Juan corriendo en la Maratón de París.

Juan corriendo en la Maratón de París.

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La condena de un corredor de maratones con dolor crónico: el caso del malagueño Juan Francisco Madrid

Una hernia discal, artrosis en la espalda, dolores en la cadera y en las rodillas le están amargando la vida e impidiendo hacer su pasión. Está esperando entrar en la Unidad del Dolor. 

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Estela Serrano
Publicada

No duerme, no corre y, como castigo, no come. La vida del deportista de alto rendimiento es dura. La vida del deportista de alto rendimiento lesionado es bajar al infierno. Juan Francisco Madrid ha pasado de correr la media maratón de París y quedar tercero a no poder apoyarse en el respaldo de una silla. Con 21 años, el atleta tiene un diagnóstico demoledor: dolor crónico.

Una hernia discal, artrosis en la espalda, dolores en la cadera y en las rodillas son sus compañeros de vida. Aunque hubo un tiempo en el que no era así. Juan Francisco es un atleta de Alhaurín el Grande, aunque allí lo conocen como Juande.

—¡Ese Juande! —le gritan a Juan cada vez que lo ven pasar corriendo.

Un chico en segundo de la ESO lo llamó Juan de Dios, nadie sabe por qué, pero a raíz de ahí todo el mundo en su pueblo le llama de esa forma. Para su familia siempre ha sido Juan, y sus amigos lo llaman Fran.

Panchi es el responsable de todo. Este pequeño y esponjoso perro blanco llegó a su vida como regalo de comunión, y tenía que salir a hacer sus necesidades, pero Juan quería jugar al Call of Duty. A su madre eso le daba igual: el perro tenía que bajar a la calle. ¿La solución? Correr. Cuanto más rápido le diese el paseo, menos tardaría en volver.

Algo se empezó a remover dentro de aquel chico de 15 años. Esa sensación no se la daba el COD. Como un saiyan convertido en ozaru, su ki aumentaba de manera exponencial. Juan seguía corriendo con Panchi hasta que el níveo can se plantó. Tras varias ocasiones de verse obligado a cargarlo en brazos porque se negaba a moverse, decidió dejarlo a cargo de su hermana mientras él continuaba estirando las piernas.

Lucía, un año menor que el atleta, vivió con asombro el cambio de su hermano. Juan jugaba con la playstation a horas que escandalizarían a Morfeo. Pasar de no dormir por las noches por el ruido que hacía, a no verlo porque se pasaba todas las tardes entrenando fue algo que le sorprendió y agradó a partes iguales. Le enorgullecía ver cómo su hermano tomaba las riendas de su vida y comenzaba a tener aspiraciones.

La media maratón de París, dos medias maratones en Málaga y el Campeonato de Andalucía de media maratón en 2022 y 2023 son algunos de sus grandes logros. Aunque, como el Caballo de Troya, no llegaron solos. Ahí comenzaron sus dolores. Primero en las rodillas, luego en la cadera, y ahora también en la espalda.

Las 14:59. Suena la sirena del instituto. Rápido a casa, suelta la mochila y a correr. Como todo principiante, sus inicios fueron escabrosos. Y él es difícil de meter en vereda. Corría por encima de lo posible. Da igual a la hora que salieras a la calle que lo ibas a ver yendo o viniendo.

Al principio, llevaba una mascarilla que reducía el oxígeno para simular la altitud de una montaña. Incluso probó a dormir con ella. Cuando vio que no tenía resultado, cambió el rumbo y empezó a informarse.

El neoatleta diseñó su propio entrenamiento antes de unirse al Club Deportivo Fuente del Acebuche. Solo estuvo un año allí debido a la incompatibilidad de horarios, y acabó formando parte de la familia del Club Atletismo Málaga.

Ocho trofeos y 14 medallas iluminan sus estanterías y vitrinas. Nunca soñó con competir, pero los galardones comenzaron a llegar inesperadamente. Sus objetivos siempre han sido a corto plazo. El último que tuvo en el punto de mira fue el Campeonato de España, pero los dolores se lo arrebataron.

La primera vez que el fondista fue al médico fue a los 18 años. Las molestias en sus rodillas iban en aumento y el dolor no cesaba. Tras numerosas pruebas y tratamientos que no tenían resultados, dejaron de tratarlo porque su doctora consideró que tenía una adicción a las pastillas, aunque a Juan siempre le fue indiferente si el tratamiento era farmacológico o no. Solo quería recuperarse.

Ese dolor ascendió a la cadera, y al siguiente año volvió a buscar respuestas, esta vez a través de la sanidad privada. Fueron tres diferentes médicos los que lo examinaron y ninguno pudo determinar qué le ocurría.

Como una odiosa tradición, al año siguiente tuvo que volver a la consulta médica. La espalda del joven se había sumado al club del dolor. Finalmente, Dios escuchó sus plegarias. Tenía diagnóstico. Una hernia discal y artrosis en la espalda eran su nueva relación estable.

