Cada vez son más las evidencias de que los gobiernos de muchos países, entre otros el nuestro, no han entendido nada sobre las circunstancias que rodean a la pandemia que estamos viviendo. The Economist cita, además de a España, a Israel, Estados Unidos y Reino Unido como evidencias de cómo una mala gestión puede provocar no solo un mayor número de contagios, sino también una crisis económica más grave y duradera en el tiempo, y no le falta razón.
Si algo debería enseñarnos esta pandemia por encima de todo es el enorme coste de poner a tremendos incompetentes en puestos de elevada responsabilidad.
De una cosa podemos estar completamente seguros: como todo fenómeno del que vamos conociendo cada vez más detalles a medida que la ciencia da sus frutos, la pandemia es un blanco móvil.
Los criterios que dábamos como ciertos al principio, en muchos casos, han cambiado, y eso implica que muchas políticas deben cambiar también. En muchos países, por ejemplo, muchas de las medidas profilácticas siguen girando en torno a la supuesta transmisión del virus a través de superficies, algo que los ensayos clínicos han demostrado extremadamente poco probable.
Al principio de la pandemia se aseguraba que cuando la compra llegaba a casa, debíamos desinfectar cuidadosamente uno por uno todos los envases, algo que ahora ya, lógicamente, nadie hace. Sin embargo, el gel hidroalcohólico sigue siendo ubicuo y la obsesión por la limpieza constante de objetos se mantiene ahi como si fuera una panacea, cuando la realidad es que lo único que proporciona es una falsa sensación de seguridad.
Si algo debería enseñarnos esta pandemia por encima de todo es el enorme coste de poner a tremendos incompetentes en puestos de elevada responsabilidad
Que los criterios cambien a medida que la investigación da sus frutos es un fenómeno completamente normal: no confiar en la ciencia es de irresponsables y de cuñados de libro, como lo es el tener o difundir creencias negacionistas.
Que ese negacionismo o ese cuñadismo aparezca en gobernantes, como es el caso de Donald Trump o Jair Bolsonaro, es todavía peor, y de ahí el enorme precio en vidas humanas que sus países están pagando.
Glorificar a Suecia, que no tomó prácticamente medidas y priorizó la economía y la libertad de sus ciudadanos puede quedar muy bonito, pero la realidad es que el país escandinavo ha tenido 582 víctimas por millón de habitantes, mucho peor que muchos otros países que sí tomaron medidas, y ha visto caer su producto interior bruto en un 8.3% solo en el segundo trimestre del año, también sensiblemente más que muchos otros países. No, el actuar como si no pasase nada no es una solución.
Al principio de la pandemia se decía que las mascarillas no servían, y ahora sabemos que usarlas en condiciones y en los lugares de riesgo (sobre todo en interiores poco ventilados) es la mejor manera de evitar la infección.
Como resultado de esos mensajes lanzados en su momento por algunos gobiernos y de un énfasis en las sanciones, ahora tenemos países en los que las mascarillas no se usan lo suficiente, u otros, como España, en los que se usan mal, dejando la nariz fuera o evitando su uso precisamente cuando se está en interiores con personas conocidas o familia, algo que explica una inmensa cantidad de rebrotes.
El no hacer campañas con énfasis en la educación de los ciudadanos, en explicar cómo y cuándo debe usarse la mascarilla, y en su lugar obsesionarse con la persecución y las multas, es un grave error, porque el ciudadano termina pensando que lleva la mascarilla para evitar una multa, no para evitar contagiarse.
No hacer campañas con énfasis en la educación de los ciudadanos y en su lugar obsesionarse con la persecución y las multas, es un grave error
Las apps de trazabilidad de contactos son también importantísimas, y en muchos países o no se les ha dado la importancia que tienen, o se han perdido en complicaciones burocráticas y administrativas — como en el caso de España, que al principio minimizó su utilidad, y después permitió que su implantación se convirtiese en un infierno por culpa de sus diecinueve sistemas autonómicos incompatibles entre sí.
Superado ya el millón de muertos en el mundo, es momento de aprender del pasado. La pandemia va a seguir con nosotros durante mucho tiempo. Aunque las vacunas comiencen a funcionar, tardarán en ser 100% efectivas, en muchos casos requerirán multidosis, y hay suficientes idiotas negacionistas que se negarán a utilizarlas como para que sigan existiendo reservorios del virus durante años.
Los tratamientos van mejorando y lo seguirán haciendo, pero seguimos hablando de un virus complicado y con efectos secundarios que aún no se conocen o solo se intuyen. Los tests también mejoran, y sobre todo, avanzan hacia lo que será el ideal: precio bajísimo, resultados fiables inmediatos, y disponibilidad elevada.
Pero si algo sabemos, es que la pandemia es un blanco móvil del que vamos aprendiendo cada vez más. Actualicemos nuestras políticas en consecuencia, y no tengamos miedo de corregirlas en función de criterios científicos cuando sea necesario. Dejemos de buscar culpables, y centrémonos en lo que tenemos que hacer.