[Con esta entrevista a Mario Conde inauguramos ‘Magos de Magas’, una nueva sección en la que conversaremos con hombres influyentes sobre las mujeres que más les han inspirado… y todo lo demás. Amor, seducción, sexo, paternidad, olvido, mitos vivos y caídos. Porque un hombre es, sobre todo, las mujeres de su vida].
Mario Conde es un personaje literario. Es en hombres como él donde arrancan las novelas. Hay un punto de irrealidad, un punto de oniria, en este martes gélido y grisáceo en el que su chófer me recoge de la estación de Santa Justa y me siento la muchacha que se acerca a los dominios de un legendario vampiro. El todoterreno tiembla sobre las piedras como un corazón vivo en una mano y yo me pinto los labios en la parte trasera, entre el traqueteo.
Una siente la excitación de quien va a conversar con una víscera caliente de la historia de España en un lugar que es la prolongación de su imaginario, de su espíritu: la finca Los Carrizos, a una hora de Sevilla, su mundo misterioso de olivares y memoria. 3.000 hectáreas de silencio. Aquí viven los fantasmas más selectos del país. Aún puedo verles si achino los ojos. Empresarios, aristócratas, toreros, artistas, políticos, realeza. Sus voces. Sus collares. Sus dry martini. Viejas fiestas. Aquí Mario les recibió a todos durante décadas como el Gran Gatsby. Él era un galán sombrío diseñado por Oscar Wilde: se pasaba las veladas diciendo cosas increíbles y los días haciendo cosas improbables.
Ahora no queda nadie. Una cocinera, un hombre de confianza. El zumbido sordo de una vida intensa.
Esto es una versión libre de El Desencanto.
A veces la vida es en blanco y negro.
Me siento en un castillo hechizado. Hay osamentas de ciervo en las paredes, una biblioteca entera dedicada a Picasso y fotos del emérito Juan Carlos por todas partes (“parecéis novios”, le comento, y el Conde Drácula se ríe, impoluto, poniendo al servicio de su risa toda su elegante belleza de ave rapaz). Una vez lo ganó todo. Lo atrapó todo. Perdió mucho. Con 38 años fue presidente de Banesto. Ahora tiene 76 y, como Verlaine, se dedica a ser rey de un palacio de invierno. Esto es una elección filosófica.
Mario Conde: “El hombre es un saco de vanidad ridículo. No se da cuenta de que la mujer decide estar con él mucho antes que él. Es patético”
Apenas duerme. A las cuatro de la mañana se le abren los ojos como quien recuerda algo olvidado. No sabe leer: siempre estudia. Pasea para domar a la bestia. Charlamos casi todo el tiempo de pie porque le llevan los demonios. Es de un nervio intelectual y físico colosal. “En los Consejos de Administración siempre daba vueltas alrededor de la mesa”, dice. “Para marear a los enemigos”, asumo, y él asiente.
Su perra no me da miedo. Parece un peluche. Me lame. Se llama Mica. “Fumas muy deprisa, ¿no?”. Él lo dejó hace 20 años pero fumaba cuatro paquetes al día. “Es que yo también tengo mucha ansiedad por vivir”, le respondo, y Mario me entiende. Me descubro imitando su pose al lado de la chimenea. Genera eso: escuela.

Mario Conde en uno de sus salones, bajo el retrato de Lourdes Arroyo, su primera esposa, y junto a unas fotos de sus hijos.
El gran amor
La gran presencia invisible de esta casa es la de Lourdes Arroyo, la mujer que le hizo viudo, el radical romance de su vida, la madre de sus hijos, su mejor amiga para siempre, su brigada. Ella murió con 56 años a causa de un tumor cerebral. Él tenía 59. Estuvieron 34 juntos. Se enfrentaron puntualmente a cada golpe de la justicia (lo que él llama “el sistema”), el uno al lado del otro, y mantuvieron el tipo como sólo saben hacerlo dos enamorados. Sin grietas. Mirándose frente a frente, también a través de los muros de Alcalá Meco.
