“Cantonese boy, bang your tin drum” David Sylvian.
Decía esta semana el padre Robert Sirico que “para reducir la pobreza no basta con buena voluntad, hace falta conocimiento económico”.
En el caso del Plan Integrado de Energía y Clima, dentro de unos objetivos generales que todos compartimos, como es el de respeto al medio ambiente y mejora de la calidad del aire, se incluyen importantes problemas para nuestra industria, nuestra competitividad y nuestra capacidad de liderar la transición energética.
España es alrededor de un 0,9% de las emisiones de CO2 del mundo. Las emisiones por industria, calefacción y transporte de nuestro país son un 0,12% del total global sujeto a acuerdos multilaterales (cumbre de Paris). Por lo tanto, es más importante que nunca que defendamos una transición energética competitiva y no una batería de medidas que ponen en peligro nuestra industria exportadora, nuestro crecimiento y empobrecen a los ciudadanos.
La electrificación conlleva reducir gasto en energías fósiles a cambio de inversión local en renovables y en redes eléctricas digitalizadas. La inversión en redes es fundamentalmente nacional. La Inversión en energía eólica también tiene un peso nacional elevado aunque menor, pero no podemos olvidar que en paneles solares, tecnología y valor añadido bruto de la parte de mayor peso en el cambio, en realidad es una transferencia de importaciones de los países productores de petróleo a China, EEUU y Alemania, no una mejora en España.
Nos podemos encontrar con un problema similar al que ya vivimos entre 2004 y 2010, que el componente español de la transición energética sea exclusivamente constructor-promotor y no el que genera el valor añadido tecnológico y el empleo mejor remunerado. Cuando la industria todavía acumula una importante sobrecapacidad en China sobre todo, es poco probable que desplacemos los centros de tecnología, solo que los importemos, con el riesgo que conlleva de nuevas burbujas o “efectos llamada” falsos.
España dispone de más recurso renovable que el resto de países europeos, pero eso no significa que el ahorro en costes de generación no se pierda en impuestos, costes fijos y regulados. En Alemania ya hemos visto como todo el ahorro en el mercado mayorista se ha perdido en costes fijos y esto ha llevado a que la factura del consumidor se dispare.
La electricidad representa solo el 25% del consumo energético de España. Incluso con un sector eléctrico 100% renovable no se cumpliría con el objetivo de renovables del 32% de energía final. Se centra demasiado esfuerzo normativo en la parte impositiva y muy poco en la competitividad en coste. España habla de un objetivo de vehículos eléctricos muy modesto sin plantear con qué energía y tecnología se va a generar la electricidad. Recordemos que la energía que más aumenta en el mix en el Plan anunciado es el gas natural, que es esencial para una transición energética competitiva.
La electrificación (calor y transporte) es positiva para tres retos: la descarbonización, la reducción de dependencia y la mejora de la eficiencia. Solo puede ser un éxito si es más competitiva en coste. Si no prestamos atención al enorme riesgo de inflación en los costes energéticos por dicha transición, hundiremos la industria, el consumo y la renta disponible de los ciudadanos más desfavorecidos. Por ello es extremadamente importante no engañar a los ciudadanos y que sepan que el Plan de Integrado de Energía y Clima tiene un importante coste que debemos conocer.
Un importante problema es que se ha utilizado el plan de descarbonización más caro, a través de un enorme gasto en construcción para adaptar edificios, algo que puede hacerse con un plan competitivo y no a cargo del contribuyente. Hasta diez veces más caro que fortalecer un modelo competitivo entre gas natural y renovables con mayor competencia en generación, como el de Estados Unidos. Se trata, según 1.254 euros por tonelada de CO2 y año (a cargo del contribuyente) comparado con 111 euros (a cargo del instalador).
Si añadimos todos los costes extraordinarios en redes, costes fijos e impuestos además del gasto antes mencionado, no es ninguna sorpresa que las estimaciones más conservadoras lleguen a una subida de la factura total para el consumidor de entre un 30% y un 50% incluso si se reduce abruptamente el precio de generación mayorista (ya saben ustedes que más del 60% de la factura eléctrica son impuestos y costes regulados).
Todo esto no incluye los aumentos de impuestos indirectos y mal llamados verdes, que también corren a cargo del consumidor. España recaudó más de un 5% del total de ingresos fiscales en la llamada “fiscalidad verde”, más de 20.700 millones de euros en 2017. Además, no son finalistas. Como explicamos en La madre de todas las batallas (Deusto), la fiscalidad medioambiental tiende a utilizarse como elemento recaudatorio, no finalista. Es decir, se lucra del consumo que grava y prácticamente no lo reduce.
El Plan Integrado de Energía y Clima debe, por lo tanto, adaptarse a la realidad de lo que supone España en el mundo y para los objetivos mundiales de lucha contra el cambio climático de manera realista y no ideológica, que no se convierta en otra batería de impuestos a los consumidores y un desincentivo a la inversión, reconocer nuestra debilidad en patentes e innovación tecnológica, que se combina con un modelo constructor-promotor que suele olvidar a la industria para centrarse en el seguimiento de burbujas, y el riesgo de transferir unas importaciones a cambio de más importaciones.
Es una pena que la inversión en tecnología siga penalizándose fiscal y normativamente, porque ese es nuestro gran talón de Aquiles. Las tecnologías disruptivas se penalizan y se ponen escollos en la Unión Europea a la remuneración del talento innovador. No sorprende que sea Estados Unidos o China quien termine fagocitando el valor añadido en los planes de transición europeos mientras el país pierde empleo neto o se queda con el aumento de la factura, que genera luego deslocalización industrial y menor productividad.
China se beneficia del exceso de celo de los países europeos, que suponen en su conjunto alrededor del 9% de las emisiones del mundo, de dos maneras: convirtiéndose en el mayor suministrador de las materias primas necesarias para paneles y tecnologías renovables y, además, suministrar la mayoría de los componentes de mayor valor añadido tecnológico. Por otro lado, se beneficia de un modelo energético descoordinado de los países más comprometidos con la lucha contra el cambio climático.
China va a aumentar su flota de centrales de carbón en la próxima década en una cantidad (147 gigawatios) superior a toda la flota de generación con carbón actual de Europa. Sin olvidar que Europa parece ignorar la energía nuclear como elemento esencial para una transición energética eficiente y competitiva, cuando el gas natural, la hidráulica y la nuclear son precisamente el cimiento sobre el que fortalecer la transición mientras la tecnología en renovables, baterías etc avanza.
El primer pilar de una transición energética exitosa debe ser la competitividad real que fortalezca la industria y apoye al consumidor de manera evidente, reduciendo la factura. El segundo, el beneficio en el empleo. Si no cambiamos la fiscalidad y naturaleza de la remuneración del talento, equiparándola a la norteamericana, vamos a seguir perdiendo talento, patentes y empresas, y nos quedamos con la parte de la cadena de valor más débil, peor remunerada y más frágil ante cualquier cambio de ciclo: la construcción y promoción. Aprovechemos un objetivo común para atraer talento e inversión, no para hacer más elefantes blancos. Para un verdadero plan de transición competitiva y no un plan E pintado de verde.