Serían algo así como las once y media de la noche del 22 de junio de 2024 cuando se desató la locura de nuestras vidas. Todo estaba perdido, la crónica estaba escrita, porque todo se había tirado por la borda, menos la fe de unos jugadores que en sus botas tenían un milagro guardado, para servirlo cuando se estaba echando la llave, cuando ya no sabías ni cómo lo ibas a celebrar porque quién estaba, a esas horas, pensando en la celebración. Pero cuando la pelota empujada por Antoñito Cordero entró llorando en la portería del Nou Stadi de Tarragona el mundo se nos vino encima. Una enajenación se apoderó de quién tenía que relatar en este periódico lo que acababa de suceder sobre el césped del estadio catalán, más allá de contar que el Málaga CF acababa de escribir una de las páginas más locas de su accidentada historia.
La crónica que iban ustedes a leer estaba escrita en el descanso de la prórroga. No se emitían señales de que el guion -qué guion- tuviese ningún giro final -qué giro-. Había ocurrido hasta lo imposible, y es que se le secara la boca a la afición del Málaga. Después de tanto remar, ya no pudo más.
Y entonces fue cuando Pellicer metió a Aarón Ochoa por Einar para quedarse con un sólo central en el campo. El marbellí -¡16 años!-, todo lo que hizo fue en vertical, hasta que en el cuarto balón que tocó tiró para adelante y se sacó un tiro a la esquina que Varo repelió como pudo. Allí estaba Dioni con la caña. La que tenía preparada desde que llegó hace ahora un año a su casa, para cumplir el sueño de su vida, jugar en el primer equipo del Málaga. Remató con la derecha -la mala- de primeras el rechace del portero nastiquer y la mandó a la red. Quedaba toda la segunda parte de la prórroga.
Pero ya había empezado el show de los balones desde la grada, seguramente con la connivencia de alguien del club. Hasta que Roberto dijo basta y devolvió con violencia uno de los que se había lanzado desde el fondo del estadio. No paraban de caer. O no aparecían por ningún lado. "¿Dónde está la pelota?". A la cárcel estaban entrando a robar los aficionados del Nàstic. No lo sabían.
Mallo Fernández decidió parar el partido en el 114’ y mandar a los equipos a la caseta. Pellicer confesó después que encerró a los entrenadores en su vestuario y les dijo que iba a suspender el partido.
En el Nàstic tomaron nota y el responsable de seguridad del club se colocó en el fondo detrás de la portería de Varo a gestionar el asunto de los balones. Pero aquella afición había firmado su sentencia de muerte. No lo sabían. No lo imaginábamos.
Lo que pasó entonces fue que el Málaga se volcó sobre la portería grana, Alfonso Herrero se vistió de ariete y se fue para arriba a rematar un córner. Volvió a la portería. Hasta que llegó un nuevo saque de esquina y ya se quedó a vivir allí. Salió el cartelón con dos minutos de descuento.
Fueron tres, cuatro, córners seguidos. El último, botado desde la izquierda por Víctor García, lo rechazó la defensa local y cayó en las botas de Manu Molina, que la devolvió al área donde Herrero casi la alcanza. En la izquierda la recogió de nuevo Víctor, la puso para que Roberto se elevara al cielo de Tarragona y la bajase. Allí estaba Antoñito Cordero, que encimado por un defensa, por todo el Nou Stadi, se la acomodó con el muslo, esperó una milésima de segundo que fue una vida entera, y la mandó para dentro para que entrase llorando. Como llorando se quedó quien tenía que escribir este final en la crónica del partido de nuestras vidas en este periódico. Aquí lo tienen. Mis disculpas.