Ramzan Kadírov, en una reunión de Putin con el presidente uzbeko, Shavkat Mirziyoyev.

Ramzan Kadírov, en una reunión de Putin con el presidente uzbeko, Shavkat Mirziyoyev. Sergey Bobylev Sputnik

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El checheno Kadírov expone la inestabilidad de la Rusia de Putin tras amenazar a dos diputados y a un oligarca

Kiev (Ucrania)
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El último envite de Ramzán Kadírov ha puesto en la diana nada menos que a tres políticos rusos: un senador, Suleimán Kerímov, que además está considerado un importante oligarca, y dos miembros de la Duma llamados Rizván Kurbanov y Bekhan Barakoyev.

El líder checheno les ha declarado “enemistad de sangre” –una expresión que algunos observadores han entendido como una amenaza de muerte– a raíz de una disputa empresarial en torno a Wildberries, la mayor compañía de venta online de Rusia.

El problema no reside únicamente en la gravedad de sus declaraciones, sino en el origen de Kerímov, Kurbanov y Barakoyev. Los dos primeros son de Daguestán y el tercero es de Ingusetia. Dos regiones que, como Chechenia, pertenecen al Cáucaso Norte; una zona donde, según varios entendidos, las tensiones étnicas pueden llegar a volar alto.

Por eso la amenaza de Kadírov se está siguiendo con sumo interés en Kiev. Los ucranianos tienen claro que el talón de Aquiles de la estabilidad interna de Rusia se encuentra en esa parte del país.

El precedente ‘wagnerita’

Yevgueni Prighozin no era lo suficientemente poderoso como para amenazar realmente al régimen ruso”, cuentan a EL ESPAÑOL fuentes de la contrainteligencia ucraniana en alusión al líder del Grupo Wagner, una organización mercenaria al servicio del Kremlin, que se rebeló contra Moscú hace año y medio (y terminó muerto dos meses después). “Creemos, sin embargo, que su revuelta debilitó a Vladímir Putin y que Kadírov tomó buena nota de ello”. En otras palabras: “Vemos plausible que, si percibe nuevas debilidades en Putin, pueda terminar traicionándolo”.

El historiador británico Mark Galeotti, experto en Rusia y autor de una veintena de ensayos sobre el país euroasiático, también sostiene que la revuelta de Prighozin ha debilitado a Putin. En su último libro, firmado junto a la investigadora Anna Arutunyan y titulado Downfall, explica que “el auge y la caída” del líder mercenario “demuestra no solo cómo funciona el sistema de Putin sino también cómo está empezando a resquebrajarse”.

“El monarca no parece seguir siendo tan capaz de supervisar y gestionar los roces entre sus cortesanos”, escribe refiriéndose al enfrentamiento que mantenía Prighozin contra Sergei Shoigu, entonces ministro de Defensa ruso, y Valeri Guerásimov, jefe del Estado Mayor ruso. Las personas contra las que realmente iba destinada la rebelión mercenaria.

“Pero más allá de eso, lo que Prighozin puso de manifiesto con su revuelta y con su muerte fue la vacuidad de un régimen envejecido que ya no cree en nada”, continúa explicando el académico. “Prighozin y sus hombres peleaban por una visión de Rusia que Putin no tiene por ser demasiado mayor, ser demasiado débil o estar demasiado cansado, y por eso el fantasma de Prighozin le perseguirá durante lo que le quede de reinado”, añade.

La tesis de Galeotti se sostiene sobre varios pilares. Uno de los más evidentes es la reacción que tuvieron las gentes de Rostov del Don, una ciudad de más de un millón de habitantes, ante la llegada del Grupo Wagner durante la revuelta. Muchos se echaron a la calle para felicitar a los mercenarios y sacarse fotos con ellos. Otro de esos pilares es la ausencia de resistencia que hubo ante el avance hacia Moscú de la columna ‘wagneriana’, que se detuvo a tan solo 300 kilómetros de la capital por mediación del presidente bielorruso Alexander Lukashenko, y cómo buena parte de las élites rusas decidieron ponerse de perfil a la espera del resultado del pulso.

