“I’ll betray myself, to anyone” Billy Corgan
Si ustedes hubiesen leído hace doce meses que en 2017 tendríamos brexit, a Trump en la presidencia de EEUU y Renzi fuera de Italia, coincidirían con una parte importantísima del consenso en que este año iba a ser un horror en términos económicos. Si escucharon a ese mismo consenso, recordarán que les dijeron que en 2017 no se podrían dar los niveles de crecimiento de España vistos antes porque se acababa el efecto del petróleo y de los bajos tipos.
Esta misma semana, el Fondo Monetario Internacional reconocía que tenía que volver a revisar al alza las expectativas de crecimiento de España, y todavía se queda por debajo de las estimaciones del servicio de estudios del BBVA, que es mucho más fiable que el Fondo. Un amigo mío de Chicago siempre decía que el FMI es como el comensal molesto de una boda, “llega tarde, te dice lo que ya sabes y encima no paga”.
Pero si nos atenemos a las previsiones de crecimiento de entidades mucho más fiables, veremos que coinciden –aunque discrepen en los porcentajes- en que las tres economías de mayor crecimiento del mundo desarrollado son España, EEUU y Reino Unido.
Uno de los grandes errores de estas estimaciones ha sido sobredimensionar el supuesto riesgo político en países donde los sectores económicos son mucho más dinámicos y menos sujetos a los vaivenes políticos. En el caso español, la triple falacia de que crecemos por cuestiones externas y no por el empuje de la iniciativa interna y las reformas, ha sido uno de los grandes errores. Las mismas sensibilidades al petróleo, tipos de interés y el mismo banco central tienen Portugal o Italia o Francia y crecen mucho menos (lean).
España se situará de nuevo en un crecimiento que llegará a estar cerca del 3% y eso es bueno. Pero hay algo que no estamos analizando en las economías desarrolladas. O, al menos, con profundidad. Un crecimiento del 2-3% con un aumento de la masa monetaria muy superior y un aumento de la productividad casi inexistente.
Y no es “en España”. En Estados Unidos, la productividad del sector manufacturero aumentó un mísero 0,5% entre 2011 y 2016 en la época del “Yes, We Can”, muy por debajo de las cifras de 3,2% entre 1987 y 2016, según el Bureau of Labor Statistics. En un debate con 23 expertos globales (lean), mostrábamos como el declive de la productividad es generalizado en todas las economías desarrolladas.
Les recomiendo que lean los muy diferentes análisis sobre el problema. En mi caso, lo achaco a la combinación de pobre asignación de capital incentivada desde el endeudamiento y los bajos tipos de interés, perpetuar la sobrecapacidad e incentivar un crecimiento endeudado en sectores de baja productividad desde una política de represión financiera y fiscal que penaliza la inversión en alta productividad para subvencionar la de baja, sostener sectores rentistas y financiar vía enorme endeudamiento y déficit gastos corrientes con un aumento de impuestos que ha alcanzado niveles históricamente altos (la presión fiscal en la OCDE se sitúa a máximos históricos). Vamos, atacar el ahorro y la innovación y productividad para sostener gastos corrientes. El avance tecnológico y la innovación no serían un factor de destrucción de productividad si no se utilizasen los ingresos fiscales para perpetuar elefantes blancos y sectores obsoletos.
Ese problema no se va a solucionar desde las políticas de demanda. Porque, como siempre ha ocurrido (lean) la asignación de capital dirigida desde el control político siempre va a perpetuar el rentismo, bajo el subterfugio de “proteger el empleo”. Los mensajes de EEUU, por ejemplo, con el sector del carbón, o los franceses con sus mal llamados campeones nacionales, son un claro ejemplo de esa falsa promesa de volver a 1955 con gastos e impuestos de 2030.
La productividad no es trabajar más horas ni más barato. La productividad es hacer más con menos recursos y mayor valor añadido. Los que equiparar productividad a modelo de bajos salarios y explotación no solo se equivocan, sino que lo que prometen es exactamente eso vía las cuatro palabras más peligrosas de la economía “incentivar la demanda interna”, que nos ha llevado a aumentar sobrecapacidad, deuda y perder en productividad.
¿Y por qué es importante mejorar la productividad? Porque sin ella, no suben los salarios, no se cambia el patrón de crecimiento y no se avanza en prosperidad.
Esta semana coincidimos en un dialogo Miguel Sebastián y yo, y me pareció muy interesante –y urgente- la propuesta de que los países pongan como elementos esenciales de su política la mejora de la productividad, no solo del PIB (el PIB, como nos demuestran los chinos y tantos otros, se infla fácilmente vía gasto inútil y deuda). Pero, igual que la inflación por decreto es una monstruosidad, tampoco hacerlo vía intervención, sino dejando respirar.
Hay lecciones para todos. Imponer la fiscalidad en los sectores de alta productividad para sostener y subvencionar a los obsoletos y rentistas ni mantiene el empleo ni cambia el patrón de crecimiento.
La excesiva concentración, que en la mayoría de países se hace a través de empresas estatales o campeones nacionales, también pone en peligro la mejora de la productividad.
Estamos viviendo el ejemplo en Europa. Penalizar a las tecnológicas para sostener la renta de posición de los conglomerados ni mejora el empleo, ni los salarios, ni el crecimiento.
Imponer la presión fiscal a pymes, autónomos y sectores de alto crecimiento para sostener gastos corrientes que en la mayoría de economías de la OCDE superan el 25% del PIB, es poner grilletes al crecimiento y atacar la sostenibilidad y viabilidad de esos gastos que, de forma miope, pretendemos “preservar”.
Hay muchas soluciones y muchas ideas, y el debate está abierto. Pero, como no se va a mejorar la productividad, la prosperidad, los salarios y la viabilidad de los servicios públicos es ignorando el grave problema.
La desproporcionada transferencia de rentas desde los ahorradores y productivos hacia el gobierno y sectores improductivos pone en peligro aquello que pretende preservar. Porque ha pasado de ser un coste aceptable a un escollo peligroso, que se cubre con mayor deuda.
Pensemos en la productividad. El crecimiento es una buena noticia. Pero si seguimos tratando a los sectores de alta productividad como cajeros, mientras aumentamos los costes fijos, tendremos un grave problema en el futuro, que no se resolverá bajando tipos y aumentando liquidez.