La aciaga flota de Felipe V sepultada por huracanes y saqueada por piratas: escondía joyas de la reina
Llevaba 14 millones de pesos de plata, añil, tabaco, mercancías del Galeón de Manila y regalos para Isabel de Farnesio. Solo una consiguió salvarse.
29 febrero, 2024 10:41El 27 de julio de 1715 zarparon de La Habana once embarcaciones de las flotas de Tierra Firme y de Nueva España rumbo a España. Aquellas naves desaparecieron a los tres días. Cuando llegaban a la costa oriental de Florida, el sol se ocultó entre las nubes al mismo tiempo que el Atlántico encolerizaba. Un potente viento huracanado "nos impidió ponernos a la capa por la mucha mar que metía, desarbolándonos. Al no poder resistir nos tiramos a varar en la costa de Florida en la zona llamada el Palmar de Ayx", relató un funcionario real que se encontraba entre los escasos supervivientes. Solo un buque mercante francés que los acompañaba logró esquivar la tormenta al navegar bastante adelantado del resto.
Más de 14 millones de pesos de plata de los caudales de Indias se perdieron junto a las cajas de añil, tabaco y mercancías orientales del Galeón de Manila. Un pequeño porcentaje logró recuperarse, magro consuelo para los comerciantes endeudados y una corte ansiosa. Mucho más valioso que los tesoros, se encontraban las almas de más de mil marineros que, encabezados por su general, Juan Bautista de Ubilla, cruzaron las puertas del más allá al quedar sepultados por las aguas del traicionero canal de Bahamas. Antonio Echevers y Subiza, almirante y capitán de mar y guerra, logró salvarse, pero uno de sus hijos se contaba entre los engullidos por las cóleras del océano.
Desde entonces, la carga oculta bajo las aguas ha sido el objetivo de numerosos cazatesoros que sueñan con riquezas siguiendo la estela de los huracanes que remueven el fondo marino. En el verano de 2015, la empresa 1715 Fleet - Queens Jewels LLC encontró más de 400 monedas de oro valoradas en 5,5 millones de dólares. El Ministerio de Cultura español no tomó ninguna medida y, al contrario que con el naufragio del galeón San José, abandonó cualquier batalla legal. En 2020 un detectorista encontró en las playas otras 22 moneda de plata. Aún no se sabe nada de las alhajas de Isabel de Farnesio, reina consorte y esposa del rey.
Las joyas de la reina
A finales del año 1700 el trono de España quedó vacante y provocó una cruel guerra que sacudió Europa. Los ejércitos austracistas apoyados por Gran Bretaña, Provincias Unidas y el Sacro Imperio se despedazaron durante años con las fuerzas borbónicas apoyadas por Francia. Durante la contienda, millones de pesos esperaban en América, listos para aliviar las penurias económicas del Borbón, que en más de una ocasión no contó con suficientes buques para proteger su viaje de la avaricia de las naves enemigas. En 1715, con el conflicto terminado y España arrasada, Felipe V se impacientaba.
En 1714 la reina llegó a Madrid y para congraciarse con la realeza, Toribio Rodríguez, presidente de la Audiencia de Guadalajara (México) decidió enviar un caro regalo a la reina: varios pendientes de oro, anillos del mismo material con algunas esmeraldas, más de 129 perlas de gran valor junto a "un rosario de corales como garbanzos, con los padrenuestros engarzados en oro", según se describió en uno de los legajos.
Cuando los supervivientes llegaron a Cádiz en 1716, el Consejo de Indias lanzó una investigación para conocer el paradero de las joyas y ordenó que las autoridades realizasen batidas entre los hogares de los lugareños de Florida en busca de cualquier indicio. Los dos grandes buques de la flota que transportaban las más valiosas mercancías se hundieron cerca de la costa, motivo por el que se organizó el rescate del tesoro una vez salvaron a los náufragos. Aquellas costas no eran del todo seguras, pero los buzos del virreinato rastrearon las entrañas de los buques. Unos tres millones de pesos rescatados a pulmón fueron enviados a La Habana como consuelo a la ansiedad de los centenares de mercaderes endeudados.
Piratas
En una de las playas cercanas montaron un almacén bajo la sombra de un destacamento militar de menos de cien hombres que debía protegerlo de los indígenas hostiles, pero la noticia había corrido por todo el Caribe. En lugar de un ataque de los nativos, en 1716 les sorprendieron cinco embarcaciones con 600 piratas erizados de armas comandados por el temido Henry Jennings.
En un ataque por sorpresa saquearon el almacén y, de regreso a Jamaica, contaban con 350.000 pesos más en sus bolsillos. La Justicia española nunca logró echarle el guante y el pirata se sitúa como uno de los pocos que pudo gozar de un retiro pacífico. En 1718 se entregó a Woodes Rogers, gobernador de las Bahamas, que había prometido un indulto a los piratas que se rindiesen.
"Este naufragio puede considerarse uno de los peores de entre los acaecidos
en el seno de la Carrera de Indias, en términos de pérdidas tanto humanas como económicas. Y esto sucedía cuando se acababa de salir de un conflicto
bélico que había impedido el tráfico mercantil habitual con las Indias y en el
curso del cual la flota mercante española había sido destrozada", explica en un artículo sobre este episodio publicado en la Revista de Historia Naval Enrique Tapias Herrero, capitán de navío en reserva y doctor en Historia.
Ante el desastre, Fernando de Alencastre Noroña y Silva, virrey de Nueva España, envió sus disculpas a la corte madrileña. En realidad, la flota de Ubilla y Echevers nunca debió zarpar a finales de julio, fecha conocida por sus repentinos huracanes. Cuando Ubilla llegó desde Cádiz hasta Veracruz en 1712, el virrey pronto le tomó ojeriza, motivo por el que retrasó su regreso en varias ocasiones amparándose en su autoridad para con la flota. Tenían previsto hacer el viaje de ida y vuelta en un año. Al final estuvieron en América 31 meses hasta que se les dio permiso para regresar.
En la Guerra de Sucesión, "los consulados americanos se habían habituado a adquirir mercancías de contrabando, procedentes de las islas caribeñas ocupadas por otras naciones, así como a comprar los exóticos productos procedentes del galeón de Manila. Las compras se realizaban a precios muy inferiores a los de las mercaderías aportadas por flotas y galeones, que por esta razón acabaron resultando molestos. De hecho, los consulados terminaron solicitando un mayor intervalo entre flotas", concluye Enrique Tapias Herrero.