La vicepresidenta marxista sigue siendo protagonista. Yolanda Díaz ocupa, día sí, día también, las portadas de los diarios salmón de nuestro país. Las propuestas económicas, como la subida del salario mínimo, la ayuda por hijo (propuesta que podría defender el mismísimo Abascal), o la subida de los impuestos a las empresas, a pesar de que están en la línea de siempre, siguen siendo noticia.
Su elección para acudir a Cataluña a la mesa de negociación para estudiar la ampliación del aeropuerto del Prat, junto con otros "genios" económicos como Iceta, es otra de las noticias de calado. Pero la que más me ha llamado la atención es la que da cuenta de sus declaraciones en torno a su posible candidatura a la presidencia por Unidas Podemos.
Aunque se ha encargado de desmentir su intención de presentarse como candidata porque ella elige los tiempos, resulta que se prepara para comenzar una gira de "escucha activa" por toda la geografía española en busca de ideas y de alianzas. Es decir, que sí, que se va a presentar, y lo va a hacer, previsiblemente sin reconocer que el poder le pone lo que más, sino que la gente se lo pide y no le queda más remedio que liderar lo que ella expresa como "un proyecto de país para la próxima década".
Un proyecto que, si es fiel a sus principios, será marxista. Porque, a pesar de su afirmación de que "hay muchos marxismos", los resultados siempre son los mismos: la ruina económica de los países.
Aunque parezca mentira, es necesario recuperar, de nuevo, los argumentos que explican por qué el triunfo de la mentira buenista del partido de Yolanda Díaz, implican la ruina de nuestro país.
En palabras del economista italiano Sergio Ricossa, es el fin de la economía. Para este autor, el marxismo representa la cultura señorial jerárquica, antiburguesa y medieval actualizada a la sociedad actual que, no solamente nos aleja del crecimiento económico, sino que impide el progreso de la sociedad en su conjunto, a largo plazo.
Este modelo mental contempla la técnica, los avances tecnológicos y la innovación "con una mezcla de repulsión y fascinación" que solamente se superó cuando los marxistas entendieron que la máquina podía ser un instrumento al servicio de su misión: diseñar el futuro de los otros, los trabajadores, o los ciudadanos en general, no pertenecientes a la élite, al grupo de poder encargado de decidir por los demás. Por el contrario, la cultura burguesa representa el polo opuesto.
Representa, justamente, el empuje del individuo que, buscando su propio interés innova, progresa, derriba privilegios y pone patas arriba ese statu quo señorial, porque prefiere tomar sus propias decisiones, incluso si eso implica que se puede equivocar. La mentalidad burguesa es la depositaria "del individualismo, el espíritu de independencia, el anti conformismo, el orgullo y la ambición, la voluntad de salir adelante, la tenacidad, las ganas de competir, el sentido crítico, el gusto por la vida".
Es esa burguesía la que el partido de la vicepresidenta deplora y trata de aniquilar. Y, lo cierto, es que va camino de lograrlo. El precio de la electricidad muestra un comienzo, no una anormalidad. Van a subir otros precios. La insistencia en subir los impuestos a las empresas y el aumento del salario mínimo, aún sin desactivar el recurso de los ERTE, va a generar mucho desempleo. En esas circunstancias, la digitalización y la innovación van a tener que estar, necesariamente, en manos del Estado, que diseñará qué cómo y de qué manera. Tal y como lo interpretó hace décadas Ricossa.
El precio de la electricidad muestra un comienzo, no una anormalidad. Van a subir otros precios
El pasado domingo, el profesor Manuel Hidalgo publicaba en El País un artículo examinando algunos de los fallos del mercado de trabajo español, como la productividad laboral. Y señalaba el fallo "de diseño". Para mí, el fallo principal es, precisamente, que creamos que se puede "diseñar" un mercado de trabajo.
Entiendo que el profesor se refería al establecimiento de leyes que permitieran eliminar las rigideces, los roces, los incentivos perversos, del mercado laboral, de manera que la oferta de puestos de trabajo que permita ganarse la vida a los españoles y la modernización e internacionalización de las empresas no sean incompatibles.
No obstante, el concepto de diseño referido a la economía está en las mentes de nuestros dirigentes, y ha cristalizado. El resultado es un volumen cada vez mayor de reglas que, más que regular, extravían los incentivos, esclerotizan el mercado de trabajo, y fomentan, como explica el profesor Hidalgo, que las empresas españolas produzcan bienes de poco valor añadido y que nuestros trabajadores sean muy poco productivos.
Lo que más me llama la atención es que Manuel Hidalgo nos interpela a todos cuando afirma que esta situación es el fruto de una serie de decisiones que se tendrían que revertir para mejorar el panorama laboral.
Mantener en el Gobierno políticos de ideología marxista no parece la mejor elección.
Siempre he pensado que los ministros de economía y los presidentes que les han encaramado al trono ministerial, deberían pagar de su bolsillo o, incluso, con medidas penales, la caída de la economía por encima de un nivel. Seguramente serían mucho más prudentes con sus propuestas. Pero no va a sucede. La nueva "aristocracia" marxista y pagará esa burguesía tenaz e impulsora del progreso. Otra vez al furgón de cola.