Víctor Álvarez, del batallón hispano, se prepara para ir al frente.

Víctor Álvarez, del batallón hispano, se prepara para ir al frente. Cortesía del entrevistado

Europa REPORTAJE

La guerra, por el soldado Álvarez: 'Algo jodidamente malo pasa en Ucrania y siento que voy a morir'

El español con más años de servicio en el Ejército ucraniano hace un alegato contra la guerra a ocho horas de ser enviado al frente de Pokrovsk.

14 septiembre, 2024 02:36

"Dios está de nuestro lado y nos protege, pero hay una ley entre nosotros que jamás deja de cumplirse. Si sentimos que está a punto de sucedernos algo es porque nos ha llegado nuestra hora", nos dice Víctor en la víspera de que lo envíen a combatir con el batallón de hispanos.

"Hoy el comandante nos ha dicho que mañana volvemos para el frente. He mirado a los muchachos y he visto reflejado el miedo en su rostro. No hay indicaciones claras, ni organización, ni información de ninguna clase. Estamos aterrorizados. ¿Puedo pediros algo? Ese es el teléfono de mi madre. No he querido preocuparle. Si me sucede algo, por favor, hablad con ella y hacer cuanto esté al alcance de vuestro poder para que mi cuerpo sea enterrado en España con una bandera española y otra ucraniana".

Víctor se apellida 'Álvárez' porque fue adoptado por argentinos, pero nació en Ucrania y vivía en Cantabria cuando sintió la llamada de la guerra. La pasada primavera cumplió 30 años. Su madre biológica ucraniana fue asesinada y su padre se colgó frente a él cuando tenía seis años. Salió a la calle y halló su cadáver balanceándose de la rama de un árbol. Su familia adoptiva lo sacó de un orfanato y se mudó con él, primero a Italia y posteriormente a Santander, donde Víctor residía en 2022, cuando Putin invadió el país de sus ancestros.

El pasado 1 de septiembre, su comandante Názar recibió la orden de "volver a la fiesta". Junto a él estaba el propio Víctor y otros tres viejos veteranos. El resto eran reclutas sin experiencia de combate. Las órdenes no precisaban el destino, de modo que desconocían si iban a ser enviados a luchar a los territorios rusos de Kursk ocupados por Ucrania o al Donbás. Cientos de hombres están siendo igualmente desplegados en posiciones situadas junto a Chernóbil porque el Gobierno de Zelenski ha empezado a temerse que los rusos y los bielorrusos vuelvan a intentarlo por el norte. Hace tiempo que Lukashenko está concentrando tropas en la frontera.

Víctor lleva luchando desde el principio de la guerra en unidades de élite que han realizado misiones de algo riesgo en el Mar Negro, Avdivka, Járkiv y una docena más de focos calientes. Pero algo ha cambiado últimamente. Ahora no vacila en confesar que el descontrol está cundiendo en las filas ucranianas a medida que se debilitan sus posiciones defensivas debido a los recursos que han despistado en Kursk.

"He estado en peores situaciones. Pero nunca antes había oído esa vocecita que te dice que tal vez sea la última vez que parta para la línea del frente. ¡Que Dios nos proteja!". Sentado junto a mil kilos de ropa, municiones, armas y mochilas llenas de pertrechos, Víctor se dispone a hablarnos durante una hora larga de sus experiencias y sus agitadas y tensas emociones.

El soldado Álvarez, de servicio.

El soldado Álvarez, de servicio. Cedida por el entrevistado null

La vida en la trinchera

"Una trinchera es como una alcantarilla. Todo lo que hay sobre ti son unos troncos cubiertos de tierra y ramas de pino", dice. "A mí me enviaron a una ya desde el primer día de servicio. El tiempo que uno pasa en esas posiciones hasta que llega su reemplazo es como un viaje al inframundo. Hay que rezar mucho para que no te alcancen con la artillería o con todos esos drones que merodean por el cielo o para que no penetre el enemigo. Si eso ocurre, es mejor pegarse un tiro".

"Una vez estuve una semana entera sin comida y sin bebida porque la artillería del Kremlin impedía acercarse a los camiones de abastecimiento. Imagínate lo que es estar semanas sin poder cambiarte de ropa, sin ducharte, y sabiendo que ya solo dispones de seis botellas de agua que debes racionar. Perdemos muchos kilos. Mucha gente se enferma. Hay casos frecuentes de pie de trinchera (edemas con supuraciones causados por la humedad) y de mutilaciones.