La cara de Lourdes sostiene cada estancia. Se asoma a la vida de Mario sin ella desde los marcos de las fotos y los cuadros. En el salón más habitado, junto al sofá y el billar, su retrato imponente: bella, escueta, sobria, las piernas cruzadas, el vestido marrón, el cabello rubio recogido en un moño bajo. Leal como un soldado. En la mesilla hay un libro. Leo el título calladamente: “Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Conde me muestra el jardín desde la ventana del primer piso. Es un laberinto, como en las películas. “Cuando Lourdes vivía, intervine genéticamente todas las rosas para cambiarles el color. Hice que las tiñeran de amarillo porque Lourdes tenía los ojos amarillos”, me cuenta. “¿Y ahora, dónde están?”, pregunto, agudizando la vista. “Ah, no. Ya no hay rosas”.

Lourdes y Mario en una foto antigua.
Con qué reconcentrada intensidad de símbolo vive Lourdes en estos pasillos, y en estos campos, y en el claustro cuando llueve, como ahora, y el móvil pierde la cobertura. Desde el techado, Mario me enseña unas impresionantes columnas dóricas y me cuenta que viajó a Roma con su amor, de recién casados (inocentes todavía y por tan poco tiempo), y que allá se prendaron, en una abadía, de unas columnas como estas mismas. De aquella no tenían ni un chavo, sólo largos paseos del brazo.
“Pero y esto, ¿qué sujeta?”, le dijo él al abad. “El cielo”, le contestó el anciano, y Mario sonrió, como entendiéndolo todo. A la enfermedad de Lourdes, Conde las compró y las fue trayendo pesada y trabajosamente a sus territorios para que se encargasen ahora de sustentar su propia porción de estrellas. Desde luego, no parece una tarea fácil. Tenía la idea de cenar con su mujer en el patio como aquella vez, en Roma. Pero el encargo no llegó a tiempo. Tampoco llegaron a ir a los Fiordos a ver el sol de medianoche.
Un día te cambia la vida. Nunca sabes qué día va a ser. El de Mario fue un 13 de octubre.

Mario Conde y su esposa Lourdes Arroyo en la cena ofrecida por el entonces presidente portugués Mario Soares en el Palacio del Pardo, 1987.
El sexo y la muerte
Le pregunto por la primera vez que vio el cuerpo desnudo de una mujer y me confiesa un pequeño secreto. Primero off the record, como las mejores cosas de la vida. Luego recula y me dice que lo cuente si quiero. Aquí estoy: quiero escribirlo, porque es triste y hermoso. Tenía 16 cuando unos amigos adultos le llevaron a un burdel para que el muchacho espabilara. Allí, una cortesana se le quedó mirando mucho rato. Luego se le acercó, con un bote de gomina, y le peinó con cuidado hacia atrás. Se encaprichó del chico.
Esa noche, la mujer le llevó en coche y fue ella quien detuvo el vehículo en una carretera vacía para cogerle prestada la virginidad. Se dejó querer, incómodamente. Se siente vacío desde entonces. Y tampoco ha dejado de peinarse así. Le digo: “Los guapos os peináis para atrás, ¿no?”. Y él me mira muy convencido y dice, simplemente: “Sí”.
Ahora piensa que aquello fue desolador, que malgastó un rito iniciático que debería parecerle entrañable. Ojalá las cosas hubieran sucedido de otra manera, chasquea. Vamos a cambiar la historia. Total: podemos. Volvamos a las faldas de mi pregunta.
"Mi amor por Lourdes, mi primera mujer, está vivo, intensamente. Lo recuerdo todo de ella"
“¿Cuándo fue la primera vez que viste el cuerpo desnudo de una mujer? ¿Qué hay de ese deslumbramiento?”. Digamos esta vez que su primera vez fue con Lourdes. Viajemos a ese momento. “Yo estaba estudiando la oposición y ella me acompañaba. Tenía 21 o 22 años. Ella 17, me parece. Total: llegado un momento, no podíamos más. Yo estaba concentrado en ella. Y mi padre, que era un hombre extremadamente potente, me dijo ‘mira, tienes que seguir estudiando, y os veo a los dos… nerviosos. Os he alquilado un apartamento. Te tomas una semana de descanso’. Y eso hicimos”, evoca.
¿Había música?
