Escena de la batalla de Lepanto

Escena de la batalla de Lepanto Fundación Museo Naval

Historia

La feroz lucha entre Carlos V y un sultán por ser los dueños del mundo: "Si tiene agallas, que venga"

Una obra del historiador Gábor Ágoston desgrana con detalle la política europea del Imperio otomano entre los siglos XIV y XVII. 

4 junio, 2024 09:51

Miles de soldados, "vestidos a la manera de una falange de Alejandro Magno" según las crónicas, entraron en la ciudad italiana de Bolonia ofreciendo un grandioso espectáculo. En armadura completa, cubierto por un dosel y cabalgando a lomos de un caballo blanco, Carlos V pensaba en los princeps romanos. En la ciudad, el papa Clemente VII le entregó una espada, un orbe, un cetro y lo coronó emperador del Sacro Imperio Romano Germánico el 24 de febrero de 1530. 

Al otro lado del Mediterráneo, el sultán otomano Solimán I "el Magnífico" rabiaba. Los arcabuces de sus jenízaros ya se habían estrellado en las murallas de Viena a finales de 1529, pero volvió a intentarlo tres años después. Carlos V y su hermano pequeño Fernando I, archiduque de Austria, reunieron un ejército de cerca de 200.000 soldados españoles, itálicos, alemanes, húngaros, croatas y más naciones de sus imperios dispuestos a enfrentarse al gran turco.

Para ganar tiempo, Fernando I solicitó la paz a cambio de entregar varias fortalezas. "El rey de España ha proclamado durante mucho tiempo que quiere actuar contra los turcos (...). Si es un hombre que tiene agallas y valor, que venga y prepare su ejército en el campo dispuesto a luchar con mi hueste imperial, y el asunto será lo que Dios quiera", clamó Solimán en una carta. Carlos prefirió preparar la defensa de Viena y Solimán tampoco intentó provocar una ordalía. Ambos gobernantes se temían. 

Carlos V en la batalla de Mühlberg según el pincel de Tiziano.

Carlos V en la batalla de Mühlberg según el pincel de Tiziano. Museo del Prado

"Ni Carlos ni Solimán querían arriesgarse a una batalla. Esta reticencia explica por qué el sultán pasó tres semanas asediando el fuerte húngaro de Kőszeg en el noroeste de Hungría, a cien kilómetros de Viena", explica Gábor Ágoston, historiador y profesor de las universidades de Budapest, Georgetown y Viena, en su obra El Imperio otomano y la conquista de Europa (Ático de los Libros). Aquel fuerte solo estaba defendido por 800 milicianos.

Al final se rindieron y Solimán regresó a Constantinopla, no sin antes desfilar sobre las ciudades serbias de Niš y Belgrado decoradas con arcos del triunfo "a la manera de los antiguos triunfos romanos", relataron los testigos. En sus audiencias y desfiles lució una corona valorada en 144.400 ducados venecianos, cifra equivalente a los impuestos anuales de Damasco. Esta corona se parecía a la que había llevado Carlos V en Bolonia y a la tiara del papa, todo un desafío. 

Suleimán y su séquito según un grabado holandés de 1526.

Suleimán y su séquito según un grabado holandés de 1526. Wikimedia Commons

"No puede haber dos soles"

"El turco invadirá Alemania con todas sus fuerzas, en una contienda por el mayor de los premios, para ver si Carlos será el monarca de todo el mundo o lo será el turco. Porque el mundo ya no puede soportar dos soles en el cielo", escribió el humanista Erasmo de Róterdam

Solimán, cuya influencia se extendía por todo el Mediterráneo hasta las orillas del Caspio, fue un hábil diplomático que se presentó al mundo musulmán como servidor de los dos Sagrados Santuarios, La Meca y Medina, líder indiscutible del islam, Heredero del Gran Califato y gobernador de Jerusalén. Su dinastía se remontaba hasta el siglo XIII cuando Osmán I se independizó del sultanato de Rum en Anatolia. Solimán, en el máximo apogeo del Imperio otomano, se sentía heredero de la tradición turco mongola y romano-bizantina, dominada por su ancestro Mehmed II, el conquistador de Constantinopla

Combate naval de Préveza de 1538 según una ilustración del siglo XIX.