"Recuerdo en cierta ocasión que, al regresar a la base, tuve que arrancarme media piel del tobillo para sacarme el calcetín. No se lo recomiendo, hermanos. En invierno, debes luchar también contra veinte grados bajo cero. Por supuesto, sin estufa, de guardia permanente. Las manos se congelan al aferrar el fusil. Y cuando llueve en primavera es aún peor porque entra el agua a riadas y, con ella, toneladas de una especie de légamo viscoso. Acuden también las ratas y nos invaden los piojos y hasta las serpientes. A veces se demoran los reemplazos y empiezas a pensar que se olvidaron ya de ti. Uno sale literalmente trastornado".

"¿Retrete? ¿Qué retrete? Algunos lo hacen dentro. Nosotros salíamos fuera. Hay que tener cuidado al desplazarse para no mover las piedras ni un centímetro porque, en caso contrario, lo detecta el software de los drones. Te aventuras de noche con una pala: cavar, cagar y cubrir el agujero. No puedes encender una luz, ni menos aún la radio o el smartphone. No puedes ni siquiera hablar porque se escuchan tus susurros a kilómetros. Tienes que preocuparte incluso de tu aliento".

"¿Encender un cigarrillo? Es como decir: ‘Estoy aquí, pégame un tiro’. Te conviertes en una especie de fantasma o en un ninja. Te sacuden con todo lo que tienen a su alcance: SU27 (cazas monoplazas), MIG (Mikoyan soviéticos), aviones bombarderos, T-90 (tanques), artillería, francotiradores y, por supuesto, drones… Usan muchos kamikazes. Los fabrican con tres pavos y los lanzan contra ti con proyectil de mortero o una granada".

"Minan miles de hectáreas y usan bombas de racimo y también de gas. A muchos camaradas no les dio tiempo de llegar hasta la máscara y murieron asfixiados. Es una sensación horrorosa de falta de aire. Es como si te pusieran un saco en la cabeza. La piel te quema, te lacrimean los ojos, los pulmones te arden… Nunca me acostumbraré a los malditos drones iraníes Sahed. Es lo peor de todo. Escuchas las detonaciones a tu alrededor y te dices: ‘Madre mía, pero ¿qué diablos estoy haciendo aquí? Claro que me aterroriza. Nadie se acostumbra a eso. Hay ataques de pánico. Más de uno se bloquea y tenemos que quitarle el arma o pegarle un puñetazo para que se espabile".

"La comida es para gatos. A veces la arrojaba contra la pared y se pegaba como el hormigón. Teníamos problemas estomacales. Más de uno enfermó y acabó en el hospital. Ni los perros se comen ese mejunje. Claro, al final surgen peleas entre nosotros. Por cansancio, por estrés, por agobio… Hay amenazas de muerte. Ponen al límite tus energías, tu capacidad de aguante, tu cuerpo… Mentalmente, físicamente… Uno preferiría hacer ochocientas flexiones que pasar más semanas allí dentro. Te desquicias por completo. Sales del agujero con ganas de meterle un puñetazo al comandante. Hasta tus compañeros se transforman en tus enemigos".

Al frente

"Supuestamente, íbamos a irnos en tres días y esta mañana [1 de septiembre], nos informaron de que se adelantaba todo. Partiremos en unas horas, mañana de madrugada", nos dice Víctor. "Lo único que se nos ha pasado por la cabeza es que nos ocultan que algo jodidamente malo está pasando. Intentamos sonreír para no asustar a los novatos, pero miro a los ojos de mis compañeros y veo su miedo a no volver. No negaré que estoy muy preocupado. Siento como si tuviera a alguien acechándome tras la espalda".

"Falta dotación, falta material, falta de todo… No sabemos ni para qué nos hemos estado entrenando. Primero, nos formaron para asalto. Luego, para mantener posiciones defensivas y, después, para combate urbano. Nos dijeron al principio que íbamos a un lado y, al poco, cambiaron de idea. Falta comunicación y falta confianza. No he querido hablar con mi familia para no preocuparles. Si les llamo me preguntarán que cuándo vuelvo y sé que posiblemente vamos a ir a algún lugar del que no vamos a regresar todos".