Sí. Sonaba la canción de Simon and Garfunkel cuando hicimos el amor por primera vez. La misma que le tarareaba cuando estaba en coma. Sound of silence. Esa fue la experiencia. Yo la recuerdo con tanta intensidad… de la misma manera en la que noto cómo me aprieto ahora los dedos de la mano. Y recuerdo perfectamente la música. Recuerdo todo. El sitio no, porque el sujeto borra el objeto. Fue una canción verdaderamente mágica para mí. Por eso cuando estaba medio en coma, yo se la cantaba y notaba que respondía. El 13 de octubre de 2007 le pedí que esperase a que amaneciera. Le dije eso y el corazón le latió más fuerte, incrementó el ritmo cardíaco y la saturación pasó de 45 a 75 en nada. Y aguantó hasta que amaneció. Y le dije ‘puedes irte ya’. Y se fue, mientras yo le tarareaba la canción.
"Sonaba una canción de Simon and Garfunkel cuando Lourdes y yo hicimos el amor por primera vez. Fue la que le tarareé el día de su muerte”
¿Ha cambiado tu forma de entender el amor desde entonces?
Siento que no he cambiado en nada. Mi amor por Lourdes está vivo, intensamente. No, no he cambiado en nada. Evidentemente, hay un transitar desde la pasión a la convivencia. La gente no sabe convivir sin pasión: es como si el recuerdo de lo que fue atenazara ahora la convivencia diaria, ¿no?
Pero tú eres un hombre muy apasionado. Vitalmente apasionado.
Totalmente. Sí. Sí. Nunca he sabido hacer nada a medias. No tengo ni idea de cómo se hace eso. En Deusto, un amigo mío andaluz decía que estudiaba para aprobar, y yo le decía “y eso, ¿cómo se hace? ¿Una línea sí y una línea no?”. No. Yo soy apasionado en absolutamente todo y creo que es una suerte inmensa vivir la vida con entrega, con pasión por la pintura, por la literatura, por la escritura, por la diversión, por la mujer.

Mario Conde junto a su torreón.
Debe de ser difícil seguirte el ritmo, ¿no?
Eso dicen. Dicen que es muy, muy difícil seguirme el ritmo. Si ya te digo que no duermo. En un momento dado, el sueño me invade, y con que duerma una hora, me repongo. Pero a veces me venía el sueño… plof, te baja de golpe. Me he llegado a quedar dormido tocando la guitarra con mi mujer cantando. Y ella decía “no le despertéis, que como le despertéis nos la da otra vez hasta las siete de la mañana”. Ahora no aguanto lo que aguantaba, pero eso sólo quiere decir que he bajado un escalón de resistencia, pero no de pasión.
Un don para dominarlos a todos
¿Qué es la seducción? ¿Por qué te llaman seductor, aparte de porque en algún momento cortejaste a un país entero? ¿En qué consiste tu manera de seducir?
¿Quieres que te diga la verdad?
Por favor.
Nunca lo he intentado. Nunca he intentado seducir a nadie. Debe de ser algo innato. Es un efecto reflejo. Yo me doy cuenta de mi comportamiento a veces… me digo “¿qué estás haciendo, Mario?”, y me doy cuenta de que estoy seduciendo. Es verdad. Pero no es un acto de intelecto, por así decir, no es “voy a seducir”. Es algo que forma parte de mi modo de ser. Pero la seducción no es una seducción de hombre-mujer, sino un modo de comportarte con los demás. Sin querer, estás intentando integrar a aquel con el que hablas, a aquel con el que comentas dentro de tu propia estructura anímica de pensamiento y de emoción. ¡Sin querer! Tratas de integrar a la persona en tu mundo.
"Nunca he intentado seducir a nadie, pero desde niño entendí que era un seductor. Y he jugado con eso, inconscientemente"
De hecho, has seducido a muchos hombres poderosos.
Eso ya no lo sé. Pero que quede claro que la seducción-hombre-poderoso no tiene nada que ver con lo sexual.
¿Qué tipo de amante eres?
Eso tendrías que preguntárselo a las mujeres de mi vida. A unas 20 o 25, para sacar la media.
¿Cuántas amantes has tenido? ¿Muchas?
No. No. ¿La verdad? No. ¿Mujeres en mi vida? (Silencio largo). ¿Diez?
