Nueva York

Ahmad Khan Rahami, un ciudadano estadounidense de 28 años nacido en Afganistán, fue arrestado este lunes en Nueva Jersey tras un tiroteo con policías, horas después de que fuera identificado como el principal sospechoso en los atentados con bombas caseras en Manhattan, el sábado por la noche -un ataque que dejó 29 heridos-, y en Seaside Park (Nueva Jersey), ese mismo día por la mañana. La policía halló una mochila con otras cinco bombas caseras en una estación de trenes al sur del río Hudson.

La cacería de Rahami se había iniciado temprano por la mañana. El FBI y la Policía de Nueva York difundieron su fotografía en una alerta con su orden de arresto que llegó a todos los teléfonos móviles de la ciudad. Rahami fue identificado por las autoridades gracias a un vídeo de las cámaras de seguridad de la calle 23 del lado oeste de Manhattan, donde ocurrió la explosión.

“Tenemos todas las razones para creer que fue un acto de terrorismo”, dijo el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, en una conferencia de prensa luego del arresto. “Quiero que la gente tenga paciencia, porque se trata todavía de una investigación en curso, y quiero que la gente esté vigilante”, advirtió. De Blasio había eludido, hasta después del arresto, calificar la explosión de acción terrorista.

Nueva York y Estados Unidos han quedado en alerta. De Blasio reiteró en varias declaraciones a los medios que habrá más policías en las calles, sobre todo, en puntos sensibles, como las estaciones de tren. Por el momento, las autoridades no buscan a más sospechosos y han descartado que exista una célula terrorista operando en Nueva York o en el resto de las ciudades de la zona. Tampoco han aclarado las motivaciones detrás del ataque.

“No tenemos ninguna indicación de que haya una célula operativa en el área o en la ciudad”, afirmó el subdirector de la oficina del FBI en Nueva York, Bill Sweeney, en la conferencia de prensa que comandó De Blasio.

Otras cinco personas fueron interrogadas por el FBI tras ser detenidas la noche del domingo en el puente Verrazano, que une los distritos neoyorquinos de Brooklyn y Staten Island. 

Los atentados del fin de semana han dominado la campaña presidencial. Hillary Clinton, candidata demócrata, y su rival republicano, Donald Trump, se acusaron mutuamente ayer de fomentar la violencia, en un endurecimiento de la ya de por sí ácida retórica que ha distinguido a la carrera por la Casa Blanca.

El dueño de un bar de Linden (Nueva Jersey) vio a Rahami el lunes durmiendo en la entrada y avisó a la policía. Ya toda la región alrededor de Nueva York estaba alertada de la búsqueda del sospechoso, un hombre “armado y peligroso”, en la advertencia de las autoridades.

Cuando dos agentes de la Policía de Linden llegaron al bar, se acercaron y lo despertaron, Rahami sacó un arma, disparó y huyó. Ambos resultaron heridos. “Gracias a Dios tenían puesto sus chalecos antibalas”, dijo el alcalde de Linden, Derek Armstead.

Tras ese primer tiroteo, más policías se sumaron a la persecución a pie con múltiples disparos. “Al principio fueron sólo unos disparos, pero después sonó como una guerra”, dijo Nicolás Peña, 39, mecánico, según consignó The New York Times.

Un rato después, una fotografía que circuló en Twitter mostró a Rahami tendido sobre una acera, de espalda, con las manos esposadas detrás de la cintura y el torso descubierto. Un rato después, fue subido en una camilla a una ambulancia, consciente, con una herida sangrante en su brazo derecho.

RESIGNACIÓN Y NORMALIDAD

La ciudad ha seguido su vida con normalidad, con una mezcla de alerta ante los ataques y una resignación ante la nueva realidad que le toca vivir al mundo. Los atentados en París en noviembre del año anterior, los ataques Bruselas, o actos de violencia perpetrados por “lobos solitarios”, como ocurrió en Niza, en Francia, o en Orlando, Florida, con la masacre en la discoteca gay Pulse, han elevado la alerta global y gestado una nueva era en la lucha contra la amenaza terrorista.

“La gente está asustada. Es normal en una situación así”, dice Rubén Arenas, de 54 años, portero de un edificio ubicado sobre la calle 22, a una manzana de la explosión. El sábado por la noche lo habían llamado y le dijeron que había una emergencia y tenía que ir al edificio. Cuando llegó, se encontró con la realidad.

Andrew Barclay, un contador inglés de 32 años de visita en la ciudad, bebía un café en el parque Madison Square, en el Flatiron District, a unas manzanas de la explosión, epicentro de la alta cocina neoyorquina. Despreocupado, ofreció un razonamiento escuchado a ambos lados del Atlántico. “Uno tiene que aceptar que esto es parte de la vida que vivimos en este momento y tiene que vivir su vida normalmente”, afirma.

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