"Lo que me carcome ahora es todo este caos. Antes tenía la sensación de que había un plan y una coordinación. No queremos inquietar a los nuevos, pero sabemos que esa voz que nos está gritando a todos dentro de nuestras cabezas que algo malo va a ocurrir no puede ser desoída. Ahora mismo la escucho. Y me dice: ‘Lobo, no vayas’. Tenía un camarada que la oyó antes de ir a una misión. Su cara se alteró. Estaba blanco. Cambió su forma de comportarse. Me dijo: ‘Lobo, tengo algo dentro de mí’. Incluso le dijimos que se quedara. Pero partió y cayó en combate. Es esa misma voz la que nosotros escuchamos ahora".

"La situación es muy preocupante en el Donbás. Si no los paramos allí y se apoderan de Kramatorsk, les franquearemos las puertas de entrada al resto del país y tendrán el campo abierto. Sabemos también que los bielorrusos están concentrando fuerzas cerca de Chernóbil y algunos camaradas están siendo enviados para la frontera. No sabemos exactamente nuestro destino, pero podemos imaginarlo. Estuve mirando la zona en un mapa y se me puso la piel de gallina. Es algo que me supera. Claro que tengo experiencia. Pero ¿de qué sirve toda mi experiencia sin recursos, ni estrategia?".

"Es cierto que los rusos también están cansados, pero van avanzando cada día y encerrando poco a poco a los ucranianos. Nos están llevando hacia una muerte cierta. Supongo que lo de ocupar Kursk obedecerá a alguna clase de lógica como intercambiar ciudades, pero nos está afectando porque todo el material y los recursos que están empleando allí se necesitan en el Donetsk. ¿Cuántas vidas humanas más habrá que sacrificar para que entiendan que esta guerra debería llegar ya a su fin? Son demasiados compañeros muertos, demasiados traumas, demasiados problemas".

"Yo llevo aquí desde el inicio de la guerra", asegura Víctor. "Ya no peleo por la patria ni por el país, sino por los civiles ucranianos que no tienen ninguna culpa de la guerra que ha provocado un loco. Lucho porque deseo la paz".

"Desde lo más hondo de mi corazón deseo que de nuevo puedan estar tranquilos en sus hogares, de que las familias puedan abrazarse nuevamente sin sentir esta amenaza. A veces, voy por la calle y la gente me saluda, me da las gracias o rompen a llorar. Y eso es lo que me mantiene. En caso contrario, ya me hubiera largado. ¿Es que crees que no se me ha pasado por la cabeza? Muchas veces he querido hacerlo porque ya no doy más de mí mentalmente. De noche, con frecuencia, me despierto aterrorizado y rompo a gritar y a llorar… Esta maldita guerra me ha cambiado completamente. No soy el que era antes. Y esto no es bueno, la verdad. ¿Podría negarme a irme mañana? Renové mi servicio, así que me hubieran encarcelado. Eso hubiera sido todo. Acabar en prisión".

Contra la guerra

Llegado a este punto, Victor eleva la voz ligeramente. Es extraño porque se expresa siempre de un modo relajado, sin ninguna clase de vehemencia. Es obvio que está ligeramente emocionado. "¡Recemos para que regresemos vivos!", afirma. "Los cinco veteranos les dijimos a los nuevos que trabajen juntos; que aprendan unos de otros; que se comuniquen; que averigüen hasta el grupo sanguíneo y las alergias de sus compañeros porque es con ellos con quienes van a combatir contra los rusos".

"No quisimos decirles que hemos soñado con nuestras muertes. Mi compañero vio mi cadáver en un sueño. ¿Es que eso no son señales? Algo va a salir mal. ¡Espero que esto acabe pronto porque ya fue demasiado lejos! ¡Se ha derramado ya demasiada sangre en esta tierra sembrada de cementerios! ¡Las plantas y los árboles se están nutriendo de los cuerpos de nuestros caídos! ¡Cuántos cadáveres más son necesarios para que los gobiernos se sienten a dialogar! ¡Si los occidentales quieren que sigamos con la guerra, que al menos nos envíen más refuerzos y armamento! ¡Si perdemos, se encontrarán toda esta mierda a las puertas de su casa y recordarán entonces a quienes les suplicábamos ayuda! ¡Recordarán a gente que vino aquí a combatir para que no ocurriera como con los nazis! ¡A los que vinieron para frenar el horror de un loco!".