Diez importantes, supongo.
Toda mujer es importante. Toda mujer que es capaz de estar contigo es importante. La importancia de una mujer no es el factor externo: la mujer es o no importante cuando se quita la ropa y la deja al lado de la mesa de noche. Ahí es donde se ve. Igual que el hombre. Todos en la vida nos disfrazamos. Te toca disfrazarte de banquero, de escritor, de alumno… pero al final hay un segundo en tu vida donde te desnudas, y no sólo me refiero físicamente. ¡También psíquicamente! La mujer y el hombre que se desnudan… ahí demuestran su importancia.
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Mientras seducía, por supuesto, admiraba a muchas mujeres. “A tantas que no tendría tiempo para decirte. Me han inspirado sobremanera. En política, Margaret Thatcher, absolutamente. En pintura, María Blanchard. En filosofía, Helena Blavatsky. Y descendiendo de lo espiritual a lo carnal, Sophia Loren en la película de Los girasoles. Yo me tuve que salir porque eso no se podía aguantar”, sonríe. “¿Otros mitos eróticos? Carmen Sevilla. Y Nicole Kidman”.
Dice Mario Conde que la gran pregunta, en realidad, es por qué alguien se siente seducido. También se responde. “Tiene que ver, seguro, con un componente de admiración. Y ese componente de admiración tiene que traducirse en un componente de atracción digo yo. El componente estético es importante, pero no decisivo".
"La inteligencia cubre huecos. La capacidad de expresión sí que es lo más significativo, porque hay gente muy brillante que tiene altos conocimientos interiores, pero que no los sabe explicitar y no es capaz, con sus gestos o su oratoria, con su composición o con su manejo de los silencios, hacerlos llegar o atraer la atención”, reflexiona. “Uno seduce porque toca la fibra de la carencia del otro. Tú eres algo que el otro echa de menos”.

Mario Conde de bebé, ya siendo el preferido de su madre.
¿Cuándo te diste cuenta de tu don?
Ah, siempre. Desde niño. Y he jugado con eso, aunque fuera inconscientemente. Te quiero decir: yo cuando hablo en público me doy cuenta de que la gente me mira, se integra y empieza a formar parte de mí. De mi discurso.
Me detengo aquí porque observo que Mario Conde es un niño mimado, el gran niño mimado del mundo. Se hace querer y perdonar. Siempre será así, siempre fue así, desde que nació. “Mi madre tenía una gran predilección por mí. Mis hermanas decían que mi madre había tenido un hijo y tres partos. Ella era mucho mejor que yo, extremadamente inteligente, muy diplomática. Pasaba de estar echándome una bronca a que entrar alguien y dijera ‘ay, hola’, con una sonrisa encantadora. Me dejó vivir. Me enseñó a comportarme”.

Mario Conde de niño.
Entiendo que has seducido a hombres que han querido ser tú y a mujeres que han deseado estar contigo.
¡Se autoseducen! En fin: yo he estado con las mujeres que han querido. Mira, yo creo que no ha nacido un hombre que haya estado con una mujer sin que la mujer no haya decidido previamente estar con el hombre. El hombre es un saco de vanidad ridículo. No se da cuenta de que la mujer decide mucho antes que él. Siempre. Siempre. Y si no es así, es una violación. Pero el hombre es tan ingenuo que se cree que decide él. ¡Es patético! El cortejo funciona así: tú percibes que una mujer quiere estar contigo y puedes acercarte y responder. Pero si no lo percibes, por dios, estate quieto.
¿Y qué seduce al seductor? ¿Qué has deseado tú, en tu vida?
He deseado arrancarme el personaje. El personaje de Mario Conde me ha jodido. Ha habido etapas de mi vida, incluso ahora, en las que no puedo evitar que tal persona esté con Mario Conde, no conmigo. Nunca sé si está verdaderamente conmigo. Está con otro, con el otro, con el personaje. De hecho, creo que hay mujeres que han salido con él y no conmigo... al menos, inicialmente.
"He deseado arrancarme al personaje. El personaje de Mario Conde me ha jodido. Ha habido mujeres que han salido con él y no conmigo”
¿En qué se diferencian tu persona y tu personaje?
