"Matan a nuestros hijos en Ucrania mientras Europa guarda silencio"
Viven en España, pero sus familiares permanecen en el frente: "No existen ateos en la guerra", aseguran.
13 febrero, 2016 02:45Noticias relacionadas
No podía tumbarse sobre la cama pensando que las bombas caían sobre las posiciones en las que se encontraba su hijo. Galyna se echaba al suelo, encendía unas velas y hablaba con su marido, fallecido hace diez años: "Por favor, cuida de Andriy", rezaba, mirando las estrellas del cielo madrileño. Lo hacía mientras apretaba el móvil entre sus manos. Su vida giraba en torno a ese teléfono, esperando una llamada. "No se imagina lo difícil que es saber que tu único hijo está en la guerra y que todo puede acabar en cualquier momento", apunta sentada en una cafetería de Moncloa, con gesto nervioso. En la solapa lleva un broche con la bandera ucraniana. Apura su refresco y lamenta: "¡Llevamos así dos años, pero ya nadie nos escucha!".
La historia de Galyna Mykhaylyuk es la misma a la que se ve abocada buena parte de la comunidad ucraniana que reside en España, cifrada en más de 83.000 personas. El 20 de febrero de 2014, la tensa calma que se vivía en Maidán, emblemática plaza de Kiev, terminó por estallar. Francotiradores apostados en enclaves estratégicos abrieron fuego contra los manifestantes que habían acampado en este espacio y que exigían a su presidente, el prorruso Víktor Yanukóvich, un giro hacia Europa. Aquella fue la mecha que prendió el polvorín ucraniano.
"No llores, mamá"
"Nadie esperaba que pudiese estallar una situación así", apunta Galyna. "Ni siquiera el Ejército", añade. "Los primeros soldados que fueron a la frontera con Rusia ni siquiera tenían cascos o chalecos antibalas". Su hijo, Andriy, vivía con su mujer y sus dos niños en la localidad de Ivano-Frankiusk, al oeste del país. Trabajaba como chófer y fue llamado al frente. Se incorporó al contingente ucraniano desplegado entre Lugansk y Donetsk.
"No llores, mamá", es el mensaje que Andriy transmitía a Galyna cada vez que hablaban por teléfono. El hijo trataba de disimular el nerviosismo que se vivía en las trincheras: no le hablaba de la tubería en la que él y sus compañeros se escondían cuando escuchaban el ruido de los misiles, o de las noches en vela viendo en lontananza el destello de los disparos. Todas esas historias se las ha contado cuando ha regresado a su casa, donde la inestabilidad no se ha traducido en el conflicto registrado en la sección oriental.
Galyna, que lleva 13 años en España trabajando en empresas de seguridad y limpieza -ahora está en paro-, ha tratado de convencer a su hijo de que abandone Ucrania y venga con ella a Madrid. "Pero no quiere", explica. "Él tiene allí su vida, su mujer y sus dos hijos, de 9 y 4 años. Su respuesta es siempre la misma: '¿Por qué tengo que irme de mi hogar?". Mientras realiza esta entrevista, Galyna mantiene una videoconferencia por Skype con su nieta Irene, de 4 años. Sólo tenerla cerca, aunque sea de forma virtual, la reconforta.
"No existen ateos en la guerra"
Valentina Borova abandonó Ucrania hace 15 años por motivos laborales. Allí, como profesora de Biología, ganaba el equivalente a unos 80 euros mensuales. Desde entonces, ha trabajado en hostelería, comercios y seguridad. Su hijo mayor, Svyatoslav, de 25 años, vive con ella en Madrid. "Llegó hace unos meses y se ha integrado muy bien", sostiene la mujer. Pero su hijo pequeño, Nazariy, de 24, viste la ropa militar y porta en sus manos un kalashnikov: "Antes era un niño y ahora es ya un adulto", asegura. "¡Lo que ha cambiado en este tiempo!"
Ellos están armados con kalashnikov y el enemigo va con tanques
La mujer charla a menudo con su hijo a través de aplicaciones móviles. "¡No sé qué haría si no pudiésemos hablar, si no tuviese noticias de él!", exclama. Pero esta situación también tiene una cruz: "Cuando sé que hay tensión en un lugar en el que él está y no me escribe...". Se le corta la voz y se le empañan los ojos. "Ellos están armados con kalashnikov y el enemigo va con tanques", asegura.
Para Valentina, la situación de los soldados ucranianos es "insostenible". "Un compañero de mi hijo no aguantó la presión y se pegó un tiro", explica. "Todos rezan para que todo termine de la mejor manera, para seguir con vida", añade. Porque, asegura, "no existen ateos en la guerra": "Y todo esto ocurre en el olvido; matan a nuestros hijos, sobrinos y familiares mientras Europa guarda silencio".
"Hermana, ¿por qué no me crees?"
La visión del conflicto no es la misma a uno y otro lado de la frontera. Ni siquiera cuando se trata de dos familiares. "Eres mi hermana, ¿por qué no me crees?", pregunta Oksana Hunchyk a Marina cuando hablan por teléfono. La primera lleva tres años en Madrid; la segunda vive en Siberia. Cuando charlan por teléfono, a menudo discuten sobre lo que ocurre en Ucrania. "Eso ocurre porque ve televisiones e informaciones que transmiten lo que dice Putin", asegura. Ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo -como tampoco lo hacen Kiev y Moscú- en las cifras de los fallecidos en el conflicto. Según las estadísticas de la ONU, al menos 9.000 personas han perdido la vida desde febrero de 2014 y otras 900.000 han tenido que abandonar sus hogares perseguidos por la violencia.
Oksana agradece que su hijo de 21 años viva con ella en Madrid: "Tengo amigas con hijos militares", explica. "Tras hablar con ellos por teléfono, sólo piensan en cuándo será la siguiente llamada". Para ella, la salida al conflicto es "muy difícil": "Sólo si se ponen sanciones importantes a Rusia y se cumplen, se podrá conseguir algún avance".
Reuniones con Margallo
La propuesta de Oksana es la misma que sostiene los argumentos de Yuriy Chopyk, que preside la Comunidad Ucraniana en España. Él organizó los encuentros que sus compatriotas celebraron en la madrileña plaza de Colón cuando estalló la revolución de Maidán. Regresa a menudo a Kiev para completar sus estudios en Derecho internacional. Aquí ha trabajado desde hace 15 años en la construcción y en la hostelería, además de promover diferentes actividades culturales de su país.
En febrero de 2014, cuando arrancó el conflicto ucraniano, Yuriy se reunió con varias instituciones oficiales, a las que reclamó una mayor implicación en la resolución de la guerra. "Llegué a encontrarme con [José Manuel García] Margallo, ministro de Exteriores", afirma. En aquella charla, Yuriy le pidió que "no tuviese miedo": "Hay que enjuiciar a Putin y aislarlo a todos los niveles", opina. Pero la mayor exigencia que lanza este ucraniano va dirigida a la sociedad española, y coincide con la de Valentina: "Que no se olviden de nosotros, porque están matando a nuestros hijos mientras Europa guarda silencio".