La búsqueda infinita de la ciudad perdida de Tarteso: ¿está en Doñana o en realidad no existió?
Un nuevo estudio paleogeográfico compara las evidencias científicas con los controvertidos datos de un poema latino para situar el epicentro político de esta misteriosa civilización.
23 julio, 2024 02:00Aunque sus límites geográficos y cronológicos todavía resultan difusos, tras muchos debates académicos y décadas de investigación arqueológica el término Tarteso hace referencia en la actualidad a una cultura que se desarrolló en el suroeste de la Península Ibérica entre los siglos VIII y V a.C. y que fue resultado de una hibridación del mundo indígena del Bronce Tardío Atlántico con el de los colonos fenicios procedentes del Mediterráneo. Sin embargo, en los relatos de tintes fantasiosos y épicos de la literatura grecolatina este nombre era polisémico y describió realidades muy distintas.
La primera mención a Tarteso en las fuentes clásicas se remonta a un poema de Estesícoro de Himera (630-550 a.C.) en el que relata el décimo trabajo de Hércules, la captura de los bueyes de Gerión. Afirma que este personaje tricéfalo "nació casi enfrente de la ilustre Eritía, junto a las fuentes inagotables del río Tarteso de raíces de plata en la cavidad de una roca". El geógrafo Estrabón, que es quien cita esta obra, relacionó dicho río con el Betis (Guadalquivir). En otras menciones antiguas se quiso identificar a Tarteso como un monte, un golfo o un estrecho.
Un segundo bloque de referencias transmitió la imagen de Tarteso como una región geográfica, un territorio político o un grupo étnico. El poeta Anacreonte, que escribió en la segunda mitad del siglo VI a.C., habló de una monarquía rica más allá de las Columnas de Hércules. Estrabón, por su parte, incidió en el concepto de un reino gobernado por el legendario y longevo Argantonio, quien vivió 120 años y reinó 80. Pero las fuentes de época romana reformularon una vez más el significado de esta entidad y la vincularon con una ciudad. El primero de ellos fue Salustio, que aseguró que el antiguo nombre de Gadir (Cádiz) había sido Tarteso, una teoría que repitieron Cicerón, Plinio el Viejo o Rufo Festo Avieno.
La imagen de una ciudad llena de riquezas, vinculada con la todavía más enigmática Atlántida de Platón, fue lo que empujó al arqueólogo alemán Adolf Schulten, descubridor de Numancia, a emprender la búsqueda del asentamiento de "la primera civilización de Occidente" y emular así a lo que había logrado su compatriota Heinrich Schliemann con Troya. Lo hizo en la zona del Bajo Guadalquivir, en el área de Doñana, y en base principalmente a los tardíos versos de Avieno (siglo IV d.C.), pero sus excavaciones —y las de quienes recogieron su testigo— fueron infructuosas.
La ciudad de Tarteso, presuntamente el centro político y comercial de este amplio territorio, se hallaba según el poeta romano, autor de Ora maritima, en una isla llamada Cartare, ubicada a su vez entre los dos brazos de un río, llamado también Tarteso, tras salir este de un lago cuyo nombre era Lacus ligustinus ("Lago Ligustino" o "Lago Ligur"). La desembocadura de ese río era múltiple: del brazo oriental surgían tres rías o esteros que penetraban en el interior del país por el este y, aguas abajo, al sur de la isla, cerca ya de la desembocadura, el mismo brazo oriental confluía con el occidental a través de una doble bifurcación de su curso.
El ámbito nuclear de Tarteso suele identificarse con el área litoral comprendida entre Gibraltar y la desembocadura del Guadiana. Es decir, un territorio cuyos vértices serían la ría de Huelva, el estuario del Guadalquivir y el área de Cádiz. Si bien las referencias al paisaje costero del sur de la Península Ibérica realizada por autores como Avieno en sus obras poéticas no encuentran paralelo en la actualidad, los estudios paleoambientales y paleográficos han arrojado luz sobre esta disonancia. Por ejemplo, se ha conocido la existencia de tres tsunamis, dos de ellos de gran capacidad devastadora, que barrieron las fases de ocupación prehistórica.
¿Un poema verosímil?
El último trabajo en esta línea de investigación se ha centrado en el Espacio Natural de Doñana en el periodo comprendido entre 1150 y 500 a.C. Según los resultados obtenidos por un equipo de investigadores del CSIC y la Universidad de Huelva y publicados en la revista Frontiers y Marine Science, uno de estos episodios marinos de oleaje extremo en el golfo de Cádiz llegó a inundar buena parte de la zona, que volvió a alumbrar amplias extensiones de tierra firme y marismas sobre una laguna costera en la que desembocaban antiguos cauces de los ríos Guadiamar y Guadalquivir, entre otros. La región volvió a repoblarse, llegando sus habitantes a vivir de la agricultura del cereal, la ganadería y el pastoreo mayor, así como de la pesca y el marisqueo.
Los primeros exploradores y mercaderes fenicios se encontraron con que, por el oeste, la flecha litoral de Doñana separaba la laguna del Atlántico; mientras que por el suroeste y el sur la laguna desaguaba en el océano, a la vez que se nutría de sus aportaciones mareales, por medio de dos amplias bocas, entre las que había una isla de unos 10 km2. Ese espacio sería la moderna La Algaida, situada al norte de Sanlúcar de Barrameda, supuesta ubicación de la ciudad de Tarteso, según la interpretación de los investigadores. No se trata de una hipótesis nueva puesto ya fue esbozada en la década de 1940 por Pedro Barbadillo y en la de 1970 por el francés Loïc Menanteau.
Lo novedoso de este trabajo es que ha permitido estudiar y determinar la antigüedad de los antiguos cursos bajos de los ríos Guadiamar —desembocaba por medio del caño Travieso— y Guadalquivir —su brazo perdido de los dos que tuvo en época romana estaba al este del actual y no al oeste, como creía Schulten—, así como de la laguna costera y el litoral oceánico.
La Ora maritima de Avieno, que reconstruye el derrotero de un desconocido navegante griego del siglo VI a.C., ha sido muy controvertida por la naturaleza del poema y porque hace referencia a geografías difícilmente reconocibles —solo se identifica con certeza la desembocadura del Guadiana, la ciudad de Cádiz y el peñón de Gibraltar— o que directamente solo se mencionan en esta obra. Pero la reconstrucción paleoambiental y paleogeográfica realizada por Juan J. Villarías-Robles (Instituto de Lengua, Literatura y Antropología-CSIC) y Antonio Rodríguez Ramirez (UHU) y su equipo es bastante aproximada a la descripción realizada por el antiguo romano, según defienden.
"Por ceñirnos al pasaje citado sobre la ubicación de la ciudad de Tarteso, el río del mismo nombre sería el actual Guadiamar corriendo en su último tramo por el caño Travieso", explican. "Tras desembocar en el Lago Ligustino, que sería la laguna costera, el río saldría de ésta para rodear La Algaida —una isla entonces, que sería Cartare— y después desembocar en el Atlántico mediante dos brazos. Las tres corrientes que partían del brazo oriental y penetraban en las tierras al este del antiguo estuario podrían ser los esteros hoy prácticamente secos llamados Salado de Lebrija, Caño de Jerez y Marisma de Rajaldabas".
Pero estas evidencias científicas no dejan de ser una hipótesis sobre la ciudad perdida de Tarteso —si es que realmente existió—. La arqueología, como hizo con Troya, debe dictar sentencia.