Un día, al recoger su medicación a una farmacia que no era la habitual, la farmacéutica le preguntó si las pastillas eran para su abuelo. No son muchos los jóvenes que van a recoger sus opiáceos. Juan Francisco, sin embargo, tiene como Cerbero a tres estuches grises, dos cajas de madera y tres cajas fuertes. Sus cremas y medicamentos son demasiado fuertes como para que alguien las tome prestadas.

A sus 21 años, tras cambiar innumerables veces de médico de cabecera y visitar a siete especialistas privados, Juan se ha planteado en varias ocasiones quitarse la vida. El dolor crónico no es buen compañero. Es como tener a Judas sentado en tu mesa. Sabes que en cualquier momento te va a traicionar. Y en esta historia, Judas se queda para siempre.

El Teléfono de la Esperanza y la línea de atención a la conducta suicida han recibido múltiples llamadas del atleta que, devastado, afirma que la ayuda recibida fue nula. Solo una vez quedó satisfecho. Un chico le admitió con sinceridad que no tenía forma de ayudarle. Ese acto de honestidad consiguió aliviar, aunque fuera momentáneamente, el sabor amargo de haber llamado a una puerta que no pensaban abrir.

Cuando el dolor y la frustración están tan presentes, la depresión no tarda en aparecer. Juan ha perdido 12 kilos en tres meses. Ha pasado todo el verano sin comer. No se creía merecedor de ello si no podía entrenar.

—No veía comer como un disfrute, lo veía como combustible para poder recuperarme. Entonces, si no puedo entrenar, ¿para qué comer?

Ha podido afrontar sus trastornos alimenticios, pero sigue en el agujero que supone la depresión. Su psicólogo de la Seguridad Social no entiende el suplicio de sentir dolor constantemente.

La terapia lo frustra cada día más. Las respuestas genéricas y el sentimiento de incomprensión le carcomen por dentro. El espejo refleja una figura muy diferente a la que solía ser. Ahora solo sueña con poder dejar de sufrir. Con reducir la medicación.

Está a la espera de ser atendido por la Unidad del Dolor, pero la lista de espera oscila entre uno y cinco años. Una vez allí, probablemente le asignen una bomba de morfina y, con suerte, consigan averiguar el origen de los dolores en su cadera y rodilla.

Dios tiene un papel fundamental en la vida del fondista. Su familia no es creyente y él tampoco lo era, pero entrenando sentía cosas que no había experimentado jamás. Sentía una conexión inexplicable. Se sentía acompañado. Un amigo lo invitó a ir a la Iglesia con él, aunque en esa ocasión no quedó muy convencido. Más tarde, este mismo amigo le animó a que lo acompañara a una reunión de jóvenes cristianos. Y lo volvió a sentir. Sintió a Dios.

Su incesante dolor solo ha desaparecido en dos ocasiones, y Juan afirma que fue Dios quien lo hizo. La primera vez ocurrió en medio de un llanto desgarrador, mientras le suplicaba al Altísimo que cesara. Y así fue. Por primera vez pudo descansar.

La segunda vez fue en una charla del pastor de la Iglesia. Juan sentía que claramente Dios se estaba dirigiendo a él. La emoción brotaba de sus ojos encharcando sus mejillas. Durante toda la misa fue liberado de su martirio. Dios así lo quiso.

Muy pocas personas entienden el atletismo como él lo hace. Ninguno de sus amigos ha vivido la alta competición. Ni siquiera se la plantean. Y Juan se ve incapaz de practicar atletismo a medio gas.

El atletismo, además de fortalecer su conexión con Dios, le ha brindado disciplina y valores que cree que ningún otro deporte podría haberle dado. Para Juan Francisco, el atletismo no es un deporte individual. Compites solo, pero un factor determinante son tus compañeros y tu entrenador.

Tras años coleccionando malas experiencias en el ámbito sanitario, Juan ha decidido buscar una solución. Las cosas se cambian desde dentro. Por ello, está preparando la selectividad para estudiar Medicina. De todas las personas que lo han atendido, solo una ha sido capaz de comprenderlo: su actual médico de cabecera, quien también padece dolor crónico. Él va a tomar el mismo camino. Su meta es convertirse en médico de familia.

—Quizás el plan de Dios siempre fue que yo estudiase medicina. No lo sé.

Para llegar a la meta, necesitará implementar toda la disciplina que ha adquirido gracias a la competición. Se preparará selectividad al mismo tiempo que finaliza el grado superior de deporte. Todo ello mientras lidia con el dolor crónico y los terrores nocturnos que le desvelan noche tras noche, impidiéndole volver a dormir.

El fondista se sabe incomprendido. Nadie a su alrededor lo apoyaba cuando, a pesar de estar muy medicado, seguía entrenando. Y lo entiende. Sabe que nadie que no haya practicado un deporte donde se lleve el cuerpo al límite podría comprenderlo.

Si la medicación le permitiese entrenar, lo haría. Sufre cada día. Los dolores no le permiten dormir y, cuando por fin lo consigue, aparecen los terrores nocturnos. Como un pájaro enjaulado, sufre al verse incapaz de salir de casa, de dar siquiera un paseo sin que sea una agonía. Vive una condena, pero es su condena.

—Yo solo me arrepiento de no haber empezado antes a competir.

Estela Serrano es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.