En la misma línea se ha pronunciado en varias ocasiones el opositor ruso Mijaíl Shishkin. “Rusia está esperando un nuevo zar”, declaró en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL el pasado mes de junio al ser preguntado por el asunto. Shishkin considera que Prighozin no logró serlo solo porque no era lo suficientemente poderoso. O sea: que, en su opinión, es cuestión de tiempo.

Kadírov no apoyó la revuelta de Prighozin, cierto. Quizás por haber percibido desde el primer momento que aquello no iba a terminar en triunfo. O que no era más que una performance para hacerse valer frente a Shoigu y Guerásimov. Sin embargo, el checheno había secundado previamente las críticas del líder mercenario contra el Ministerio de Defensa ruso. Además, tras la muerte de Prighozin en una explosión aérea orquestada, supuestamente, por los servicios secretos rusos, Kadírov se refirió a él como “un amigo siempre listo para ayudar”. De hecho, no envió a sus combatientes a frenar el envite ‘wagnerita’.

La disputa empresarial

El origen de las amenazas de Kadírov contra Suleimán Kerímov, Rizván Kurbanov y Bekhan Barakoyev parece encontrarse en el tiroteo que tuvo lugar en el Romanov Dvor, un centro de negocios moscovita sito a menos de un kilómetro del Kremlin, el pasado mes de septiembre.

El intercambio de disparos, que terminó con la vida de dos guardaespaldas, ocurrió cuando Vladislav Bakalchuk, el ex marido de Tatyana Kim, dueña de Wildberries y la mujer más rica de Rusia, trató de entrar por la fuerza en las oficinas de la compañía acompañado de varios chechenos. Lo que pretendía, al parecer, era detener la fusión entre Wildberries y la empresa de publicidad exterior Russ Group.

Dicha fusión cuenta con el beneplácito del Kremlin, o sea de Putin, que busca la manera de crear una macroempresa capaz de rivalizar con gigantes como Amazon. Y, en el proceso, beneficiaría sustancialmente a los tres legisladores citados. Sin embargo Kadírov, quien ejerce de ‘padrino’ del ex marido de Kim en la disputa, considera que la operación perjudicaría más de lo permisible los intereses de su protegido y, por extensión, los suyos. Lo cual explica por qué el día de autos Bakalchuk llegó al Romanov Dvor rodeado de chechenos.

En cuanto al tono sumamente belicoso utilizado por Kadírov en sus declaraciones, éste respondería, según ha informado el diario independiente Fortanga, a que Kerímov, Kurbanov y Barakoyev habrían ordenado su asesinato.

¿Un conflicto étnico en el horizonte?

“El conflicto entre Kadírov y el senador ruso Suleimán Kerímov es uno de los más serios en los últimos diez años”, explicaba hace un par de días en X, antes Twitter, el asesor ministerial ucraniano Anton Gerashchenko. “Hay una discusión bastante seria en Rusia sobre si podría desembocar en un conflicto étnico entre chechenos y daguestaníes”. Para sostener su afirmación, Gerashchenko citaba una nota emitida por las autoridades de Daguestán diciendo que las declaraciones de Kadírov están “desestabilizando seriamente el Cáucaso Norte”.

No obstante, otros analistas más imparciales –a fin de cuentas Gerashchenko, como ucraniano, es parte interesada en que el affaire caucásico vaya a más– consideran que la cuestión bien podría quedar en un episodio más de tensión entre oligarcas y señores de la guerra que, tras cruzar sables en público, terminan acatando la voluntad del Kremlin.

Marta Ter Ferrer, experta en el Cáucaso Norte y autora de un esclarecedor ensayo titulado La Chechenia de Kadírov, comentaba en la misma red social que Kadírov es “muy bravucón para atemorizar a sus enemigos pero en 20 años no ha cruzado líneas rojas que le confrontaran con Putin”. Con todo, Ter Ferrer reconocía que la amenaza contra Suleimán Kerímov, en concreto, supone poner en el punto de mira a una persona particularmente poderosa dentro de los círculos oligárquicos rusos. “Ha jugado fuerte”, añadía. “Veremos a ver qué pasa”.