No nos parecemos en nada.
¿En nada?
¡En nada! Por eso me gusta tanto estar en Glasgow, en Edimburgo. Allí tomo un café con alguien y sé que les caigo bien por mí mismo. No mareo con quién soy. Realmente soy quien está allí y no más. Te cuento una anécdota: durante una temporada bajaba siempre, a las siete en punto, a tomarme una cerveza en un pub que está al final de la Royal Mail. Me llevaba bien con los camareros, con la gente. Nos tratábamos con gusto. Pero un día empecé a notar que me trataban diferente, como con más reverencia, con más ceremonia, y una chica que estaba allí me dijo “es que ayer vinieron un grupo de españoles y nos dijeron ‘ese señor que está ahí no se imaginan ustedes quién es, ¡lo que tienen ustedes ahí!”. Y me empezaron a hablar de usted. Y ya no volví. No me interesa. Me he pasado 30 años sin ser yo en este país.
¿Qué crees que España piensa de ti? ¿Qué dice de ti cuando te levantas de la mesa?
No lo sé y no me importa, pero me he movido por todos lados y me llaman “don Mario” y se me acercan con cariño. Todavía estoy por tener un solo problema. ¡Uno! Y durante una época se me acercaban y me decían al oído “son unos hijos de puta…” (ríe). Lo alucinante de ahora son los chavales jóvenes. Los chavales de 15, de 20, de 24 años. ¡Me leen, me escuchan en podcasts! Te lo dicen los catedráticos de Economía, los más jóvenes… Un podcast que con mi entrevista tuvo dos millones, quinientas mil visitas. Y esos chicos han nacido después de que yo haya dejado de estar en Banesto. Yo tengo una capa. Me protege. Hasta en Chat GPT te dicen que aún tengo una gran capacidad de atracción si le preguntas por mí. A mí España me ha tratado muy bien y los políticos muy mal.
¿Tú eres un hombre temible, Mario?
Si la inteligencia es temible, sí. Si la capacidad de trabajo es temible, sí. Si el respeto por la dignidad y el no renunciar nunca a tus convicciones personales es temible, sí, claro, soy extremadamente temible.
¿Crees que eres una buena persona?
Buenísima. Buena, no. Buenísima. Porque además soy bueno por naturaleza. No me sale ser malo.
"¿Soy temible? Si la inteligencia, la capacidad de trabajo y el respeto por la dignidad son temibles, sí, soy extremadamente temible"
¿Quién te ha conocido de verdad?
Lourdes. Quizá sólo ella. “Nadie conoce de verdad a Mario Conde”, decía ella, que me conocía a la perfección. Es la que mejor me ha conocido, por eso es la que mejor me ha llevado. Para conducir un caballo tienes que saber cómo se comporta, ¿no?
Y todo el mundo quiere conducir un Ferrari pero no todo el mundo sabe conducirlo.
(Ríe) ¡Eso es! Eso es muy exacto. Ella me supo ver. Porque era muy inteligente y porque me quería mucho. Y amar a alguien te hace verlo bajo la verdadera luz. Después de la muerte de Lourdes he sentido ternura, desde luego. ¿He sentido lo mismo? En determinados puntos sí, pero en una vida completa… todo es distinto.
¿En qué se parecen las mujeres a la banca?
Ambas prefieren pagar con tarjeta de crédito.

Mario Conde.
No para de llover. Es más de mediodía. Mario, generosamente, me invita a comer. Tomamos ensalada de garbanzos y filete con un poco de vino en una sala redondeada, con cúpula: es como almorzar en una capilla. A su sobria cocinera la trata como a una madre. Se hacen carantoñas.
Las mujeres, las amigas
Antes de entrar a esta habitación, ha cogido un papel en blanco y ahora lo trocea delante de mí una, dos y tres veces. Es para explicarme el amor. Un papelillo roto puede amar a otros papelillos rotos, pero nunca amará a ninguno como a ese que tenía al lado antes de disgregarse del folio, ese que completaba su forma. Habla Mario de esas piezas arrebatadas, separadas entre sí. Le cuento, entonces, que Montaigne decía que él adoraba a su amigo La Boétie por una razón muy sencilla: “Porque él era él y porque yo era yo”. O sea, lo adoraba desde su unicidad. Conde menea la cabeza. “No era mi caso. Lourdes era yo y yo era Lourdes”, sentencia.
