El pasado jueves se publicaron las cifras del paro. Como cualquier analista de bien, yo también me detuve a considerar las cifras en el entorno económico en el que estamos. Siempre son buenas noticias que disminuya el desempleo, pero eso no justifica el maquillaje de los datos para justificar declaraciones triunfalistas. Nuestro nivel de empleo está muy por debajo del de nuestros vecinos y socios internacionales.
La falta de ajuste en nuestro mercado de trabajo explica, al menos en parte, que haya puestos de trabajo sin cubrir y, al mismo tiempo, trabajadores que no encuentran empleo. La ineficiente asignación de los recursos tiene ramificaciones que hacen complicada su solución: el sistema educativo y las necesidades de la empresa no encajan.
La rigidez del mercado laboral implica que contratar sea una experiencia complicada, que hay que pensarse dos veces. Y, simultáneamente, que ser autónomo resulte una tortura imposible. En estas circunstancias, chapucear las cifras para que parezca que hay un poquito menos de paro es demasiado cutre como para pasarlo por alto.
Sin embargo, tertulianas afines al régimen te sueltan en la cara "¿De verdad te molesta tanto que las cosas vayan bien?". Un argumento de cuarta regional. No solamente eso. Profesores de economía a quienes quiero y respeto manifiestan cansancio al leer la andanada de tuits de quienes señalamos las chapuzas de Yolanda Díaz respecto a cómo se cuentan los parados tras su reforma. ¿Por qué seguir señalando que ahora se está sobrevalorando el empleo a cuento de los contratos fijos discontinuos si cuando se contraten se minusvalorará? ¿Qué más da?
Son los mismos que no resisten que se emplee el "índice de miseria" porque no es un índice y no mide la miseria. Solamente establece un ratio entre dos variables. Seguro que es verdad. Yo no soy una gran macroeconomista. Sin embargo, me pregunto por qué tanto prurito en este caso y no en el anterior.
Y, tal vez, es porque no se dan cuenta de la gravedad de tener unos gestores económicos de brocha gorda.
Dice nuestro presidente: "Hay tres cifras que resumen nuestra gestión económica: 20 millones de empleados, 50% de contratos indefinidos, y 1.000 euros de salario mínimo. Más empleo y de mejor calidad. Hoy España crece y lo va a seguir haciendo". Esa es la consigna de la brocha gorda que impera en tuiteo y con la que acuden muchos tertulianos a batirse el cobre por su líder. La realidad, tozuda, nos muestra un mundo diferente, como El Mundo al Revés de la serie Stranger Things.
Nada me gustaría más que las palabras del presidente fueran verdad. Pero no lo son. Ahora mismo, la única verdad es que su partido, el PSOE, está en riesgo en zona de peligro en una región tan importante como Andalucía, su feudo tradicional. Y está en campaña.
Tras varias décadas haciendo de su capa un sayo, con escándalos de corrupción y arruinando la economía a golpe de malas prácticas, los andaluces decidieron destronar al partido socialista. Como me decía una votante popular, muy mal habría que haberlo hecho para no crecer partiendo de la nada. Ojalá se siga haciendo bien. Quien sea.
Por Andalucía y los andaluces. La mayor complicación, no obstante, va a ser cambiar la mentalidad, infundir de espíritu empresarial a los jóvenes, generar un entorno en el que la innovación supere los problemas que tradicionalmente se han escondido tras el consabido "Es que somos así”.
Nada me gustaría más que las palabras del presidente fueran verdad. Pero no lo son.
Y eso me devuelve a los problemas que genera la gestión económica de la brocha gorda. Esa que también tiene que ver con el deficiente manejo de los fondos europeos. Una de las consecuencias más perniciosas es que sienta precedente y termina enquistándose en la gestión pública. Es contagiosa.
De esta manera, al final, no solamente el PSOE del siglo XXI, tan diferente del de épocas pasadas, sino otros partidos políticos, echan mano de generalidades, de datos sesgados, para anunciar a bombo y platillo cosas que no están pasando. Porque, permítanme que lo deje claro: nuestra economía no va a mejor, sino a peor.
Si todo va tan bien y estamos creciendo tanto, ¿por qué mi poder adquisitivo se deteriora?
Cuando la grandilocuencia se generaliza la población es sometida a una situación de incoherencia vital a nivel masivo. Si todo va tan bien y estamos creciendo tanto ¿por qué mi poder adquisitivo se deteriora? ¿Por qué las empresas desaparecen? ¿Por qué la creación de empleo público supera con mucho a la del sector privado, que es el que levanta la economía de verdad? Los defensores de la brocha gorda disponen de un catálogo de razones: la pandemia, Alemania, la Unión Europea, la guerra, la ruptura de la cadena de valor, y si es menester, Ayuso o, incluso, Franco.
Como ya sucediera en el año 1977, es necesario recordar a los españoles que ahora mismo, lo relevante es la economía, no la política. Y que hay que mirar atrás, leer la historia económica de nuestros siglos XIX y XX para ser conscientes de cuántos trenes de progreso económico hemos perdido a cuenta de temas políticos.
Que no es que la democracia no sea importante. He escrito todo un libro para poner de manifiesto lo importante que es cuidar y mantener sano el Estado de derecho en España (Votasteis gestos, tenéis gestos, Deusto, 2021). Pero no puede ser que la salud de la economía esté supeditada a las necesidades de los políticos y que los datos económicos, que deberían ser la guía de las políticas económicas, se transformen en el maquillaje de la mala gestión y de la obsesión por mantenerse en el poder.
¿Por qué los gobernantes (estos u otros) actúan así? Porque pueden. Porque nadie les va a pedir que rindan cuentas de los atropellos y las mentiras, de las manipulaciones estadísticas. La Unión Europea no 'puede' por razones diplomáticas cuestionar la credibilidad de la gestión, solamente pide resultados. Y, con razón, asume que los españoles se ocuparán de elegir sensatamente a sus gestores económicos. De nuevo, la pelota en nuestro tejado. Y, de nuevo, me da la sensación de que ahí se va a quedar.