "maremoto" totalitario –la expresión es de Santos Cerdán– engullendo el planeta y nosotros sólo teníamos la vista puesta en un empresario de Zamora, un aizkolari de Barakaldo, la directora de una cátedra universitaria y un profesor de conservatorio de provincias.
Pensamos en nuestra metamorfosis mientras recorremos el auditorio en silencio. Hay un montón de pancartas de papel en el suelo. Pone "Sanxe" y adorna el apellido un símbolo de Superman. No ha estado bien ahí el departamento de Comunicación del Politburó. No se puede frivolizar en un momento como este. Y lo decimos nosotros, que hasta hace menos de 72 horas éramos los verdaderos frívolos.
Impacta ver a un hombre así, aparecido entre la multitud en medio de un juego de luces rojas que parpadeaban evocando el latido de un corazón. Lo reconstruimos ahora que no hay nadie y nos asalta cierta sensación de irrealidad, como si no hubiera podido suceder. Sánchez, con la chaqueta de ante, las luces titilantes y un discurso preparado en el atril para salvar a la humanidad.
Ha pasado tan cerca de nosotros, ha besado tantas veces a un metro de nuestro propio rostro... Hemos intentado tocarle y no hemos podido. Así que hemos rozado disimuladamente por el pasillo la chaqueta de Manolo Chaves, que no es Sánchez pero sí un trozo de carne del milagro. No importa conducir un gobierno corrupto si el bien que se persigue es tan grande como para poner a salvo el "progreso", la "libertad" y los avances que pagaron con muerte nuestros ancestros.
Nos consuela pensar que, además de esta crónica, hemos podido redimirnos en lo sagrado. Al poco de acabar, hemos encontrado al padre Ángel en la segunda fila.
–Padre, ¿ha venido para confesar a alguien?
–¡No, no! Igual hasta me confiesan a mí.
Este Gobierno –ha recordado Sánchez– llegó para acabar con la corrupción del PP. Pero ahora la batalla es otra. No hay corrupción que pueda esconder el verdadero debate: "estar en el lado correcto de la Historia"... o estar con los ultras.
¿Cómo hemos podido creer que Franco había muerto para siempre? ¿Cómo pudimos tragarnos el embuste de la Transición? El dictador ha aparecido en una pantalla enorme, en la Plaza de Oriente, y la gente se ha puesto a pitarle como si estuviera vivo. Nosotros, a los que la biología premió con la suerte de no tener que ser antifranquistas, hemos podido gritar también al dictador resucitado.
Ha sido como un ritual, como una ceremonia que se repetirá de aquí a 2030. Algunos pensaban que la agenda 2030 era una broma, pero Sánchez se ha comprometido a sacrificar su bienestar y el de su familia para salvar la Democracia por lo menos hasta entonces. Aguantará en el cargo lo que queda de legislatura y luego ganará las generales.
Sólo él puede hacerlo. No es mesianismo, es probabilidad histórica. Nunca jamás creímos que nos encontraríamos a alguien como él... y estamos seguros de que nunca jamás volveremos a encontrarnos a alguien como él. Si Sánchez cae, la Democracia morirá y nosotros con ella.
El ritual era más o menos este: los dirigentes del PSOE refrendados por el aparato, antes de subir al escenario, abrazaban al líder y a Begoña Gómez. Los dos presidentes de España. Abrazar a Begoña, a la que no se conoce, con tal efusividad, es como besar los dioses de piedra de los templos de Vietnam. Una manera de postrarse y tender los brazos ante algo más grande que el hombre.
"En los últimos meses he meditado mucho qué hacer con mi vida (...) Si me tocaba dar un paso atrás, si me tocaba seguir (...) He hablado mucho con mi familia. Ellos, como todos vosotras y vosotros, también son víctimas del odio (...) He decidido dar un paso al frente (...) Sólo hay dos caminos: el del odio y el de la esperanza; el de la socialdemocracia y el de la ultraderecha".
Ese ha sido el fragmento más emocionante del discurso de Sánchez y nos ha mostrado, ahora que entramos en la vida adulta, que existen situaciones en las que no queda más remedio que tomar partido.
El pabellón está vacío. Con los ojos enrojecidos, sentados en una esquina, repasamos el poema de Niemöller: "Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar".
Joder, qué poema. Hacemos una pequeña corrección. Cambiamos "judíos" por "palestinos" y lo mostramos a un grupo de militantes. "¡Es esto, es esto!", repiten con ojos alucinados.
Pensamos en ofrecer un abrazo, pero no sería justo. Tanto tiempo al otro lado del muro sin querer poner un ladrillo encima del otro. No es justo, no sería justo.
Terminamos la crónica cuando ya no queda nadie aquí dentro, cuando los trenes zarpan llenos hacia Madrid, cuando nos quitan hasta la silla, "¡chaval, hay que irse!". Pero, ¿cómo nos vamos a ir ahora que hemos visto la luz?
"Oye, pero no quitéis el Wifi, que todavía no hemos terminado", se oye al fondo de una sala. La puta extrema derecha.
Tenemos una misión: extender lo que ha ocurrido aquí al resto de España, del mundo. Colaboraremos todos. El Gobierno, los medios, los partidos, la Abogacía del Estado, la Fiscalía General, Paradores, el CIS, el Tribunal de Cuentas, la Sepi, Correos, Renfe, el hipódromo de La Zarzuela...
–¡Chaval, tanto escribir! ¡A tomar por saco de aquí, leñe!
–Un segundo, por favor, estoy combatiendo a la extrema derecha.
–¡Qué extrema derecha ni qué niño muerto! ¡A tomar por culo ya, coñe!
–Removamos todas las trabas que oprimen al proletario.
–¡Fuera!
–El día que el triunfo alcancemos ni esclavos ni dueños habrá.
–¡Largo!
–¿No se da cuenta? Pare un momento de mover las mesas. Cierre los ojos, ya se están alzando los pueblos por la Internacional.
–¡Que venga una ambulancia!