Si tú eras Lourdes y Lourdes era tú, al perderla, ¿qué queda de ti aquí?
Wow (resopla). Hay dos formas de verlo: la pena de haberla perdido y la alegría de haberla tenido. Yo nunca me he refugiado en la pena de haberla perdido. Es más, cuando iba a morir, como una grandísima prueba de amor, me dijo: “Oye, tú” (hablaba así cuando se ponía seca). “Tú me haces el favor de casarte cuando yo me muera, que tú eres un pendón, no vayas a estar andando con todas las tías por ahí”.
¿Y eres un pendón?
No, ni lo soy ni lo he sido. La mujer me gusta, no te voy a engañar, pero no.
"Cuando mi mujer murió, me dijo ‘haz el favor de casarte, que tú eres un pendón, no vayas a estar andando con tías por ahí’"
Pienso en ese extracto de Mujer de rojo sobre fondo gris, de Delibes. “Nos bastaba con mirarnos y sabernos. Nada nos importaban los silencios. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad”. Los problemas llegaron cuando Mario empezó a esperar demasiado de la vida, sí. Lourdes es la Rebecca de Hitchcock: no está, pero su presencia lo embadurna todo. Hay ausencias más potentes que presencias.
Y las mujeres que han estado contigo después de Lourdes, ¿han competido con ella, con su memoria?
No lo creo, porque siempre han sido personas inteligentes y no se puede competir contra lo que no existe. Pero sí han sentido su presencia inevitable en mi vida. Ahora: cuando yo he estado con otras mujeres, Lourdes ha sido pasado. Ha habido otras mujeres muy importantes en mi vida, muy, muy importantes. De hecho, me volví a casar.

María Pérez-Ugena Corominas y Mario Conde.
¿Cómo era María Pérez-Ugena Corominas?
Una persona espléndida. Inteligente, activa, dinámica. La quiero mucho. Lo que pasa es que ella sintió en su vida una carencia, la de tener hijos y la quiso cubrir. Y yo no. Yo ya había tenido. Lourdes le decía a nuestros hijos: “Cuando vuestro padre se muera, haced el favor de quemarlo, porque van a salir una reclamaciones…”. Era muy graciosa.
¿Qué hay de Adriana Torres Silva, tu última novia? Marquesa, pintora… y ahora, tu reciente ex.
¡Una artista magnífica! No puedo tener una mejor relación con ella.

Adriana Torres Silva.
Y entonces, ¿por qué lo habéis dejado?
Bueno, porque en un momento determinado una persona sigue un camino en su vida. Es una persona con hijas, con su arte, y es muy religiosa… pero somos amigos. ¡Íntimos amigos! Ahora ha estado unos días en Costa Rica en una misión. Al margen de que yo entienda o no lo de ir a una misión a Costa Rica, la respeto, y hemos hablado casi todos los días.
***
Mario nunca ha sentido a un dios castrador planeando sobre su cama. Tampoco el morbo de la culpa cristiana. “Mi crisis religiosa se produjo a los 17 años, cuando estaba con los jesuitas. Dios me abandonó. Yo rezaba para que no me abandonara, pero lo hizo. Dejé de creer. Y me lancé a la náusea de Sartre. El gran avance del mundo vino cuando acabamos con el pensamiento mágico”, cuenta.
“Pero luego te casaste por la iglesia”, le pincho. “Eso es una cosa folclórica, hija, una cosa social. Eso se corresponde con el modo de pensar de mis padres”. Ah, pues nada. “¿Y te han roto el corazón?”. “Sí. Un íntimo amigo mío. Le quería entrañabilísimamente. Y me traicionó por un plato de lentejas. Y llegó hasta el extremo de mentir para meterme en la cárcel. Perdí kilos y kilos del sufrimiento. Le echaba de menos a muerte. Me rompió. Y me destrozó el concepto de ser humano. Nunca volví a hablar con él. Han pasado 20 años”.

Mario Conde en el salón del billar.
