“I'm just waiting for my chance to come, just a silhouette against the rising sun” Charlie Fink
Hace unos días, un político anunciaba orgulloso que no le importaba la fuga de más de 3.000 empresas sacando sus sedes de Cataluña, según datos del Colegio de Registradores Mercantiles. ¿Por qué? Porque “se quedan las pymes y la parte productiva”. Exxon tiene su sede corporativa en Irving, Texas. ¿Se imaginan a un político en Irving diciendo que no le preocuparía la salida del gigante petrolero porque “solo es la sede social” y “tienen muchas pymes”, en el hipotético caso de que se trasladara? No, ¿verdad? Pero es que nuestros políticos son especiales, y consideran que pueden decir lo que les dé la gana y el mundo debe moverse alrededor de ellos.
Al menos 13.000 empresas catalanas han paralizado sus inversiones, según Pimec, pero eso tampoco les importa. Entre ricos, ¿qué son unas cuantas inversiones más o menos?
Mi querido y admirado José María Gay de Liébana daba un dato demoledor. En Cataluña solo quedan 20 empresas que facturen más de 1.000 millones de euros anuales.
Pero eso tampoco importa. La culpa es de un enemigo exterior.
España es ese país donde una diputada de la CUP (Reguant) puede decir que se implementarán controles de capitales, un corralito, y esa persona no tiene ninguna responsabilidad por el asalto a la credibilidad y seguridad jurídica. Es un país donde la Sra. Rovira puede decir que “están estudiando nuevas vías de ingresos” (más impuestos) y no pasa nada.
Añadan ustedes aquellos que nunca han creado una empresa o un puesto de trabajo pero saben perfectamente cuánto debe ganar, cómo y qué debe gastar todo el tejido productivo. Y aquellos que se levantan una mañana y nos revelan que la solución es salirse del euro y se juntan, extrema derecha con la extrema izquierda, y lo plantean en la Unión Europea, tan tranquilos. Ambos se van contentos llamándose a sí mismos “nueva política”.
Junten a los anteriores a todos esos que saben exactamente qué salarios netos se deben pagar pero que se niegan a reducir impuestos para que el coste bruto no sea inasumible.
Añadan a los que piensan que las empresas y ciudadanos son cajeros automáticos que se deben ajustar el bolsillo para conseguir los ingresos que ellos necesitan para mantener el gasto político.
Todos juntos miran a la economía y piensan que empresas y ciudadanos tienen que adaptarse a ellos, no que ellos dan un servicio a sus contribuyentes. Y, por supuesto, cuando dicen las barbaridades antes descritas, a las que se añaden los bonos patrióticos, la confiscación, la amenaza de doble fiscalidad, etc., y las empresas dejan de invertir, de contratar o simplemente se cambian de sede... ¿a quién culpan? A las empresas, claro. Que están en contra de “la democracia”. Como si la democracia fuera acordar cualquier ridiculez entre políticos completamente despegados de la realidad y que el mundo tuviera que aceptarla.
Estos políticos han creado problemas artificiales, no asumen una sola responsabilidad, pero se presentan como la solución a los mismos.
Los primeros que cambian sus decisiones de consumo, de inversión y contratación son los agentes económicos locales
El riesgo político no es una broma. Estudios empíricos desde Dupont, Schultz y Angin a Carli muestran la evidencia del impacto que genera en las decisiones de los agentes económicos. Es mayor, y de mayor calado, que las crisis económicas. Porque dichas crisis pueden venir por cambios de ciclo, y se convierten en oportunidades, sin embargo el riesgo político es un riesgo artificial, creado por un poder que no sufre las consecuencias de sus palabras y sus actos y que se presenta como el Rey Mago que regala todo con el dinero de los demás.
Mucho se habla de la inversión extranjera, y el impacto del riesgo político en la decisión de invertir, y los estudios mencionados muestran que ese riesgo político es el mayor factor de arbitraje en la localización de inversión. Es decir, se invierte más, a mayor plazo y en activos menos líquidos cuanta mayor es la transparencia y la seguridad jurídica.
Pero el riesgo político no es una cuestión de extranjeros malvados que no adoran nuestras veleidades intervencionistas. Los primeros que cambian sus decisiones de consumo, de inversión y contratación son los agentes económicos locales. Los que ven y oyen cada día en los medios de comunicación la ristra de ocurrencias económicas de “líderes” que jamás han creado riqueza.
No, señores, no son los extranjeros, somos nosotros, los que sabemos lo que ocurre en el país, los que decidimos parar nuestras decisiones económicas ante el asalto fiscal o la amenaza al bolsillo.
Desafortunadamente, el gran debate en la campaña del 21-D no ha sido recuperar la seguridad jurídica, eliminar las llamadas a confiscar activos, a corralitos y “nuevas vías de ingresos”. Y eso es un problema.
El riesgo político que se ha ido acumulando no se va a solucionar el 22 de diciembre fácilmente. Porque los mismos que no han tenido ningún problema en amenazar con “parar la economía” son los que dicen ahora que van a restaurar la confianza porque no era de verdad, vamos que era broma. Estamos todos partiéndonos de risa.
La confianza es eso que se tarda años en construir y se destruye en segundos. País tras país vemos cómo alguno siempre se queja de que es injusto que “de repente” se vaya la inversión. Y no es “de repente”. Es la gota que colma el vaso.
Es cierto que contamos con un as a nuestro favor. Este periodo desde octubre se percibe a nivel mundial como un paréntesis, como una anomalía que, cuando se normalice y se recupere la seguridad inversora, repuntará rápidamente. Y es verdad.
Yo ya lo explicaba en este blog en 2011. España siempre se ve como una oportunidad de inversión. Si nosotros mismos nos ponemos la zancadilla, no nos quejemos.
Todos esos que se pasan el día hablando de Dinamarca para las cosas más peregrinas, podrían empezar por adoptar su facilidad para crear empresas, su libertad económica y su seguridad inversora. Porque en realidad, todos esos populistas que sueltan la palabra Dinamarca con tanta facilidad, en lo que realmente están pensando es en Argentina de Kirchner.
Recuperar la confianza va a necesitar de mucho más que unas elecciones. Recuperar a las empresas, el empleo y el crecimiento muy por encima de la media es posible si no se les está asaltando constantemente con ocurrencias delirantes.
Recuperar la confianza necesita de un compromiso ineludible por parte de todo el arco político y de la sociedad con la credibilidad crediticia, la seguridad jurídica y el crecimiento económico. No las soluciones mágicas. No “ya volverán”.
Esto es una lección no solo para el 21-D sino para todas las elecciones. La inversión no es un privilegio que nos conceden los políticos, que nos permiten el honor de arriesgar capital en su territorio, es una oportunidad que nos ganamos siendo atractivos.