Esa frase está inspirada en la afirmación del tuitero y abogado Tsevan Rabtan quien ayer afirmaba que vivimos en una simulación. Él lo hacía en el contexto de alguno de los puntos del acuerdo entre los dos partidos gobernantes, que han anunciado como si fuera algo extraordinario, y alguno de los cuales ha resultado ser un bulo. Yo me refiero a la economía española en este periodo de interinidad gubernamental que se extiende en el tiempo. 

Porque Sánchez está agotando todos los plazos para forzar un acuerdo de investidura. Desde mi punto de vista, Puigdemont no debería aceptar un beso de tornillo en la primera cita. Debería hacerse el duro para sacar más del futuro gobierno de Sánchez. 

Pero la noticia de ayer no era esa, sino el acuerdo entre Sumar y el PSOE. 

Se trata de un documento de 48 páginas en el que, ya en su segundo párrafo se adivina el contenido. La frase indicio es: “Hoy (…) podemos afirmar –con humildad, pero con confianza– que ese gobierno ha sido un éxito”. Con humildad, el gobierno más narcisista de la historia, proclama a los cuatro vientos, con humildad, que su desempeño ha sido exitoso. Y, a continuación, enumeran la lista de éxitos: “ha navegado una de las coyunturas internacionales más complejas y adversas de la historia reciente, ha recuperado la estabilidad institucional, y ha llevado a cabo una modernización sin precedentes de su economía, su mercado laboral y su Estado del bienestar, al tiempo que ha protegido y ampliado los derechos y libertades de su ciudadanía”. 

Ya solamente lo de la estabilidad institucional, con la que hay liada por la amnistía y con la cantidad de patadas que se han dado en estos cuatro años al Estado de Derecho, desde la pandemia hasta el día de hoy, bastaría. Pero siguen con la modernización económica, sin precedentes. Nunca antes se había producido una modernización económica como la que hemos vivido en estos cuatro años en los que Pedro Sánchez, por muy pocos votos a favor, logró componer un gobierno de retales y ocupar la Moncloa.

Ya solamente lo de la estabilidad institucional, con la que hay liada por la amnistía y con la cantidad de patadas que se han dado en estos cuatro años al Estado de Derecho

¿Qué es realidad y qué es ficción? Empiezo a creer que el título del fantástico libro de Jaime Rodríguez de Santiago, La realidad no existe, es una fiel descripción de nuestro mundo. 

De todas las propuestas, ordenadas en once apartados, hay algunas que nos suenan. Por ejemplo, desarrollar una política económica encaminada a lograr el pleno empleo. ¿Algún gobierno de cualquier color ideológico del abanico político español pretendería un objetivo diferente? O la facilitación de trámites de las empresas y la racionalización de la burocracia. ¿Quién anunciaría lo contrario?

Otras propuestas las llevaba el mismísimo Partido Popular en su programa. Por ejemplo, Feijóo le pidió a Sánchez un pacto de rentas para frenar la inflación el año pasado. En fin. Que parece un trabajo universitario en el que han metido relleno para alcanzar la extensión mínima requerida. 

Pero las dos medidas que han alterado a la ciudadanía son la reducción de la jornada laboral, que los funcionarios ya disfrutan, y que sería una patada en los riñones a las ya maltrechas empresas españolas, y la limitación del transporte aéreo. Según la propuesta, se prohibirán los vuelos cuando exista un trayecto por ferrocarril inferior a dos horas y media.

Creo que no existe ningún vuelo con esas características. Pero ¿y si existiera? ¿Sería capaz Renfe de hacerse cargo de todos esos viajeros?¿Podrían los viajeros asumir el coste del AVE, que es prohibitivo? Para colmo, la vicepresidenta del Gobierno, que además es la líder de la parte contratante de la segunda parte, lo ha explicado tan mal que se han desplomado las acciones de Aena en pocas horas. Muchos millones de euros de pérdidas para una empresa participada al 50% por el sector público. 

Parece un trabajo universitario en el que han metido relleno para alcanzar la extensión mínima requerida

En su libro Choosing in groups, Michael Munger, profesor de la Universidad de Duke en Ciencias Políticas, Economía y Políticas Públicas, advierte de los problemas de representatividad de los sistemas de elección grupal. Cuando hay información limitada, hay que decidir cómo decidir en grupo. La representación implica que todos aceptamos cierto grado de coacción voluntaria porque existe un contrato vinculante entre las partes, el representado y el representante. Pero ¿qué pasa cuando una de las partes, los representantes, no se someten a la obligación que tienen con los representados, sin que haya una penalización ni rendición de cuentas? Pues que la coacción deja de ser voluntaria. 

Y este hecho explica, en parte, que los ciudadanos traguemos con todo. Porque la mentira política y el desprecio por la transparencia y la realidad nos sitúa en una situación muy problemática: ¿somos cómplices o víctimas de la mentira política? El coste de oportunidad de actuar para frenarla implica reconocer que nuestra solución al problema de decidir cómo decidir no va bien. Y eso es frustrante y paralizante. Si la democracia no funciona, entonces ¿qué?

Pero no se trata de la democracia, sino de esta democracia. Existe la posibilidad de desarrollar sistemas reputacionales para expresar la inconformidad con la actuación de los políticos, como el proyecto LasNetas.org en México, apoyado por la sociedad civil. Esa parálisis social acaba por poner en marcha todas los sesgos que calmen la ansiedad de sentirse defraudado por tu representante.

Ese es el caldo de cultivo en el que se gesta el sanchismo ciego, la izquierda radicalizada, censora, que no admite que sus compañeros de ideología les llamen la atención sobre las mentiras de los líderes. Esa que se traga una economía ficticia, y aceptan esta simulación como si fuera la realidad. ¿Cómo saber qué es ficción? El poder adquisitivo es la clave que nos devuelve a la realidad, la que nos hace ver molinos en vez de gigantes y nos muestra que vamos a lomos de un burro y no de un corcel.