Los precios del poder
¿Te ha dado miedo que te quieran por dinero, ya fueran hombres o mujeres?
Me ha dado miedo, sí, pero no lo han hecho. Cuando me casé con Lourdes no tenía dinero. A ella nunca le gustó Banesto y no le gustaba el dinero. Decía que en la próxima reencarnación se iba a casar con un jefe de planta de El Corte Inglés, porque conmigo no había posibilidad de vivir en paz. Al resto de mujeres con el que he estado tampoco les ha interesado el dinero: o lo tenían o no lo necesitaban.
¿Para qué sirve el dinero, Mario?
Para quitar de tu vocabulario la palabra “¿podemos?”. Para poder siempre, todo, a cualquier hora.
"A mi primera mujer, Lourdes, no le gustaba el dinero. Ni Banesto. Quería reencarnarse y casarse con un jefe de planta de El Corte Inglés, porque conmigo no vivía en paz"
¿Cuál ha sido tu mayor lujo?
El espacio. Es una manía, es obsesivo. En el mundo moderno no hay amplitud. La humanidad son ocho o nueve mil millones de personas y la gente vive en células que son casi celdas. Yo no quiero eso y no quiero volver ahí. Mi lujo es disponer de todo este espacio, de estas hectáreas. Nunca he tenido lujos en la comida, ni en la bebida. Siempre he querido lo que tengo: espacio.
Conde conoce el pozo y la gloria. Por ejemplo, estuvo a punto de ser rey de España. Al menos, poéticamente. “El rey Don Juan me quería como a un hijo, dicho por él”, sostiene. “Mi relación con su hijo, Juan Carlos, fue compleja al principio, porque su grupo, sus relaciones, digamos… no eran las mías. En el momento en el que entré a Banesto hubo un enfrentamiento con determinados sectores de la sociedad española y él se inclinó por el otro lado de la balanza, ¿me explico? Es normal, era su mundo. Las cacerías, ya sabes, esas cosas”, evoca.
“Pero un día su padre me dijo que el rey había entendido perfectamente quién era yo. Acabamos siendo amigos. En fin, todo lo amigo que puedes ser de un rey, porque los reyes no tienen amigos, o no debieran. Tuvimos una relación extremadamente íntima. Y yo le quiero, forma parte de mi vida. Y me parece que España ha sido injusta con él”, sostiene. “Juan Carlos era un grandísimo seductor, mucho más que yo. Mira, una plataforma de seducción es saberse en una posición de superioridad pero externamente manifestarse en una posición de igualdad. Eso lo hacía muy bien él. Por eso le llaman el campechano”.

Mario Conde.
Expresa Mario que Juan Carlos siempre supo que él no era un monárquico intelectual, que no participaba de la idea “de la transmisión del poder de padres a hijos, ni de lo de 'el mayor es mejor que el menor’, ni de lo de ‘el hombre es mejor que la mujer’”. “Pero le respetaba como rey y como hombre. Nos reíamos mucho", añade.
Y cuando quedabas con el rey Juan Carlos, ¿quién pagaba?
Nunca quedábamos por ahí. Con un rey no vas a comer a ningún lado ni nada. Comíamos en casa, al almuerzo. En casas de amigos comunes... algunos ya muertos.
¿Quién fue más deseado por las mujeres, el emérito o tú?
Yo creo que él ejercía, sin duda, una capacidad de atracción y de seducción indiscutiblemente superior a la mía. Al menos, por el hecho de ser rey. Y era un hombre muy atractivo. Ahora está mayor, pero tenía muy buena facha, muy buena planta.
Mario cree que el hombre más poderoso que conoció nunca era Gorbachov. Y la mujer más poderosa, Margaret Thatcher. Dice que no ha estado nunca con ninguna mujer de izquierdas, pero que él no le pregunta a nadie su ideología. “Un amigo mío dice que las mejores son las de derechas. Creo que es una extrapolación de la canción de Dama, dama, de Cecilia. De todos modos, no creo en las etiquetas. Yo respondo a cosas concretas, tema por tema. El marxismo me interesa como explicación de la historia, pero el comunismo no es la solución para el ser humano”, lanza.