Combate naval de Préveza de 1538 según una ilustración del siglo XIX. Wikimedia Commons

Con esta campaña propagandística, además de arrinconar a sus rivales en Azerbaiyán, Persia y el norte de África, "esperaba desafiar las aspiraciones de Carlos V de dominio cristiano universal", apunta el historiador húngaro en su obra, que desgrana con detalle la política, diplomacia y campañas militares de uno de los imperios más incomprendidos y poderosos de Europa hasta que comenzó a quedar rezagado en el siglo XVIII. 

El rey de España, por su lado, incluía en sus cartas al sultán como señal de desafío el título de rey de Jerusalén (título que aún mantiene el actual Felipe VI). Sus más fieles le presentaban como "último emperador del mundo" y los más exaltados decían que bajo su reinado se convertirían los judíos y los paganos y, se llegó a sugerir, que luego advendría el reinado de mil años de Cristo y el juicio final. En una de sus armaduras grabó las siglas de Karolus DivusCarlos el divino. 

Desastre de Mohács de 1526 en el que murió Luis II de Hungría, óleo de Bertalan Székely en 1862.

Desastre de Mohács de 1526 en el que murió Luis II de Hungría, óleo de Bertalan Székely en 1862. Galería Nacional de Hungría

Desastre en Argel

En Europa Fernando I, archiduque de Austria y futuro emperador, hacía lo que podía por defender sus dominios y sus derechos al trono de Hungría. Sus ejércitos se desgañitaban en la frontera danubiana contra las tropas del sultán, muy famosas por dominar las técnicas de asedio, por conquistar Serbia, Bosnia y Croacia y acabar con su cuñado Luis II de Hungría en el desastre de Mohács de 1526. "Nosotros dos solos somos débiles [frente al sultán]", escribió Carlos V a su hermano a la vez que le recomendaba alcanzar la paz con la Sublime Puerta siempre que fuera posible.

'El Imperio otomano y la conquista de Europa'

'El Imperio otomano y la conquista de Europa' Gábor Ágoston Ático de los Libros

Al sur, en el Mediterráneo, se sucedían las expediciones, conquistas, abordajes y masacres entre cristianos y corsarios berberiscos y otomanos en una complicada maraña de alianzas y juegos diplomáticos. El corsario Hayreddin Barbarroja, almirante de la flota turca, sugirió a Solimán que debían hacerse con el control de Túnez, sentar en el trono a un títere y crear una base naval para la flota. "En ese caso, con la ayuda de Dios Sublime, sería factible conquistar y someter a España desde allí", escribió al sultán el temido corsario. 

En 1535, menos de un año después de la conquista de Túnez por Barbarroja, el propio Carlos V capturó la ciudad al mando de una poderosísima armada. Su Cruzada había tenido éxito y se presentó ante Europa como "domador de África" y "Destructor de los Turcos" y desfiló como un emperador de Roma por toda la península itálica. Toda una bofetada para el desfile de Solimán en Serbia de unos años antes.

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Este, ocupado en sus campañas en Azerbaiyán e Irak, respondió con incursiones por todo el Adriático. Hayreddin derrotó a 130 galeras de una flota combinada de españoles, lusos, venecianos, guardias papales, caballeros de San Juan y genoveses frente a las costas griegas de Préveza. Túnez permaneció en manos españolas, pero cayó Tripolí y en 1541 más de 130 barcos y 13 galeras de Carlos V fueron arrastradas por el mar en una furiosa tormenta invernal frente a las costas de Argel. La batalla de Lepanto aún estaba lejos y por el momento habían llegado a un empate.

Naufragio de la armada de Argel en 1541 según un óleo del siglo XVI.

Naufragio de la armada de Argel en 1541 según un óleo del siglo XVI. Wikimedia Commons

 

"De todos modos, ambos emperadores pronto se dieron cuenta de que el reino universal estaba fuera de su alcance y que debían llegar a un compromiso. El resultado fue la partición de Hungría y el establecimiento de las fronteras militares otomanas y de los Habsburgo a lo largo del Danubio, que guardaron el delicado equilibrio entre los campeones del catolicismo y del islam durante los ciento cincuenta años siguientes", concluye Ágoston.