La conquista de Perú, como nunca se había contado: "Fue el comienzo de la tragedia de nuestro mundo"
- El escritor francés Éric Vuillard reconstruye con su estilo tan característico y potente la aventura de Francisco Pizarro y sus poco más de cien hombres.
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Pocas dudas caben a la hora de afirmar que Éric Vuillard es el inventor de un singular y exitoso género literario. No escribe novelas históricas porque sus libros no son ficción. Pero tampoco ensayos porque lo que cuenta lo presenta con los artificios de la ficción y una prosa barroca. Encajar su obra en la categoría de no ficción novelada sería también injusto. Sus textos son pura innovación: una zambullida en la historia de forma carnal, en directo, como si fuésemos partícipes de ella, y da igual si se trata de la miseria moral de los grandes empresarios alemanes que apoyaron el ascenso del nazismo (El orden del día) o de rescatar las biografías de las personas anónimas, seres de carne y hueso, sin los que no se explicarían acontecimientos tan definitorios como la Revolución francesa (14 de julio).
Conquistadores (Tusquets), su nuevo libro para los lectores españoles —en francés se publicó en 2009—, es otra buena muestra de cómo Vuillard exprime los entresijos de la historia y la somete a afilados planteamientos. La narración se centra en la aventura emprendida por Francisco Pizarro y poco más de un centenar de hombres en 1532 y en cómo lograron someter al Imperio inca, el Estado más poderoso y mejor organizado de América.
Vuillard plantea la expedición hacia los Andes en busca de gloria y riquezas "como si el Lazarillo de Tormes fuese enviado a conquistar el fin del mundo". No había nada lustroso entre los protagonistas venidos desde el Nuevo Mundo: Pizarro era un bastardo analfabeto, Diego de Almagro era un huérfano hijo de una sirvienta, Sebastián de Belalcázar un iletrado que había huido de España después de matar una mula que le habían confiado, Hernando de Soto tampoco sabía leer ni escribir e iba a la caza de andanzas imprevistas tras una infancia pobre y solitaria. Ninguno de ellos respondía al perfil de Hernán Cortés: linaje hidalgo y estudioso.
"Lo interesante es que fueron ellos, los más pobres, los más miserables, los que cayeron sobre el mayor imperio de oro. Nunca antes se había encontrado tanta riqueza", subraya el escritor en conversación con este periódico. "Es esta paradoja entre la dificultad, los conquistadores menos sobresalientes, y la cantidad de oro inédita que va a trastornar la economía española y mundial".
Los libros de Vuillard están llenos de parábolas y advertencias aplicables al presente. "La acumulación de oro fue tal que asistimos a un fenómeno económico con impacto muy grande: la inflación. Se hacían herraduras con oro. Ya nada vale nada, lo más deseado no tiene valor. Es una lección sobre cómo el deseo, que es también nuestra voluntad, de acumulación de riqueza lleva a algo muy curioso que es una especie de asco", afirma.
No es la única: "El código de la caballería y la religión fueron reemplazados por una subjetividad moderna: lo que domina es la eficacia, el pragmatismo, la ausencia de escrúpulos, el individualismo feroz. Es lo único que puede explicar que los conquistadores se maten entre ellos. Significa que hay una ruptura total con la jerarquía: en un momento dado cada conquistador se ve elegible para gobernar Perú. Y esto es un comienzo de pensamiento democrático, aunque pueda parecernos extraño: ¿por qué la soberanía pertenecía al rey de España y no a Almagro o a Belalcázar? Esto es una fricción en la propia historia".
Pueblo sin voz
Pizarro funciona como columna vertebral del relato por ese nuevo carácter y para contar los hechos desde su propia posición. "Concebí el libro a partir de él porque en el fondo ese momento es el comienzo de la tragedia de nuestro mundo", explica el Premio Goncourt. "Hay un elemento de determinismo en la historia ligado a las armas, a la brújula, la pólvora... pero los acontecimientos podrían haber ocurrido de otra forma o en otro lugar. Lo que es interesante y trágico es que las cosas se produjeron así, y ahí arranca la tragedia de nuestro mundo, que sigue jugándose hoy en día. Y pongo un ejemplo: en los barrios de las clases medias de Lima llaman "pirañas" a los niños y adolescentes de los desfavorecidos que se tiran sobre los turistas y les quitan todo lo que llevan".
¿Fue la codicia el motor de la conquista? "Sí", responde el autor, pero matizando que hay dos tipos que continuamente trata de diferenciar en su relato. "Por un lado tenemos a Pizarro, Almagro y los 180 conquistadores que llegan a Perú. Pero ese oro acaba en manos de Carlos V y la nobleza española, los banqueros alemanes. Sirvió para pagar deudas. Están los conquistadores que querían hacer fortuna y ser reyes de Perú después de quitar a Atahualpa, la conquista de los que no quieren nada y lo quieren todo, que es brutal; y la codicia imperial, la brutalidad de los reyes y banqueros. Pizarro y los que lo acompañan no son más que ejecutores, no habrían llegado hasta ahí si la Corona no hubiese atribuido capitulaciones y no se hubiese repartido el mundo".
Conquistadores es además una intensa descripción de las penurias a las que se enfrentaron Pizarro y sus hombres para sobrevivir: expediciones fracasadas, selvas infinitas, montañas inmensas, enfermedades impertinentes, feroces guerreros... Vuillard se disfraza de cronista de Indias y abruma con los detalles recogidos en una decena de obras elaboradas por los testigos de la conquista de Perú. "Lo que tiene de conmovedor es esa soledad tan grande en la que se encontraron, pero lo que me perturba es que por mucho que existan esos relatos, esa precariedad, tenemos un pueblo mudo. Hay un silencio ensordecedor que es angustiante: nunca sabremos qué pensaban millones de personas que vivían ahí".
Por eso el Imperio inca se concibe en el libro como un edificio quebrado por un terremoto que no resultaba ser tan sólido como parecía. "Hay un colapso, un derrumbe total", confirma el escritor. "Asistimos a dos mundos: uno moderno que aparece, el de Pizarro y los conquistadores, y piensa en términos concretos, prácticos, eficaces, pragmáticos; y la sociedad indígena, que se derrumba brutalmente, todas sus creencias se ven pulverizadas. Es lo único que puede hacer entender la anestesia total de la sociedad indígena frente a 180 personas: están como totalmente paralizados y así lo he intentado contar. Intenté con la escritura decir algo de ese colapso, de ese derrumbe, que solo puede expresarse con un grito en la noche, porque esa gente no tuvo la palabra".