"El rey Juan Carlos ha sido un gran seductor, indiscutiblemente superior en eso a mí"
“Yo defiendo una individualidad consciente. El mercado es el mercado, pero es capaz de crear profundas desigualdades, y, aunque sólo sea por cinismo, no podemos soportar determinado grado de pobreza. Para seguir disfrutando de tu dinero, tienes que gastar un poco en crear paz social”, esgrime. Se considera un revolucionario porque siempre quiso cambiar las cosas, pero “ya he sufrido en mis carnes el sistema”: “No soy antisistema. Soy anti-este-sistema. Yo soy un hombre de orden. La teoría del caos es una estupidez. Detrás de la naturaleza hay reglas matemáticas. Como bien decía Pitágoras, todo funciona con arreglo a los números”.
No le gusta la caza. Ni de animales, ni de personas. Subraya que él es un seductor y no un cazador. “No siento placer con eso. Es depredación. Es captar a alguien para tirarlo a la basura, y eso es despreciable. Yo no he dejado que mis hijos vayan a cacerías. Y nunca pego un tiro a un pájaro porque le tengo admiración a volar”.

Mario Conde.
¿Qué hay de la política? Está convencido de que Pedro Sánchez “es el primer gobernante de izquierdas con carisma que ha tenido España”. ¿Y Felipe? “González no… porque nunca ha sido de izquierdas. Un día Alfonso Guerra, en la intimidad, me dijo que en el PSOE querían a Felipe como líder, pero que él creía que Felipe… prefería ser el líder de Democracia Cristiana”, ríe.
"Pedro Sánchez tiene carisma y es un seductor. Habla con calma y perdona la vida a todo el mundo. Sus formas son de derechas, aunque él sea radicalmente de izquierdas”
“Sánchez tiene una capacidad de seducción enorme, aunque la seducción sea un concepto de derechas, por la distinción. Habla con calma y le perdona la vida a todo el mundo. Sus formas son de derechas, aunque él sea radicalmente de izquierdas”.
¿Quién ha sido tu mayor enemigo en política? ¿Aznar?
No lo sé, pero yo nunca he sido enemigo de Aznar. Mira, te voy a contar una cosa divertida. En el año 1993, poco antes de la intervención, yo estaba charlando con Felipe González en la Moncloa. Y Felipe creía que yo en el fondo quería dedicarme a la política. Me dijo: “Es que tú, coño, vamos a ver, tienes 45 años, eres rico de cojones, ya el banco se te ha quedado pequeño, estás todo el día opinando de política para aquí y para allá… lo normal es que para no aburrirte te quieras dedicar a la política”. ¡Para no aburrirte! Fíjate.
Y yo le dije: “Presidente, no es así, porque la política está cubierta. En la izquierda estás tú y en la derecha está Aznar”. Y me dijo: “No te equivoques. Aznar lo mismo un día sí puede ser presidente del Gobierno, porque yo no voy a ser eterno, pero Aznar no quiere ser presidente del Gobierno, lo que Aznar quiere es ser Mario Conde y eso no lo va a ser nunca. Así que átate los machos con Aznar”. ¡El sevillano!
"Felipe González me dijo que Aznar nunca quiso ser presidente del Gobierno. Aznar quería ser Mario Conde y eso no lo va a conseguir nunca”
¿Y tú crees que eso es verdad?
Absolutamente. A Aznar le jode no ser Mario Conde. Es un acomplejado conmigo. Y Felipe González era muy perceptivo. Ahora es otra cosa, pero ahí no quiero opinar. Sin ninguna duda, Aznar tenía un celo horrible de mi capacidad de liderazgo. Él es un hombre que salía de perder dos elecciones y yo salía de ganar todo lo que había hecho en mi vida. Aznar no es un seductor. Es cualquier cosa menos eso.
De postre, el amabilísimo y sobrio servicio me ofrece helado de chocolate. Él prefiere queso. Lo trocea con cuidado. "Largo es el arte, la vida en cambio, corta / como un cuchillo", dijo Ángel González. Él sabe que el diablo está en los detalles. Y dios, si existiera, también.
A ti la vida se te está pasando rápida, ¿verdad?
Absolutamente. Aún no la he empezado.

Mario Conde.