"O tal vez no. Tal vez nos olviden a todos. ¿Quién se acordará de mí? ¿Un pobre español que fue a luchar a Ucrania? ¿Alguien recuerda a los caídos de la Segunda Guerra Mundial? Nos olvidarán y dejarán que se pudra nuestra memoria. ¿Entiende allí la gente que también nosotros queremos vivir? Nos gustaría casarnos, tener hijos, crear una familia, y no desaparecer en esta puñetera guerra que no soluciona nada. ‘Ah, buen trabajo, amigo. Toma una medallita póstuma’. Eso será todo. Y ni siquiera están recuperando nuestros cuerpos. ‘Ahí van nuestras condolencias’. Esto es todo lo que una madre o un padre recupera de un hijo. Un pésame, un lo siento. Pero nadie resucita a su hijo. ¡Que termine esto de una vez por todas! ¡Ya ha habido suficiente muerte, suficiente terror!".

"¿Sabes? Yo tengo treinta años y lo he vivido todo", continúa Víctor, bien entrada la madrugada, cuando solo faltan cinco horas para el toque de diana. "Nunca os hubiera conocido de no ser por mi ángel custodio. Una vez me libró de un tanque. En otra ocasión, de una explosión de artillería que detonó a cinco metros. También interpuso un árbol en el camino de un misil. He vivido tantos momentos terribles que no podéis ni imaginarlo".

"Recuerdo que los rusos nos emboscaron durante una misión fallida en la que nos detectaron y tuvimos que retroceder de noche mientras nos golpeaban con todo lo que tenían. Hasta ellos asumieron que nos habían matado. Y ahora estoy aquí, hablando con vosotros, y sintiendo que algo va a suceder. Eso que veis ahora junto a mí es mi equipo más básico. Solo el chaleco, más el casco, más la munición, más la mochila de asalto y el armamento pesan unos 180 kilos… Pero el conjunto de todos los pertrechos se acerca a la tonelada. Eso es lo que cada uno de nosotros va a llevar consigo".

El equipaje de Álvarez, antes de ir al frente.

El equipaje de Álvarez, antes de ir al frente. Cedida por el entrevistado null

La despedida

A las cinco de la madrugada, hora local ucraniana, del día 2 de septiembre de 2024, Víctor se levantó y reclamó su arma. A las seis de la madrugada, el teniente coronel de su unidad increpó a su unidad para preguntar si alguien tenía miedo, pero nadie alzó la voz para expresar temor o dudas. El vehículo militar de transporte que les llevó hasta el destino final atravesó la región de Járkiv, muy cerca del frente, desde donde les alcanzaba el sonido de explosiones y donde se apreciaban en lontananza las humaredas de la artillería. Toda la zona estaba bajo el fuego ruso. Edificios en llamas, pánico en las calles, gente asustada… Las tropas del Kremlin atacaron ese lunes centros comerciales e incluso orfanatos, pero el convoy militar continuó adelante sin involucrarse para no comprometer la seguridad de la columna.

El objetivo era llegar a su destino, cuya localización precisa no revelaremos, de acuerdo a lo convenido. Asumimos sin temor a equivocarnos que han sido enviados a las proximidades del nudo logístico de Pokrovsk. El resultado de esta guerra pende de un hilo.

El viaje se prolongó durante nueve horas. La primera noche allá la vivieron bajo intensos bombardeos y bajo una copiosa lluvia de esos drones Sahed que tanto teme Víctor. Apenas consiguió conciliar el sueño. Ya el martes, de mañana, las órdenes del oficial al mando fueron claras. Debían reemplazar al contingente de ucranianos que llevaba más de un mes defendiendo a duras penas aquellas posiciones sin que se beneficiasen de una rotación. Muchos de ellos están heridos. La táctica de los militares del Kremlin sobre la zona en disputa donde ha sido desplegado Víctor junto a su comandante Názar y el resto de los camaradas se ha demostrado ya efectiva en otras ocasiones. Rodearlos y barrerlos a placer.

Ahora, además, usan tácticas vietnamitas y cavan túneles bajo sus propios cadáveres que los acercan a las posiciones defensivas ucranianas. Antes de que sean capaces de reaccionar, los tienen ya encima. Han aprendido mucho los del Kremlin desde que empezó el conflicto. Han dispuesto de decenas de miles de cadáveres para ensayar tácticas y estrategias. Al poco de llegar, el español fue ascendido a instructor-sargento y propuesto para una de esas misiones que, en el argot, se denominan ‘suicidas’. Pretendían que fuera con otro veterano y dos nuevos a reconquistar un puesto de observación.