Miembros de las fuerzas de seguridad llevan a cabo la operación antiterrorista en Daguestán.

Miembros de las fuerzas de seguridad llevan a cabo la operación antiterrorista en Daguestán. Reuters

Europa

Rusia paga la ruptura de sus alianzas en seguridad con 150 muertos en dos ataques yihadistas

Putin hizo del antiterrorismo una de sus grandes bazas en política interior, pero su distancia de Occidente ha facilitado una ola de ataques islamistas.

25 junio, 2024 02:22

Aproximadamente, uno de cada cinco ciudadanos rusos profesa la religión musulmana. Hablamos de unos veinticinco millones de personas. En regiones como Daguestán o Chechenia, llegan a ser mayoría, mientras que en otros lugares la fuerte inmigración azerí tiene una relevancia enorme. Después de la caída de la URSS, a Rusia se fueron a vivir y a trabajar millones de kazajos, kirguisos, tayikos, turkmenos y uzbecos, formando sus propias comunidades religiosas y culturales.

De ahí que el problema del terrorismo islámico haya estado en primera línea de actualidad prácticamente desde el desplome soviético. En concreto, por las milicias chechenas. En 1995 tomaron el hospital de Budionnosk, cuya liberación causó la muerte de 30 rehenes. En 2002, repitieron la hazaña con el secuestro de centenares de personas en el teatro Dubrovka de Moscú. Cayendo en la mayor de las infamias en 2004, cuando tomaron cautivos a 1.181 niños y profesores de un colegio de Beslán. La salvaje acción de los grupos antiterroristas derivó en un tiroteo que provocó la muerte de 334 personas, 186 de ellas, menores de edad.

Desde entonces, uno de los puntos fuertes de la política interior de Putin había sido su capacidad de poner orden en el Cáucaso y limitar la acción terrorista. Desde el final de la segunda guerra de Chechenia (1999-2009), el terrorismo había pasado a ser un tema menor, dando una falsa sensación de seguridad a los rusos que no cuestionaran los modos del régimen. Algo parecido sucedía en Occidente, donde, de alguna manera, Putin hacía del portero que, pese a sus excesos, evitaba muchos problemas en la entrada, especialmente a partir de las masacres de París (2015), Bruselas (2016) o Barcelona (2017).

Atentado Rusia

A cambio, por supuesto, tanto las inteligencias europeas como los servicios secretos estadounidenses e israelíes compartían todo tipo de informaciones con el Kremlin, lo que revertía a su vez en su propia seguridad. Todo eso ha cambiado no ya con la invasión de Ucrania, sino con el distanciamiento agresivo de Rusia respecto a lo que antes eran sus aliados. No es sorpresa, por lo tanto, que ese cambio haya derivado en un nuevo despertar del terrorismo islámico y de las revueltas yihadistas, alentadas por el colapso de los servicios de seguridad, el resurgimiento antisemita y la sensación de que ha llegado el momento de cobrarse muchas cuentas pendientes.

Veinte muertos en Daguestán

Empezando por el final, es necesario poner el foco en Daguestán. Se trata de una región de mayoría musulmana al sur de Chechenia, justo en la frontera con Azerbaiyán, es decir, a dos pasos de Teherán.

Daguestán ya había ocupado recientemente su espacio en los informativos de todo el mundo cuando el pasado 29 de octubre, una turba incontrolada se congregó a través de mensajes en redes sociales en los alrededores del aeropuerto. El objetivo era linchar a los ocupantes de un vuelo procedente de Tel-Aviv y faltaron escasos minutos para que lo consiguieran.

El pasado fin de semana, sin embargo, la masacre no se pudo evitar. Al menos, 20 personas murieron en una serie de ataques perpetrados por una célula islamista, cuya vinculación al ISIS aún no se ha confirmado -aunque se da por hecha-. Los ataques se produjeron a la vez en dos ciudades de la región y se centraron en sinagogas e iglesias ortodoxas.

Sinagoga de Derbent tras un ataque de hombres armados y un incendio, en Derbent, en la región de Daguestán, Rusia.

Sinagoga de Derbent tras un ataque de hombres armados y un incendio, en Derbent, en la región de Daguestán, Rusia. Reuters

Los terroristas pasaron horas disparando por las calles a las fuerzas del orden, incapaces de responder. Es muy probable, dadas las circunstancias, que el número de muertos sea mayor que el indicado por las autoridades.

Los atentados de este fin de semana se vinculan necesariamente con lo ocurrido hace escasamente diez días en el Centro de Detención Preventiva Número 1 de Rostov-del-Don, junto a Ucrania. El sábado 15 de junio, un grupo de seis prisioneros tomó a dos policías como rehenes en nombre del Estado Islámico y amenazó con degollarlos si no se les permitía salir libremente a la calle. La respuesta de Putin fue enviar tropas que sofocaron inmediatamente la revuelta y acabaron con la vida de los prisioneros que habían participado en el motín.

Sin aliados, en riesgo

Tanto la matanza de Daguestán como el motín de Rostov llegan apenas tres meses después del terrible atentado del ISIS-K en el Crocus City Hall de Krasnogorsk, a las afueras de Moscú. En aquella ocasión, fallecieron, víctimas de los disparos a quemarropa y del posterior incendio del edificio, hasta 144 personas, lo que eleva el total a 164 en lo que va de año, aunque, insistimos, probablemente el número sea mayor y no se quiera elevar el nivel de pánico entre la población.

En aquel caso, antes de que la evidencia cayera por su propio peso, las autoridades rusas se empeñaron en culpar a Ucrania del atentado urdiendo una serie de complejísimas excusas que ocultaban la realidad islamista. Días antes, la embajada estadounidense había avisado al Kremlin del riesgo de atentado y, ante el desdén de las autoridades,decidió trasladar dicho aviso a su propia ciudadanía, para que evitara en la medida de lo posible los grandes eventos públicos.

Miembros de las fuerzas de seguridad llevan a cabo una operación policial en Daguestán.

Miembros de las fuerzas de seguridad llevan a cabo una operación policial en Daguestán. Reuters

La obcecación de Putin en huir de todo lo que tenga que ver con Occidente y refugiarse en China y Corea del Sur tiene sus consecuencias. De entrada, la masacre del Crocus podría haberse evitado con un mínimo de colaboración. Aparte, el trabajo unido de la ONU, Estados Unidos, Rusia y los países árabes en Siria había servido para acabar con las estructuras del ISIS. Deshacer ese trabajo para proteger los intereses del dictador Bashar Al-Asad ha sido otro error grotesco.

Rusia ha decidido aislarse del mundo libre y romper lazos con los que habían sido durante décadas sus aliados en seguridad: así, Europa, Estados Unidos o Israel. Sus acercamientos a Irán tampoco sirven para tranquilizar a los radicales suníes, que ven en la alianza Putin-Jamenéi otro motivo de agravio. De esta manera, rota la unidad. El mundo en general se hace un lugar más peligroso, pero los primeros en notarlo son los propios rusos, que a la intranquilidad le suman una guerra en su frontera, un dictador perdido en el Kremlin y una lista de enemigos que va aumentando, día a día, por todo el planeta.